Ayer precisamente se cumplían los dos años que pasé por el indispensable suplicio del examen de teórica. Y como siempre que ocurren estas efemérides, uno se pone un poco tontico con los recuerdos. Es uno de esas épocas que casi todo el mundo vive, pero que marcan un antes y un después. Como el antiguo servicio militar.
Después de 730 días y 43 mil kilómetros, que no son demasiados pero tampoco son pocos (más de una vuelta a la Tierra), sucumbo a la tentación de pasar balance y me pregunto ¿valió la pena?
Sin ser un caso extraordinario, represento el típico. Tras cumplir la edad legal, tardé más de 9 años en decidirme a obtener el permiso de conducción. Cuando me preguntaban cuándo me lo sacaría, solía responder «tú me ves cara de asesino».
Era una broma, claro. Pero ya indicaba cierta sensibilización por el hecho que conducir, si no se hacer con consciencia social, puede provocar daños. Quizá porque de pequeño, desgraciadamente, ya me vi envuelto en un par de incidentes.
Bueno, que me desvío del tema. ¿Valió la pena obtener el permiso?
Por supuesto, tener el carnet tiene ciertas ventajas. Principalmente, poder conducir un coche. Eso significa tener cierta libertad de movimientos, no tener que depender de terceras personas, o servicios públicos, para realizar desplazamientos.
Sin embargo, siempre hay que tener en cuenta que esos desplazamientos también se pueden efectuar de otras formas. De hecho, era perfectamente feliz sin coche, y muy pocas veces me veía limitado.
Por supuesto, ahora hago cosas que antes no podía hacer, o que me costaba poder hacer. Pero también es cierto que he dejado de hacer multitud de cosas que antes hacía. Las cosas cambian, siempre. Pero eso no tiene porqué querer decir que sean mejores. Ni peores. Simplemente diferentes, seguro que no lo habías escuchado nunca.
No es sorprendente decir que tener un coche tiene sus desventajas. Sobre todo, económicas. Si intento sumar todo lo que me he gastado entre la autoescuela (que se lo ganó bien ganado, eso es cierto), la compra del coche (una ganga), todas las reparaciones (vale, no era tan ganga), y… el combustible. Que si antes lo llamaban oro negro, ahora deberíamos llamarlo agujero negro para el bolsillo.
Pero bueno, también es obvio que hoy en día nada es gratis. Quien algo quiere, algo le cuesta, nos gusten o no son las reglas del juego (para casi todos). Las alternativas también tienen su coste. Menor, sí, pero también proporcionan algo menos de libertad.
Con todo esto, ¿valió la pena? Para dar una respuesta definitiva, sería necesario poder saber como sería mi vida si no lo hubiera hecho. Pero si tengo que mojarme y dar una respuesta, diré que sí, vale la pena tener la opción de coger el coche.
Y digo opción, porque no es la única. Si algo he aprendido en estos dos años, a parte de limar poco a poco los defectos para ser cada día un poco más seguro, es que no es obligatorio coger el coche cada vez.
Habrá veces que será imprescindible, pero muchas otras podemos perfectamente optar por otras opciones más ecológicas, baratas y sin ciertas incomodidades inherentes a al vehículo privado (como buscar sitio para aparcar, por ejemplo). Porque, como una vez escuché decir al maestro, la mejor movilidad es la que no se necesita.
En cualquier caso, elijas lo que elijas, cada día, no te olvides de tu seguridad, y la de los demás. Circular seguro sí que vale la pena.
Foto | ccarlstead, edans, procsilas