¿Susto o miedo? He ahí el dilema

Josep Camós

30 de octubre de 2009

Ahora por aquí lo empezamos a llamar Halloween, pero el homenaje anual a los difuntos está tan arraigado entre nosotros como cualquier otra celebración pagana. Estos días recuerdo a una vecina que tuve, una señora ya mayor, muy andaluza ella, que cada vez que veía en la tele el primer anuncio de Halloween en Port Aventura nos preguntaba en casa: «Y a ustedes, ¿esto no os da susto?»

La primera vez que lo preguntó ni siquiera entendí lo que quería decir. Luego traduje mentalmente: «Ah, quiere decir si no nos da miedo». Extraña confusión.

Y el viernes pasado, al hilo del comentario que dejó mi compañero Morrillu en aquella triste entrada sobre el atropello a los mossos d’esquadra, la imagen de aquella mujer (Carmen, se llamaba) me volvió a la cabeza. Y es que no es lo mismo pasar miedo en la carretera que pasar un susto al volante.

Miedo, nunca. Pero es que susto… jamás de los jamases.

Miedo

El miedo es, dicho mal y deprisa y que me perdonen los especialistas en la materia, una emoción que se manifiesta como reacción de autoprotección contra un ataque. Notamos que algo o alguien nos puede atacar, sentimos una cierta angustia y esto, en principio, nos impide tensar la cuerda sobre la que se balancea nuestra suerte. Puede ser más o menos irracional, pero el miedo es en definitiva un mecanismo de supervivencia que nos atenaza para evitar que corramos riesgos mayores. Puestos al volante, el miedo irracional a conducir se manifiesta en eso que llamamos amaxofobia. La persona que se siente atacada por el tráfico, o la velocidad, o las pendientes, o los estrechamientos, etcétera, tiende a rehuir la conducción en esas circunstancias que le afectan negativamente y de forma directa. Es decir, el miedo le impide ponerse en situaciones que considera de alto riesgo.

Y entendemos por «susto» el espasmo como reacción ante un suceso inesperado. Un petardo en plena noche, el ladrido de un perro cuando pasamos tranquilamente por su lado… hasta que nos llamen por teléfono cuando no lo esperábamos nos harán dar un respingo, esto es, nos darán un susto. En todos estos ejemplos, hay un componente común: lo inesperado. El que sufre sustos al volante es un conductor que no evalúa de forma adecuada los riesgos que le rodean. No se anticipa de forma correcta, y de ahí que yo diga: «Susto… jamás de los jamases». Como explicó muy gráficamente Morrillu en aquel comentario:

«Pregúntate cuándo ha sido tu último susto, ya fuese por culpa tuya o por culpa de otro conductor. Si no lo recuerdas, lo estás haciendo bien. Si lo tienes muy reciente, algo estás haciendo mal y más vale que pienses el porqué.»

Amén.

Y esto sucederá en mayor medida si estamos predispuestos, por ejemplo, sufriendo de estrés continuado. Los estudiosos de estas cuestiones fijan el susto como uno de los grados del miedo. El terror, el pánico y el susto serían grados intensos de miedo, mientras que la simple inseguridad o la indecisión serían grados más suaves de esta emoción. Lo que está claro es que una persona que pasa miedo al volante se estresa tanto y se atenaza tanto ante las situaciones que la hacen sentir insegura que al final resulta ser el blanco perfecto para toda clase de sustos.

Conduciendo, del miedo al susto hay un tenue paso.

Conclusión: Más vale no tener miedo en la carretera para evitar sufrir sustos al volante.

Ah, pero los sustos pueden venir sin necesidad de tener miedo.

Segunda conclusión: Más vale anticiparse bien a los acontecimientos para evitar sufrir sustos al volante.

Foto | Josep Camós, vecinodelquinto!

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