De ‘El tormento y el éxtasis’, aquella película de 1965 en la que Charlton Heston interpretaba el papel de Miguel Ángel Buonarroti, recuerdo la clásica escena en la que el artista, trabajando en la Capilla Sixtina, recibía la visita del Papa Julio II, que le preguntaba:
— ¿Cuándo acabarás?
A lo que Miguel Ángel respondía:
— Cuando termine, Santidad, cuando termine.
Y esa es una escena que me viene a la cabeza una y otra vez en fechas como las que estamos, en fiestas navideñas, cuando todo el mundo va con prisas por la vida, pidiéndole a la carretera una urgencia desaforada. Como si no hubiera un mañana.
Durante estas fechas nos encontramos con un elevadísimo número de desplazamientos que se concentran… no ya sólo en pocos días sino en pocas horas. De un sitio a otro, de una comida a una cena, a una reunión familiar, a un compromiso. Con prisas.
Quizá el día que mejor ejemplifica esto que digo es el que está a punto de llegar. Cuando publique esta nota, faltarán 24 horas para que dé comienzo en la España peninsular la cuenta atrás por antonomasia, las campanadas de Fin de Año, y antes de ese momento las prisas se habrán trasladado al entorno vial. ¡No se puede faltar a la cita! ¡No se puede llegar tarde a las campanadas!
A ver, seamos serios… ¿Realmente vale la pena atormentarse tanto por si llegamos tarde? ¿Qué puede pasar? ¿Que comience el nuevo año sin estar nosotros sentados frente a las uvas? ¿Le va a dar un disgusto al reloj de la Puerta del Sol o a cualquier otro reloj porque no lo estemos viendo en ese momento? Peor sería que el nuevo año empezara sin nosotros, y eso puede suceder realmente si nos empeñamos en llegar a nuestro destino como sea, contra viento y marea.
¿Cuándo llegarás? Cuando esté allí
Lo de Miguel Ángel Buonarroti con el Papa Julio II siempre me ha recordado a mi abuelo Blas, fallecido ya hace unos años. El buen hombre, que fue conductor profesional de cualquier cosa que tuviera ruedas y motor y sirviera para transportar cosas o personas, tenía una respuesta muy similar a la del Miguel Ángel de Heston para cualquiera de los pontífices que, en forma de nietos incordiantes, le preguntaban en mitad del largo viaje:
— ¿Cuándo llegaremos, yayo?
— Mira, cuando estemos allí, te lo digo.
Supongo que su manera de pensar tenía que ver no sólo con su dilatada experiencia como conductor de largas rutas en tiempos difíciles, sino también con su condición de agricultor nato, criado en tierra de viñas y olivos. Hay un tiempo para la siembra y otro para la cosecha, y las cosas llegan cuando tienen que llegar. Fuera de la tierra labrada, sembrada y regada, sobre el asfalto, sucede exactamente lo mismo. Llegamos a nuestro destino cuando tenemos que llegar, ni más ni menos.
Es el éxtasis de llegar frente al tormento de ver que llegamos tarde.
Siempre que vienen estas fechas hacemos mucho hincapié en lo pernicioso de combinar alcohol y conducción, el otro día incluso nos lo recordaban unos chavales de 5º de Primaria; es necesario que así sea, es necesaria la conciencia de riesgo para evitar estar en riesgo. Y quien dice alcohol, dice el resto de las drogas, incluidos los medicamentos, la fatiga, el cansancio, el sueño, las distracciones, la velocidad excesiva y en general la falta de respeto por las normas, que es faltarle el respeto a los demás y exponerse y exponerlos a un riesgo vial de todo punto innecesario.
Sin embargo, los factores de riesgo no se acaban en el alcohol, las drogas, la fatiga y el cansancio o el sueño, las distracciones y demás. Hay factores que tienen que ver con nuestra actitud como conductores y que a veces no se tienen en demasiada cuenta. La necesidad imperiosa de cumplir con los compromisos sociales pueden transformarse en uno de esos factores si no sabemos poner esa necesidad en su sitio, si no sabemos manejar de forma adecuada nuestro papel como conductores.
Si no sabemos sacar del bolsillo la balanza y poner en un plato la prisa que tenemos y en el otro, lo mucho que nos jugamos.
En Circula Seguro | La Navidad, los factores de riesgo y la falta de conciencia de riesgo