La forma en que vemos, interpretamos, recordamos y explicamos cualquier experiencia vital siempre pasa por un filtro personal e intransferible: nuestro punto de vista particular. Esta afirmación tan contundente (a la par que prácticamente ilegible) probablemente bastante obvia, pero a menudo no acabamos de tenerla en cuenta.
Es perfectamente posible, incluso diría que es muy habitual, que ante un mismo hecho objetivo dos personas diferentes conclusiones diametralmente opuestas. Aún es más cierto si ambas personas son partes interesadas en un conflicto.
Podemos encontrar perfectos ejemplos de lo dicho en prácticamente todos los ámbitos de la vida cotidiana. A riesgo de parecer falto de originalidad, permitidme citar el más trillado de todos: el deporte (también me habría podido decantar por la política, pero eso la verdad es que me da algo de pereza).
Dentro del deporte, como no, me centraré en la reina de las polémicas: un lance en el interior del área de castigo. Ante una misma jugada, no es difícil ver que los hinchas de ambos equipos no se acaben de poner de acuerdo en si el árbitro acertó al gritar «sigan, sigan», o bien debería haber señalado el punto fatídico. Es más, probablemente uno de ellos reclamaría que el trencilla eche mano de la tarjeta para castigar el piscinazo; mientras que el otro reclamará la expulsión inmediata del defensa.
Y, en este comentario, ya no cuento con la práctica usual de barrer para casa ciegamente, que sin duda también se da (y mucho). Estoy hablando de personas que, honestamente, creen haber visto saben que han visto que su equipo era el perjudicado en la jugada. Estoy hablando de aficionados al deporte que han leído, y comprendido, el mismo libro de reglas (porque todos los que hablan de fútbol han leído atentamente el reglamento, ¿verdad?).
En otros aspectos de la vida ocurre exactamente lo mismo. Desde quehaceres diarios, como quién debe limpiar los platos y bajar la basura, pasando por discusiones en el trabajo, llegando hasta situaciones más trascendentales, en que puede haber vidas en juego… como ocurre en la carretera.
Por no hacer dramatismo barato, hoy no me centraré en situaciones con desenlaces fatal. Pero no conviene olvidar que, retórica a parte, los accidentes mortales en la carretera existen, son reales, y cualquier decisión inapropiada puede desencadenarlos.
Lo dicho hasta el momento tiene una aplicación evidente al tráfico rodado. Pensad en cuán frecuente es que reprobemos la actitud de los demás. Pero, ¿os habéis parado a pensar alguna vez qué opinión tendrán los demás de tus propios actos?
Hablar en general está muy bien, pero cansa un poco. Así que me permitiréis que, como de costumbre, recurra a un ejemplo más o menos real. Ocurrió cuando iba en un taxi a una reunión de trabajo. En este caso, el hecho de que fuera un taxista no es importante, lo mismo podría haber ocurrido con cualquier otro conductor; pero fue un taxista, que puedo hacerle yo.
Íbamos por una de las grandes calles de Barcelona. Para quien no las conozca, en muchas de ellas se da una extraña paradoja. Lo que a pie parece una inmensa avenida con multitud de carriles, cuando uno va conduciendo percibe más bien claustrofobia por la estrechez de los carriles, y la escasa distancia lateral (sobre todo, con los autobuses). Sobre todo, si te encuentras en las calzadas laterales, que se encuentran entre un bulevar y la acera.
En esta ocasión, íbamos por el carril de la izquierda. El vehículo que nos predecía (a demasiada poca distancia, para mi gusto), una berlina de color negro, decidió cambiar al carril derecho, probablemente con la intención de cambiar de dirección en la siguiente intersección. Pero el tráfico en ese carril repentinamente quedó atascado, al parecer había alguien intentando aparcar, así que el vehículo que nos precedía se tuvo que detener sin haber podido terminar de cambiar de carril, bloqueándonos el paso.
Al verlo, el taxista que me transportaba – un hombre bastante majo, por cierto – realizó un ademán de incomprensión e impaciencia. ¿Qué demonios hace ese parado ahí en medio? Hizo sonar el claxon, y sus labios abortaron lo que iba a ser un comentario de lo más soez (vale, durante un instante no pareció tan majo, el hombre).
Como dicen en algunas series: mientras tanto, en la berlina negra (de esto, obviamente, no tengo información de primera mano, pero nos quedaremos con una estimación fiable), el conductor debía estar atento para reconocer la calle por la que tenía que doblar. «¡Cáspita, si es esa! Tengo que cambiarme de carril ya… ¡Pero qué hace ese poniéndose a aparcar de repente! ¿No podía poner el intermitente para avisar con tiempo?… Y ahora, ¿por qué me pita ese -cap…- ser humano de buen corazón? ¿No ve que éste se me ha parado aquí delante sin avisar?»
Por completitud, veamos qué ocurría en el tercer vehículo involucrado, el que intentaba estacionar. Imagino que el conductor podría estar algo intranquilo, hacía ya dos manzanas que había pasado por delante del portal de su novia, y aún no había encontrado un lugar en condiciones para dejar su coche. «¡Ah! ¡Aquí! ¡Por fin!… ¿Y ahora que pasa por ahí detrás? ¿Por qué le pitan a ese coche negro?»
Como veis, nada que no ocurra una y mil veces en cualquier calle. La realidad es sólo una, pero todo el mundo tiene su visión. Y todos tienen razón. O, al menos, eso piensan ellos. Pero si se sentaran en un plató de televisión a hacer una tertulia sobre la jugada, no se pondrían de acuerdo. Si hubiera habido alguna colisión, probablemente se hubiera liado una tensa discusión.
Lo mejor de todo esto es que, al ser una situación tan cotidiana, cualquiera de los involucrados puede encontrarse interpretando el papel contrario en una obra similar. Sin ir más lejos, cuando el taxi llegó a nuestro destino, realizó una maniobra relativamente brusca para entrar en un hueco donde poder dejarnos con seguridad. Ignoro si provocó que otro vehículo tuviera que frenar, pero no sería de extrañar.
En el asfalto todos compartimos un mismo objetivo: llegar a un destino, vivos, enteros, sin asesinar a nadie,… y, a poder ser, lo antes posible. Además, como ser humanos dotados de punto de vista propio, siempre corremos el riesgo de interpretar la realidad de forma diferente a otro observador parcial. Lo cual también significa que otros interpretarán lo que hagamos de una forma diferente a nuestra intención. Por lo tanto, dada la simetría del asunto, ¿no estaría bien tener algo de empatía?
Foto | Royblumenthal, The Shopping Sherpa, Rodrigo_Soldon