Entender cómo funciona la mente para mejorar la sensibilización vial

Jaume

7 de abril de 2009

Esteban es el compañero de mi hermana. Más conocido como Tintín, es uno de esos conductores veteranos con dos docenas de años de carnet. El verano pasado, tras acompañarme a dar la paga y señal por el que es mi primer coche, comimos con el resto de la familia en un agradable restaurante del casco antiguo.

La conversación derivó hacia el ámbito de la conducción segura. No pude más que contradecirle cuando afirmó que, en autopista, se puede adelantar por la derecha a aquellos vehículos lentos que decidan permanecer en el carril central sin necesidad. Argumentaba que «si tu carril está libre, tú puedes seguir sin preocuparte de lo que pase en el resto. Piensa en los camiones, no tienen permitido pasar al tercer carril, ¿deberían quedarse detrás del otro vehículo sin poder adelantar?».

Naturalmente, yo exponía las razones que me había proporcionado el profesor de teórica apenas un mes antes. Adelantar por la derecha es extremadamente peligroso dado que el conductor adelantado lo tiene muy difícil para ver al coche que le va a rebasar. Dado que conducimos desde la izquierda de nuestros vehículos, el ángulo muerto por la derecha es enorme incluso con el retrovisor exterior derecho, que además es opcional.

Para mi era completamente incomprensible que Esteban no fuera capaz de reconocer la lógica de los argumentos, que además procedían de un profesional de la seguridad vial, quien naturalmente se basaba en la Ley. No es ni de lejos un caso aislado. Los conductores veteranos tienen cierta tendencia a reinterpetar el Reglamento. Es algo similar al abuelo del Nissan, por poner únicamente uno de los infinitos ejemplos que vemos día a día en nuestras carreteras.

Un coche que se mantiene en la izquierda pese a no tener necesidad

Pero ¿por qué se dan estas reinterpretaciones personales del código? La explicación probablemente esté en la forma que trabaja nuestro cerebro. La ciencia cognitiva nos dice que el ser humano tiene la necesidad de buscar explicaciones a su entorno, de crear modelos mentales sobre cómo y por qué funciona. Estos modelos deben ser coherentes (compatibles con el resto de nuestro conocimiento), y deben corresponderse con la realidad. En la era de las cavernas (tanto como hoy en día), este conocimiento del entorno proporcionaba al Homo sápiens una ventaja evolutiva, que nos permitía adaptarse mejor y sobrevivir en las circunstancias más extremas.

No todo el conocimiento se organiza en forma de modelos. Tenemos también mecanismos que nos permiten aprender reglas sencillas, del estilo: siempre que veamos el fenómeno A, después pasará el B. Nos permiten reaccionar en algunas situaciones cotidianas, sin llegar a entenderlo realmente. Por lo tanto, este tipo de conocimiento es menos potente, dada su falta de flexibilidad. Una situación inicial parecida a A, pero no idéntica, probablemente nos dejaría fuera de juego. En cambio, si en vez de adquirir una regla simple, llegamos a formar un modelo mental eficiente no tenemos esta limitación. Podemos utilizarlo para razonar y adaptarnos a situaciones nuevas.

Los modelos mentales para un determinado fenómeno contienen los entes que juegan un papel importante en el mismo, sus propiedades más relevantes y las reglas que definen el comportamiento del sistema. Por lo tanto, cambiar un modelo pasa por añadir, quitar o cambiar entes, propiedades o reglas. Es un proceso que se da continuamente en nuestra vida, y nos da la sensación de aprender, de hacernos maduros.

Estos modelos mentales se arraigan en nuestro conocimiento a medida que se utilizan con éxito en el mundo real, a medida que demuestran ser correspondientes con la realidad. Es decir, cada vez que un conductor realiza un adelantamiento por la derecha y – por pura suerte – no le pasa nada malo, está reforzando este modelo mental en su cerebro.

Un cerebro de Homo sapiens

Todo esto debe tenerse en cuenta al diseñar cualquier proceso de aprendizaje que pretenda modificar los modelos mentales que al final acaban determinando como nos comportamos ante cualquier situación. Y la conducción no es una excepción. Por ejemplo, por si sola la frase «debes adelantar sólo por la izquierda, por que lo dice la ley» difícilmente conseguirá variar un ápice el modelo vigente en la mente de Esteban. Aunque sea objetivamente cierta, no está aportando evidencia suficiente que permita convencernos que el nuevo modelo es mejor que el anterior. Haría falta, además, conseguir que entienda los motivos, que vea como en, la realidad, puede ser una actitud muy peligrosa si el conductor adelantado no lo percibe y decide volver al primer carril.

Éste es, seguramente, el motivo por el que muchas campañas de sensibilización de la DGT u otros organismos a menudo no llegan a calar en la población en general. Se centran en explicarnos que ésta o aquella actitud pueden tener consecuencias desastrosas. Pero no consiguen substituir el modelo mental del conductor, erradicando de su mente los anteriores modelos que les hacen pensar que su actitud era la adecuada.

Dado que nuestra mente está continuamente adaptando sus modelos conforme a nuestra experiencia, si durante el aprendizaje inicial a conducir no hemos consolidado los conocimientos necesarios para circular de forma segura, con nuestro día a día los iremos remplazando por otros que, alguna vez que no tengamos tanta suerte, pueden llevarnos al desastre. Este es otro motivo por el que elegir una autoescuela que ofrezca buenas clases de teoría es muy importante, en vez de simples cursos intensivos y la memorización de preguntas de examen. Estos cursos express pueden ayudarnos a interiorizar una serie de reglas simples suficientes para aprobar el examen, pero sólo un buen profesor puede ayudar a formar buenos modelos mentales que durarán toda la vida.

En definitiva, si durante su formación, Esteban hubiera consolidado los modelos mentales adecuados, probablemente seguirían vigentes todavía en su ya desnuda cabeza.

Asesoramiento | Joan Aliberas i Maymí
Fotos | LoreleiRanveig, Thisibossi, Guetan Lee