Shanghái, domingo por la mañana. Son poco más de las 8:00 del día 19 de abril y el camino que separa el Aeropuerto de Pudong del hotel se presenta lleno de coches y camiones. Flota en el ambiente un cierto aire de irrealidad que se hace palpable al primer frenazo de los muchos que vendrán. Bienvenidos a Shanghái.
Nuestro chófer es un infractor de guantes blancos. La autovía está limitada a 80 km/h, que es la velocidad a la que reajusta su vehículo cada vez que unas luces semejantes a flashes le hacen destellos, advirtiéndole de la presencia de un radar. Cuando no es el caso, aumenta hasta 110 km/h y ahí se mantiene, zigzagueando de forma ágil entre los diferentes carriles para hacerse con el primer hueco que detecta.
No parece haber orden ni concierto en su actuación, ni en la actuación de muchos de los conductores que nos rodean. Lo mismo adelantan por un lado que por otro, casi siempre sin dejar apenas espacio con el vehículo adelantado, antes de volver al carril —si es que se puede hablar de volver a un carril cuando no hay un carril por el que los conductores tengan predilección. Son frecuentes también las situaciones de riesgo en las que estamos a punto de convertirnos en el relleno de un suculento sandwich entre dos coches que se disputan un mismo carril: el que ocupamos nosotros.
Pero se trata de un caos ordenado. O eso hay que suponer, tras ver que todas las situaciones se resuelven de un frenazo, por fortuna para todos los presentes. Apenas suenan las bocinas de los coches en las carreteras que circundan Shanghái, sólo en una ocasión en la que se termina un tercer carril y la reacomodación de los vehículos se produce de un modo caótico… y acelerado. Eso es lo que más sorprende, quizá, de todo lo que se ve un domingo a primera hora en Shanghái, aparte de la misma densidad de tráfico a esas horas de la mañana: que las maniobras se suceden a velocidades poco recomendables.
Sobreviendo como peatón en las calles de Shanghái
Ya en la ciudad la cosa empeora. Nuestro chófer es ahora otro individuo, cuyos patrones básicos de comportamiento al volante no difieren demasiado de los de sus varios compañeros que me llevarán arriba y abajo durante las próximas 72 horas. Se palpa en el ambiente que los conductores no sólo se dejan llevar por una suerte de histeria colectiva, sino que la cosa es más profunda que todo eso. Parece un problema relacionado con su evolución como conductores, y como ciudadanos en general.
Al pisar la calle, lo primero que sorprenden a unos ojos occidentales son los ciclomotores campando por la acera, entre la muchedumbre. Uno tiene la sensación de que el uso de vehículos ha evolucionado de la bicicleta a aparatos mayores, pero la mentalidad de sus conductores se ha quedado donde estaba. En consecuencia, los conductores tienden a circular sin casco y a meterse por cualquier sitio, mientras quepa la bicicleta, el ciclomotor, el coche o lo que se tercie. Y que quepa quiere decir estrictamente eso para los conductores shanghaianos: que no roce contra lo demás.
Lo segundo que sorprende es la cantidad de bocinazos que se arrea la gente de coche a coche, a veces para advertir de maniobras curiosas que se van a llevar a cabo de forma irremisible, a veces para protestar por alguna maniobra curiosa inesperada, y otras no se sabe muy bien por qué razón. Suena Shanghái a pitadas irrefrenables a cualquier hora del día o de la noche, mientras el caos se apodera del centro urbano, allí donde las calles se presentan llenas de tiendas que son exactamente iguales a las tiendas que podríamos encontrar en cualquier otra ciudad del mundo.
Una maniobra que abunda es el giro hacia la izquierda en una calle de doble sentido, sin respetar en absoluto la más básica norma no ya de prioridad sino de simple educación. Dejo de contar coches y ciclomotores que se entrecruzan cuando en un paseo a pie los casos superan la veintena. Lo curioso es ver cómo un conductor decide cortar todo el tráfico y los otros conductores tienen dos reacciones posibles: o se detienen in extremis [pitada], para no chocar [pitada], o bien giran [pitada] el volante [pitada] y pasan, [pitada] esquivando el problema y [doble pitada] aprovechando el hueco aunque venga otro vehículo de frente [pitada] y a una distancia mínima [doble pitada larga].
Se nota especialmente el hábito de aprovechar el hueco, entre los conductores shanghaianos. Lo hacen en cualquier situación. Incluso si giran hacia la derecha y encuentran peatones cruzando la calle de forma ordenada por el paso de peatones con semáforo en verde, incluso en una situación así los conductores pasan y dejan un hueco mínimo entre sus vehículos y los peatones. Al principio sorprende. Enseguida comprendes que lo mejor es hacer piña con el gran grupo de peatones. De esta manera, en caso de atropello hay más gente entre la que repartir el golpe. No queda otra que plantearse la realidad con algo de humor negro, y adaptarse.
Shanghái, como observatorio de un futuro distópico
En cuestión de seguridad vial, Shanghái tiene por delante varios retos, no sólo porque su circulación se encuentre extremadamente congestionada y sea manifiestamente peligrosa, sino sobre todo porque se encuentra en evolución hacia peor. La municipalidad entera, la división territorial que abarca la ciudad y sus alrededores, cuenta con 20 millones de habitantes que hoy por hoy utilizan unos tres millones de coches matriculados y cuyo parque de automóviles está creciendo de forma espectacular, como ocurre en toda China. Y sólo el año pasado se registraron en Shanghái más de 10.290.000 infracciones de tráfico, la mayoría relacionadas con excesos de velocidad, alcoholemias y semáforos en rojo.
Un primer vistazo a los comportamientos de los conductores nos muestra semáforos que no se respetan, con resultados chocantes de todo tipo, y marcas viales longitudinales continuas que no se respetan, dando lugar a extrañísimas situaciones en cualquier momento del día, pocas veces exentas de riesgo. De hecho, los conductores de la ciudad china son célebres por estas faltas de respeto a la seguridad vial, que se confunden con otro tipo de comportamientos ya rayanos en lo criminal. Quizá el caso más llamativo lo conocimos semanas atrás, a raíz del atropello del policía Mao Shengquan, por un conductor que desobedeció las órdenes del agente de forma flagrante.
Visto sobre la acera de Shanghái, no me sorprende el atropello. Hay una agente de policía intentando regular el tráfico en la intersección entre las calles Nanjing y Chandge, cerca del turístico Templo de Jing’an, pero pocos conductores parecen atender a sus órdenes. Una lectura sobre la reciente evolución de la cultura automovilística china nos habla de la percepción del éxito personal ligado a la adquisición de grandes coches, de manera que los conductores fácilmente adoptan comportamientos de nuevo rico, llevados al volante. El usted no sabe con quién está hablando de toda la vida, pero sin hablar: pitando y pasando, o pasando y pitando.
Decididamente se trata de una cuestión actitudinal. Las autoridades de la ciudad se defienden explicando que la exigencia para obtener un permiso de conducir en Shanghái ha aumentado de manera que ahora sólo aprueban el examen entre un 50 y un 70 % de los aspirantes a conductor. Claro, que ya se sabe que una cosa es conocer la norma y otra muy diferente cumplirla. Y en Shanghái las normas de tráfico simplememte no se cumplen. Al menos no de manera sistemática.
¿Es el de Shanghái un caso aislado? Depende de cómo lo miremos. La ciudad es la más poblada de China, lo que nos ofrece una perspectiva de peor caso, y eso en principio nos lleva a pensar que como en Shanghái en ningún sitio —por fortuna. Pero también es cierto que, sin salir de China, durante el último año se compraron casi un 60 % más de coches que en 2013: 20 millones de vehículos nuevos del tirón. Si los nuevos conductores no son capaces de canalizar sus emociones al volante, y si las autoridades no hacen nada por remediar el problema, el conflicto que ahora vive Shanghái podría reproducirse en otras ciudades. Por analogía, ¿quién nos garantiza que este modelo —este triste modelo— no es exportable a otras grandes ciudades del mundo?