Lo que son las cosas. A lo largo de mis años como sufrido conductor (y cada vez más) siempre me he sentido orgulloso de que muy pocas veces me han dirigido algun toque de claxon. Alguno me he llevado claro está, pues algún error he cometido. Pero quizás han sido en una proporción extremadamente baja en comparación con los que yo he dado (y eso que odio profundamente pitar).
Pero resulta que en un pequeño recorrido, he sido obsequiado en relativamente poco tiempo con dos «solo de claxon» de lo más irritante. Me he sentido muy molesto porque han puesto en peligro mi integridad y encima han convertido en peligrosa una maniobra que estaba realizada correctamente. Y todo por cabezonería, por mala educación o porque quería tocar las narices a alguien.
Pongámonos en situación: carril de incorporación a una autopista. Acelero el coche hasta una velocidad que me permita incorporarme a la circulación de forma segura, habiendo previamente comprobado al principio del carril que iba a poder realizar la maniobra. La podía hacer perfectamente porque sólo venía circulando un coche por el carril derecho, mientras que el izquierdo se encuentra desierto.
Señalizo la maniobra con el intermitente izquierdo y con cierto horror compruebo en el retrovisor que el coche que se acerca por detrás, lejos de cambiarse de carril como recomienda obliga el código de circulación, facilitando mi maniobra, acelera, con el fin de impedir mi incorporación.
Por suerte, siempre realizo esta maniobra en tercera o cuarta, dependiendo de la densidad de circulación, y así disponer de respuesta inmediata del motor por si necesito acelerar o bien utilizar el freno motor. En este caso, decidí acelerar (detrás de mi circulaba otro vehículo para realizar la misma maniobra) e incorporarme delante del coche que me achuchaba todavía con no se que intención.
La distancia entre los dos sería de unos 30 o 40 metros. No fue una maniobra justa ni mucho menos, pero al otro conductor le seguía picando la camiseta, por lo que comenzó a realizar ráfagas hasta pegarse literalmente a mi culo, para rebasarme pitándome e increpándome con los brazos. Todo esto, cuando yo ya circulaba a 120, por lo que el además circulaba por encima del límite de velocidad, algo que no hacía antes de intentar evitar mi incorporación.
Lo más irritante de todo es que menos de un kilómetro más tarde, lo volvía a alcanzar porque se había puesto a circular otra vez a 100 por hora. Y yo me pregunto, ¿estaría en su sano juicio? ¿pensará en algún momento lo que ha hecho?
Pero todavía no acaba ahí el día absurdo. Por la autopista, cojo mi salida correspondiente, para incorporarme a una carretera convencional limitada a cien. A esas horas, la carretera tenía un alto nivel de ocupación, empeorado por unas obras que se encuentran más adelante y que limitan la velocidad genérica hasta los cuarenta kilómetros por hora.
Voy reduciendo la velocidad por el carril de incorporación y señalando la maniobra, para ver si soy capaz de encajarme en algún hueco. En ese momento, los coches no circulaban a mucho más de sesenta, y entre una furgoneta y un Alfa Romeo veo un hueco lo suficientemente grande como para entrar sin entorpecer el resto de la circulación.
Pero no, resulta que al conductor del turismo, le parece mal que me incorpore delante de él, por lo que otra vez la misma maniobra: acelero y evito facilitar la maniobra al que se incorpora. Y es que hay que ser… (que cada uno ponga aquí la expresión que más le guste). En vez de simplemente soltar el acelerador, porque no necesitaba ni frenar, decide achucharme lo más posible para luego pitarme, otra vez.
Dos veces que realizo una maniobra correctamente, y por dos veces unos energúmenos la convierten en algo peligroso, para ellos y encima para mi. ¿Tanto nos cuesta ser un poco condescendientes con los demás?
Foto | Tilemahos, JelleS