La conducción requiere de la vista como sentido principal, sin el que resulta evidente que no es posible (hoy) conducir ningún vehículo. Teniendo eso tan claro, nos encontramos con multitud de casos diferentes en cuanto a la salud de la vista del conductor, y ya en otras ocasiones mencionamos lo poco que nos preocupa nuestra visión para conducir, en general. La percepción subjetiva es que vemos bien, igual que a pesar de habernos tomado unas cervezas «estamos perfectos para conducir«: en ambos casos conviene pensar que no somos los más indicados para juzgar nuestros sentidos, y necesitamos acudir al oftalmólogo con regularidad, y más cuanto más edad acumulemos a la espalda.
Los efectos oculares o visuales más característicos y reconocibles a la hora de conducir tienen que ver con nuestra agudeza visual, y con la capacidad de enfocar lo que realmente tiene interés para la conducción. Dependiendo de el estado físico del conductor, de su edad y de su preparación (en realidad, de su experiencia haciendo kilómetros), nos podemos encontrar con un problema, o no.
La agudeza visual versus la fatiga visual
La fatiga visual aparece cuando llevamos muchas horas conduciendo, cuando lo hacemos en situaciones estresantes, y sobre todo cuando lo hacemos con falta de luz: de noche. En esos casos, la vista sufre por la constante acomodación de la pupila, por la tensión que supone intentar escudriñar en la oscuridad, por los erráticos deslumbramientos de los coches que vienen por detrás, o que van en sentido contrario, y por múltiples motivos más (lluvia, suciedad del parabrisas, niebla…).
Por mucha agudeza visual que tengamos en condiciones «normales», de noche todos sufrimos fatiga. A veces escuchamos a alguien afirmar que de noche puede conducir más horas y sin cansarse, y eso, lamentándolo mucho no es verdad. Creerá que no se fatiga, pero sí lo hace por los motivos que estamos describiendo, y porque los humanos somos seres diurnos. Nuestra capacidad visual baja muchos puntos de noche, y en términos relativos, conducir de noche entraña más riesgo, y es más cansado.
Hemos de conocer esto para salir seguros, sabiendo que de noche nos vamos a fatigar más, que deberíamos parar más a menudo y, si es posible, evitar viajes muy largos en la oscuridad de la noche.
El ‘qué ver’, y el ‘dónde está’
Una diferencia obvia entre un conductor novel y un conductor experimentado está en los objetos que cada uno visualiza y cuáles considera de importancia. Para un conductor experimentado, la vista se enfocará lo más lejos posible y atenderá a los objetos que, según su experiencia, considera que deben ser observados con atención (un coche errático, una posible retención,…), mientras que lo que sucede en el entorno del coche queda asignado a la visión periférica.
Para un conductor novel, lo importante tiende a estar cerca del coche, puesto que la enorme cantidad de estímulos que recibimos a través de la vista mientras conducimos todavía no puede ser procesada de forma automática. Si recordamos nuestros primeros kilómetros en solitario sabremos perfectamente a qué nos referimos: hay tanto que hacer con las manos, tanto que ver con los ojos, coordinar nuestros pies… Casi parece que la conducción nos sobrepasa, y solo cuando acumulamos experiencia y kilómetros empezamos a automatizar rutinas que nos permiten enfocar nuestra atención en la distancia, y no en los tres metros por delante del morro.
Para alguien experimentado, la visión periférica actúa como filtro de información, y cuando un suceso requiere de nuestra atención, es cuando a visión directa entra en escena. Saber esto y comprender que como conductores noveles tenemos limitaciones, nos ayudará a salir más seguros y, sobre todo, no tomar excesivos riesgos.
Foto | Leo Hidalgo