El SCT acaba de presentar su primera campaña dirigida específicamente al conductor de motocicletas. El bicampeón del mundo Àlex Crivillé presta su imagen en vallas publicitarias y su voz ya suena en las cuñas radiofónicas. A finales de febrero comentábamos el papel de Fernando Alonso en la creación del decálogo de la seguridad y la prudencia en carretera. Al mismo tiempo, el campeón del mundo de rallies Carlos Sáinz aparecía como asesor de la campaña «Ponle Freno», promovida por Fundación Antena 3.
Parece que asistimos a una revalorización del ejemplo del campeón. Ese que puede hablar con conocimiento de causa, tiene predicamento entre el público al que va destinada la campaña y además tiene el respaldo de las instituciones, que echan mano de su nombre para llegar con su mensaje a la población. ¿Es simplemente una moda o constituye un paso firme por la seguridad vial?
Que la seguridad vial es ya un problema de primer orden no tiene discusión. Más de un millón de muertos anuales en todo el mundo y unos 50 millones de heridos son un balance insostenible. Los gobiernos están encarando este polifacético problema desde diversos frentes. Los más llamativos son, de un lado, el castigo al infractor y, del otro, la presentación de conductas modélicas para concienciar a los más jóvenes.
Tiene su lógica: si te portas bien, no te castigo. Y además te muestro a estos ejemplos de la urbanidad, para que veas que es posible ser un crack de la conducción sin dejar de respetar las normas. Y ahora, si sigues saltándote la Ley, no tendrás excusa moral porque además de ir contra las normas vas contra tus ídolos.
Buen intento, pero falta al menos un elemento clave en todo esto: la educación vial. ¿Se puede hablar de educación vial cuando vemos las imágenes de Sáinz, Alonso o Crivillé? Creo que no. Simplemente son pinceladas de lo que está bien y lo que está mal, titulares en un mundo que reduce la información al formato de píldora, sin profundizar, ejemplos de la élite cuidadosamente elegidos y designados por las instituciones para concienciar al resto de la población.
El ejemplo del campeón abre brecha, pero tampoco tiene mayor sentido. Si mañana, Dios no lo quiera, Alonso fuera sorprendido por un radar a lo Hamilton, su imagen caería en picado y, con ella, el sentido de la campaña al completo. Esa fragilidad es el motivo por el que este tipo de acciones no pueden ser la base de nada, sino simplemente un complemento, más ilustrativo que otra cosa.
El trabajo de la educación vial es mucho más largo y complejo que todo esto. El día que un conductor cualquiera, no un campeón del mundo sino un fontanero, un banquero o una señora de la limpieza, sin haber sido seleccionado de entre la muchedumbre, pueda sentarse en una clase de Primaria a dar una charla sobre seguridad vial a los chavales, ese día habrá triunfado la educación vial. Porque se habrá asentado suficientemente entre la población común la necesidad de tener unas virtudes que de momento sólo publicitan los campeones del mundo.
Vía | Fundación Antena 3