Cuando conducimos es frecuente que nos encontremos con situaciones en las que el carril por el que circulamos se acaba y nos vemos obligados a cambiarnos hacia uno u otro lado para poder continuar con nuestra marcha. Cuando eso ocurre en una carretera medio desértica, no hay mayor problema. Sin embargo, si nos encontramos con esta situación en una vía algo saturada, con nuestra forma de hacer podemos conseguir que la carretera se sature aún más o, por el contrario, que haya algo de fluidez a la hora de pasar por ese cuello de botella.
Entendemos como efecto cremallera aquella situación en la que los conductores facilitan la incorporación a los vehículos procedentes del carril vecino de forma que la circulación de ambos carriles se funde en uno solo de forma ágil y segura.
Pero para llegar a conseguir que el efecto cremallera sea útil y efectivo, debemos tener la capacidad y la voluntad de realizarlo con el mayor cuidado posible. Y lo primero será tener en cuenta un par de puntos básicos.
Ni la calzada ni el carril nos pertenece. En todo caso, circulamos por él, lo utilizamos, pero nada más. Y como nosotros, el resto de usuarios de la vía. Por lo tanto, todos tenemos el mismo derecho a circular y emplear ese mismo carril. Por otra parte, en una situación en la que la carretera se estrecha es frecuente que nos invadan las prisas. De la misma forma que nosotros tenemos unos horarios que cumplir, nuestros involuntarios compañeros de retención tendrán las mismas urgencias.
Es más ágil quitar velocidad y seguir moviéndose que correr y detenerse. Por eso el objetivo será siempre permanecer en movimiento y a baja velocidad. Cualquier cosa menos jugar a acelerar al grito de «no pases, que el carril es mío» para acabar pegando un frenazo salvaje a dos centímetros del coche de delante.
Con esto como premisa, ¿cuáles son los pasos que debemos seguir?
Cambiarse de carril cuanto antes. Esto es algo que a la gente le cuesta entender, verdaderamente. Hay una señal muy simpática que nos informa de que va a haber un fin de carril. Sin embargo, pasa desapercibida por muchos conductores que siguen y siguen circulando por el mismo lugar, no sé si con la esperanza de comprobar que no tendrán que pasar jamás al carril vecino.
Aumentar la distancia de seguridad con el vehículo que nos precede. Es cuestión de previsión: si en el carril que se va a cerrar hay alguien circulando, es de cajón que ese alguien necesitará cambiar de carril. Por eso, si vamos aumentando la distancia estaremos generando un hueco para que el cambio de carril sea fluido. Si por contra nos adherimos al paragolpes del coche de delante, lo único que conseguiremos es acabar el día haciendo un parte de los que se etiquetan como «colisión por alcance».
Al acercarse al punto crítico donde se acaba el carril actuar como si el vehículo que circula a nuestro lado estuviese ya delante de nosotros. Es decir, contar con sus acelerones y sus frenazos como si se estuviesen produciendo en nuestro mismo carril. De esta forma, cuando el conductor vea que realmente no puede hacer otra cosa que cambiarse de carril, podrá hacerlo sin mayor dificultad. Y como quien la sigue la consigue, es posible que, para otra vez, tenga cuidado de abandonar el carril con mayor antelación. O no, pero que por nosotros no quede.
Al llegar al estrechamiento, controlar al resto de vehículos por los espejos exteriores, ya que hay por ahí una tropa de pilotos de carreras frustrados que no pierden la ocasión de mostrarnos cómo de hábiles son con el volante, que no con la anticipación que caracteriza a un buen conductor.
Y esa es la forma en que podemos contribuir a que la retención sea algo más fluida y segura. Entorpecer el efecto cremallera supone generar mayores dificultades al conjunto de la circulación y, por tanto, a nosotros mismos. Por eso, si la carretera es de todos, entre todos tenemos el deber de hacer que la conducción sea lo más ágil dentro de las posibilidades de cada situación, también cuando hay un cuello de botella.
Foto | Flickr (emildom75, Zentolos)