El amarillo auto (más conocido como ámbar, aunque a mi me recuerda más a una naranja que a un limón) tiene varios usos en seguridad vial. Pero, por lo general, suele significar indefinición. Y ante cualquier cosa indefinida, debemos extremar la precaución.
Indefinición porque el semáforo ya no está verde, pero aún no está rojo. En los intermitentes, indefinición porque ya no podemos asegurar que el vehículo siga el trazado de su carril. En el alumbrado de emergencia, indefinición porque no podemos asumir que el vehículo sé comporten de la forma habitual.
Pero, sin lugar a dudas, cuando el amarillo auto del semáforo es, además, intermitente nos encontramos con el colmo de la indefinición. Aunque no debería ser así, a todos nos dejan más que claro su significado en la autoescuela: que pasemos, si podemos.
En este contexto, sí podemos no significa pasar si la física deja el más mínimo resquicio a la posibilidad de llegar a atravesar de una pieza, que es lo que muchos parecen entender. Si podemos significa que debemos asegurarnos que nuestro avance no obliga a ningún otro usuario de la vía a modificar su trayectoria o velocidad. Y, además, no exime del cumplimiento de un stop.
En definitiva, la luz amarilla auto intermitente se utiliza para permitir el paso por un mismo punto a usuarios que proceden de rutas distintas. El ejemplo paradigmático es el caso de intersecciones con pasos de peatones. A menudo, cuando los viandantes tienen luz verde, también se permite el paso a los vehículos de a vía transversal que desean girar.
¿Por qué se junta al usuario más débil con el más fuerte en este tipo de situaciones? Bueno, yo no soy ingeniero de caminos, seguro que alguno podrá ampliar lo que diga en los comentarios. Pero parece obvio que la finalidad es acortar el ciclo del semáforo.
Aislar completamente todos los caminos posibles que coches y personas a pie pueden recorrer, aunque en principio sería más que deseable, supondría que el semáforo necesitara más fases, alargando su durada total. Por ejemplo, pensemos en el caso más sencillo, una intersección de dos calles (sean A y B) de un sólo sentido. En este caso tan sencillo ya tenemos tres fases:
* Los vehículos de la calle A esperan, y los peatones pueden cruzarla tranquilamente. Los vehículos de la calle B pueden avanzar en línea recta, pero los que quieran girar deben esperarse.
* Situación inversa: los vehículos de la calle A pueden avanzar si van en línea recta, todos los de la calle B esperan y los peatones pueden cruzarla.
* Todos los coches que quieran girar pueden hacerlo, pero el resto de usuarios (tanto peatones como vehículos que quieran seguir en su misma dirección). NOTA: Si la intersección fuera muy lenta, incluso sería necesario desdoblar este punto ya que los coches de cada dirección no podrían girar a la vez.
Sí todas las fases duraran igual, esto significaría que muchos usuarios tendrían que esperar casi la dos terceras partes del tiempo. Además, como en algunos momentos es posible ir recto pero no girar, serían necesarios carriles especiales donde los que quieran cambiar de dirección pudieran esperar.
Si permitimos que las trayectorias se crucen, todo queda más simple, nos ahorramos una fase. En cada una de las dos que quedan, los vehículos que vienen de una vía esperan, y los de la otra pasan, tanto sí quieren virar como si no. Los peatones pueden cruzar por donde los vehículos están esperando.
Pero eso también significa que se cruzaran con los vehículos de la calle transversal que quieren girar con los peatones que están cruzando. Y, para eso, tenemos los semáforos amarillo auto intermitente, para avisar al intrépido conductor que al girar debe permitir el paso seguro de los peatones. Por supuesto, esto funciona bajo la suposición que los vehículos que cambian de dirección son los menos, lo que suele ser cierto, limitando el volumen de vehículos que se cruzan con peatones.
Aunque pueda parecer estúpido, en ocasiones he observado que (el incumplimiento de) esta norma tan sencilla causa problemas. Sobre todo cuando el conductor que gira ha tenido que esperarse en la luz roja antes de cambiar de dirección.
Quizá sea porque al recibir la luz verde nos sentimos con libertad de tirar adelante sin interrupciones por lo menos hasta el siguiente cruce, quizá porque se cree merecer de pegar un acelerado que le compense el tiempo que ha perdido en el semáforo.
Yo mismo he sido testigo de situaciones en que el conductor ha recriminado al peatón su actitud haciendo uso del claxon. Este último, tras recuperarse del susto, el peatón suele señalar nerviosamente al monigote verde dándole paso, que suele estar en el mismo palo que la luz amarillo auto intermitente que indica al conductor que sólo puede pasar si puede.
El conductor se suele disculpar. Pero sí en vez de tocar el pito se hubiera producido otro tipo de contacto entre el vehículo y el peatón, las disculpas serían lo de menos…
Fotos | Papalars, Somaya