Cuando era un chavalín, mi madre tenía que estar siempre detrás mío para que no destrozase el calzado haciendo el cafre con él. Obviamente yo no le hacía ni puñetero caso, *y así me duraban lo que me duraban* las bambas: dos suspiros y un resfriado, porque al *forzar la elasticidad del calzado* acababan separándose cuerpo y suela.
Me ha venido esto a la cabeza porque hace unos días nuestro lector *jracing* me contaba que había visto en algunos vehículos aparcados en fuertes pendientes descendentes *fuertes deformaciones en los neumáticos* como resultado de haber dejado las ruedas apoyadas sobre la acera, y me decía que eso tenía que ser malo para los neumáticos.
Y sí, eso me recordó a mi madre y a mis bambas hechas polvo.
Las fotos que me envía jracing, aunque no se corresponden con los casos más espectaculares que él recuerda haber visto, muestran una escena del todo habitual. Un coche con el neumático completamente *hundido en el bordillo* de la acera porque el conductor cree que es mejor dejarlo así por si acaso cede el mecanismo del freno de mano y el vehículo se precipita cuesta abajo.
De hecho, no es incorrecto girar el volante hacia la acera cuando aparcamos en una pendiente, ya que así evitamos en la medida de lo posible *que el vehículo pueda caer libremente* si falla nuestro sistema de frenado. Y precisamente por eso la Ley prevé esta posibilidad de forma exigible… en unos casos muy concretos:
Cuando se trate de un vehículo de más de 3.500 kilogramos de masa máxima autorizada, de un autobús o de un conjunto de vehículos y la parada o el estacionamiento se realice en un lugar con una sensible pendiente, su conductor deberá, además, dejarlo debidamente calzado, bien sea por medio de la colocación de calzos, sin que puedan emplear a tales fines elementos como piedras u otros no destinados de modo expreso a dicha función, bien por apoyo de una de las ruedas directrices en el bordillo de la acera, inclinando aquéllas hacia el centro de la calzada en las pendientes ascendentes, y hacia fuera en las pendientes descendentes.
En otras palabras, este es un recurso obligatorio en el caso de los vehículos más pesados siempre que no dispongan de calzos para garantizar su inmovilidad, pero de ninguna manera eso significa que haya que *machacar el neumático contra el bordillo*, como sucede en el caso que nos ocupa.
Y es que, forzando la rueda de esta manera, se pueden conseguir al menos dos efectos adversos que se me ocurren a bote pronto: el primero, *que se deforme la carcasa* (la estructura interna del neumático), bien sea por soportar el peso del vehículo mientras el neumático sigue la forma del bordillo, bien sea por el más que previsible impacto de la rueda al llegar a la acera. El segundo efecto adverso tendría que ver con la parte exterior del neumático, y es la *erosión* o hasta el *corte de la goma* al darse un refregón contra la acera, especialmente si el bordillo es de *cantos afilados* (que no deberían existir, pero haberlos haylos).
Por otra parte, y dependiendo de la manera de dejar caer el vehículo sobre el bordillo antes de echar mano del freno de estacionamiento, no podemos descartar fatigas en el sistema de la *dirección* si forzamos las bieletas de la rueda correspondiente al lado de la acera, abolladuras en la *llanta* si llegamos al límite de deformación del neumático e incluso, ¿por qué no?, daños en los asientos del *amortiguador*. Por mucho que los elementos del vehículo puedan estar sobredimensionados, lo malo de jugar con fuego es que podemos acabar chamuscados.
En resumen, ¿girar el volante para aparcar en pendiente? De acuerdo, pero con cuidado y sin apoyarse salvajemente en el bordillo.
Foto | Josep Camós (1), jracing (2, 3)