Para este capítulo del especial Drogas y conducción que publicamos en Circula Seguro con puntualidad semanal nos vamos a ocupar del alcohol, una sustancia que por su carácter legal y de fácil adquisición, siempre ha tenido un amplio consumo y está en el punto de mira de las campañas de sensibilización tanto en materia de seguridad vial como médica.
Las encuestas han revelado que casi la mitad de los conductores de nuestro país, al rededor de un 42%, han bebido y manejado su vehículo en alguna ocasión. Este tóxico se convierte en uno de los mayores factores de riesgo en la conducción ya que esta implicado, directa o indirectamente, en al menos el 30% de los accidentes mortales de circulación según datos de la DGT.
Alcohol, historia y procedencia
El alcohol ha acompañado al hombre durante toda su historia. Hay teorías sobre la antigüedad de esta sustancia que la sitúan hasta 10.000 años antes de Cristo cuando aparecieron los primeros recipientes capaces de mantener miel o azúcares en los que se pudieron dar fermentaciones espontáneas. Cuando se descubrieron sus efectos, éstos fueron interpretados durante mucho tiempo como mágicos o religiosos.
Conocida por los Sumerios como «leche de cebada», la cerveza se conoce desde hace 4.000 a. de C y se puede fabricar a partir de trigo, avena, centeno o espelta aunque en la actualidad es común usar cebada germinada o malta. El vino ya era tan conocido como la cerveza en la misma época y hay que destacar la multitud de referencias bíblicas que existen sobre esta bebida.
Los destilados aparecen como una forma nueva de obtener bebidas alcohólicas. «Queman» el liquido en un alambique y aumentan su graduación. En el siglo VIII, los árabes ya describían métodos e instrumentos para la destilación. En Italia se destilaba alcohol etílico que fue utilizado en medicina en los años siguientes. En el siglo XVI el comercio de aguardiente fuera de usos medicinales se extendía cada vez más.
Se empieza a comerciar con Brandy que se presenta como vino destilado y reducido para facilitar su transporte al que se le añadiría agua a posteriori pero al parecer nadie aguaba ese vino y se puso de moda su sabor. Las órdenes religiosas se apuntan a la destilación y vemos hoy en día, como legado, nombres de licores que hacen referencia a la comarca u orden dónde se originó el licor como el Benedictine de los monjes benedictinos.
Formas de consumo y efectos del ‘cubata’
Si inicialmente se puede clasificar a la población entre bebedores y no bebedores, en los bebedores, el riesgo viene condicionado por aspectos de su consumo tales como las cantidades ingeridas de alcohol por periodo de tiempo. Se establece una unidad de medida llamada UBE que equivale a 10 gramos de alcohol puro. Un vaso de vino, una caña de cerveza o un carajillo se consideran 1 UBE. Una copa de licor o un combinado se consideran 2 UBE. Un litro de vino 10 UBE, un litro de vermut 20 UBE y un litro de licor 40 UBE. Así tenemos la siguiente tabla clasificatoria:
| Tipo de bebedor | UBE por día varones | UBE por día mujeres |
| Abstemio | 0 | 0 |
| Bebedor ligero | Entre 1 y 2 | Entre 1 y 2 |
| Bebedor moderado | Entre 3 y 6 | Entre 3 y 4 |
| Bebedor alto | Entre 7 y 8 | Entre 5 y 6 |
| Bebedor excesivo | Entre 9 y 12 | Entre 7 y 8 |
| Bebedor de gran riesgo | Más de 13 | Más de 8 |
Los consumos de riesgo son muy subjetivos y pueden presentar variaciones según el individuo. Muchos estudios consideran un consumo de riesgo en varones si se superan las 4 UBE por día y de 2,5 UBE en mujeres.
Hablando de la farmacología del alcohol etílico o etanol (CH3-CH2-OH), diremos que un gramo de alcohol aporta al organismo 7 Kcal que se denominan vacías ya que no son un aporte nutritivo para el organismo. El alcohol se absorbe en parte en el estómago y en el intestino delgado para distribuirse por todo el organismo menos en el tejido graso. Se instala por los tejidos en cantidad proporcional al contenido de agua por lo que se mantienen proporciones altas de alcohol en los sitios dónde más fluidos tenemos como la sangre y por circulación funcional en el hígado y el cerebro.
Para su eliminación, aproximadamente entre el 5 y el 10% se elimina por pulmones, riñón y sudor mientras que el resto se metaboliza en el hígado. Hay una cantidad de alcohol que se elimina sin metabolizar por orina, sudor o aire espirado y esas cantidades permiten saber el nivel de alcoholemia mediante los etilómetros. No entraremos en los factores socio ambientales, psicológicos o biológicos del alcohol ya que necesitaríamos varios artículos para tratar el tema e iremos directamente a ver la patología asociada al consumo de alcohol.
El alcohol afecta a todo el organismo y no exclusivamente en estados de alcoholismo severo o crónico. La lista es interminable, a saber: trastornos cardiovasculares, trastornos digestivos a todos los niveles, trastornos hematológicos, osteomusculares, metabólicos, endocrinos, cáncer, infecciones (en este caso de gran prevalencia sobre el alcohólico crónico), trastornos del sistema nervioso, síndrome alcohólico fetal y varios tipos de cáncer como el de hígado, páncreas, recto, colon, mama y orofaríngeo entre otros.
El alcohol genera dependencia aunque es verdad que los criterios para diagnosticar dependencia alcohólica incluyen a consumidores de cantidades elevadas que sufren desde síndrome de abstinencia a delirium tremens. Pero no hay que olvidar que no se necesitan dosis elevadas de consumo para padecer puntualmente trastornos como nauseas, vómitos, ansiedad o alucinaciones transitorias visuales, táctiles o auditivas. Y es en este punto dónde veremos que es incompatible con la conducción.
¿Por qué el alcohol y la conducción son incompatibles?
Uno de los problemas que presenta el consumo de alcohol en los conductores es que se infravaloran los efectos y las alteraciones que esta sustancia tiene sobre el rendimiento en la conducción. Solemos pensar que controlamos la situación y que somos capaces de conducir bien lo que nos hace tolerar niveles de riesgo más elevados. Para entendernos mejor diremos que bajo los efectos de alcohol podemos negociar una curva a más velocidad de la debida pensando que no nos estamos poniendo en riesgo y que podemos circular más rápido por la carretera ya que la sensación es de normalidad.
En este caso hablamos de consumos moderados, a medida que se va aumentando la ingesta alcohólica, la conducción y el manejo de vehículos se complica. Se ha comprobado que los movimientos oculares son más lentos por lo que la información que recibimos por esta vía es de peor calidad. Vemos peor las señales de tráfico, no calculamos bien distancias y nos fatigamos mentalmente. Son habituales choques por no respetar la distancia de seguridad y alargar o pasarnos en las frenadas, por ejemplo circular deprisa y detenernos en un semáforo en rojo invadiendo un cruce.
Se experimenta un aumento del tiempo de reacción ya que tardamos más en tomar decisiones y responder en consecuencia. Es la fórmula Tiempo de reacción igual a Tiempo de decisión sumado al Tiempo de respuesta. En consumos elevados la práctica de la conducción se antoja imposible ya que estaremos con mucha probabilidad delante de cuadros de visión doble, alteraciones del control y de la coordinación motora. La próxima semana hablaremos de la metadona.
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En Circula Seguro | ¿Conocemos las normas de circulación? (13): sobre el alcohol y sus efectos en la conducción