En este blog muchas veces escribimos artículos explicando lo que podría pasar y cómo evitarlo. Algunas veces revisamos errores que podrían haber tenido consecuencias.Incluso a veces publicamos pequeñas historietas de ficción que nos hacen ver las posibles consecuencias de algunos actos. En otras ocasiones hablamos de sucesos conocidos por todos, desde la distancia que supone verlo por los medios de comunicación. Pero el atropello del que debo hablar hoy es diferente…
Y digo «debo hablar» porque desde el pasado miércoles, cuando pasó, llevo meditando si debía compartir esta experiencia con todos vosotros. Y aún sigo sin estar seguro de si debo. Pero no puedo evitarlo. Esta vez no se trata de un caso hipotético que podría pasar, o que estuvo a punto de pasar. O algo que pasó, pero visto desde la distancia. Se trata del atropello de una persona que vi en primera fila, a escasos tres metros de donde ocurrió.
Como digo, sucedió el pasado miércoles, a eso de las ocho y media de la mañana. Yo me dirigía al lugar donde trabajo desde principios de mes (que, incidentalmente, está en sentido opuesto al lugar donde trabajaba antes, pero eso no importa). Como cada día, me tocó pararme en un semáforo en medio de una carretera nacional, por un tramo que pasa entre dos pueblos bastante pequeños.
No obstante, la carretera está bastante aislada de las viviendas del alrededor, de hecho sólo unos metros más atrás la calzada está elevada en un viaducto. Por lo tanto, por esos lugares es muy poco frecuente ver peatones. Ni siquiera hay pasos a nivel. Además, tampoco hay mucho sitio donde ir, a un lado de la carretera está la vía del tren. Tan sólo algún hay paso subterráneo que permite acceder a un aparcamiento.
Por eso, ese día me extrañó ver a un hombre caminando por el arcén de la carretera. Yo llegué a la cola del semáforo por el segundo carril, a la izquierda (por bien que pocos metros más allá, incluso antes del semáforo, ambos carriles se funden en uno). El hombre caminaba por el arcén, a la derecha de las dos filas de coches detenidos en el semáforo.
Me lo quedé mirando ya que tenía una actitud harto rara. Miraba a la carretera de forma nerviosa. Entonces, cuando llegó más o menos a mi altura se adentró en la calzada, entre los dos carriles que iban en mi dirección y se dio media vuelta para inspeccionar el tráfico que venía en sentido contrario (ellos no se ven afectados por el semáforo, ya que sólo hay intersección con otra vía por mi lado de la carretera). Recuerdo que pensé «¿qué hace este tío?«.
El hombre atisbó que venían coches a uno 100m. Una distancia que me pareció bastante escasa dada la velocidad usual en ese tramo (60km/h legales… que ya sabéis lo que significa en realidad). Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que se ponía a correr. Mi cerebro no cabía en el cráneo, «está loco, está loco… que forma de jugarse la vida…«. Así es como se gesta un atropello.
No obstante, el hombre tenía razón en algo. La distancia que había con los del sentido contrario era suficiente… porque lo que pasó fue otra cosa.
El hombre apenas había dado el segundo paso de su carrera. Estaba justo delante del morro de mi coche. En perspectiva, pienso que si me hubiera parado más cerca del de delante quizá no habría pasado nada. Él hubiera desistido, o buscado otro hueco…
De repente, mientras mantenía la vista clavada en el hombre, por el rabillo de mi ojo izquierdo pasó una sombra. No es algo a lo que no esté acostumbrado, de hecho es bastante habitual. En seguida supe qué era: una moto que iba en el mismo sentido de la marcha que yo estaba adelantando toda la fila de coches conduciendo sobre la doble continua que separa ambos sentidos de la marcha.
Recuerdo que lo que pasó por mi mente fue algo avergonzantemente tonto: «¿ves cómo cruzando así puede pasarte cualquier cosa?«. Sin creer lo que mis ojos transmitían al cerebro, nunca olvidaré el sonido del golpe. Lo comparo un poco con el ruido de plástico doblándose que se oye cuando das un golpe al coche de atrás aparcando de oído.
Sólo que esta vez no era plástico. Yo, que estaba mirando al hombre fijamente, vi cómo su cuerpo se doblaba sobre el salpicadero de la moto y salía disparado hacia adelante.
A partir de ahí, lo siguiente que atiné a ver fue al hombre tumbado cinco metros más allá, y al chico de la moto bajándose de la misma con un claro gesto de estupefacción. De milagro había salvado la caída… seguramente porque iba a poca velocidad y el golpe fue muy frontal.
Todo lo que pasó después, os lo podéis imaginar. Móviles, preocupación, ambulancias…
No sé que secuelas le quedarán a la víctima (y causante) del atropello. Sólo puedo decir que, tumbado en el suelo, su respiración era notoria y parecía tener pulso. Incluso creo que respondió mínimamente a otro de los conductores que se bajaron a ver qué había ocurrido.
Yo sigo estremeciéndome cuando pienso en lo ocurrido. Por mi participación en este blog siempre he estado muy concienciado de que los riesgos en la carretera son reales (o, quizá, participo en el blog a causa de ello). No obstante, ser testigo tan cercano a un hecho así hace imposible que uno pueda ignorar la realidad.
Incluso el haber seguido con la mirada todo el proceso del hombre hasta que decidió ponerse a correr para intentar cruzar te hace ser muy consciente de que las imprudencias se las busca uno mismo. Los titubeos que mostró al mirar e iniciar su carrera demuestran que sabía estar cometiendo una imprudencia. Una de tantas, quizá había cruzado por ahí muchas veces… pero con que salga mal una vez es suficiente para dar con sus huesos contra el asfalto.
Yo no sé cuantas noches tardaré en conseguir dejar tener la imagen del atropello cada vez que cierro los ojos. Pero, sin duda, serán muchas menos de las que tardará él.
Fotos | Stewart Priest, Highways Agency