Los conductores tenemos una extraña manía, la de hablar, gritar o hacer gestos al parabrisas. Sí, ese elemento de vidrio laminado es un pozo que se encarga de recoger nuestra frustración, improperios y menciones a la madre de otro conductor. Es como Madrid para las manifestaciones.
Este fenómeno se puede observar en dos situaciones, dentro del coche en el que se producen, o fuera del coche donde se producen. ¿Quién de copiloto no ha observado cómo el conductor ha hablado de la familia del que iba delante? ¿Quién no ha pensado eso de “¡Si no te va a oír!”?
Dada la imposibilidad de establecer una comunicación verbal entre ofensor y ofendido, hay que ir más allá de las palabras y recurrir al lenguaje corporal, a “hacer manitas”, de ahí la elección de esta imagen para abrir el artículo. Pero profundicemos un poco.
Lo reconozco, a veces me dejo llevar por mis instintos y lanzo improperios y blasfemias contra otros, siempre con la ventanilla subida y sin posibilidad de que me oigan. A ventanilla bajada y gozando de atención ajena soy mucho más comedido, prefiero no iniciar algo más que palabras, no es digno de personas educadas.
Sin embargo, disfruto más con la función de ofendido que la de ofensor. Imaginemos una típica situación en autovía. El carril derecho con varios coches, el izquierdo es donde voy. Tengo tráfico delante, no puedo adelantar, pero voy más rápido que los de la derecha, y mantengo una distancia de seguridad generosa.
De repende viene el típico “prisas”, que tiene un tiempo más valioso que el mío y el de todos los que vamos en el carril izquierdo. Se pega a mi paragolpes. En aras de la seguridad vial, le enseño mis luces de freno para que se separe un poco de mi. Si a la tercera no lo entiende, freno de verdad, pero muy poco y brevemente.
Entonces empieza lo que llamo el festival del guiñol, todo tipo de gesticulaciones y movimientos bucales. Me dan ganas de decirle, como si lo tuviese delante: “¿Pero acaso no ve que es imposible avanzar, maldito imbécil?”. Lo siento, soy humano y a veces me dejo llevar en mi pensamiento.
Prefiero que mente a mi madre, a toda mi familia y a mis difuntos, pero que se separe de mi coche, así si tengo que frenar de verdad, no me provoque una lesión cervical, me destroce el coche y todo eso. Es decir, hago un intercambio, dejo que me insulten a cambio de reducir la posibilidad de un accidente.
Cuando puedo, despejo el carril izquierdo, o si los que me preceden aumentan el ritmo, lo subo dentro de cierto margen. El caso es que no voy estorbando voluntariamente, lo que no quiero es hacer lo mismo que mi “perseguidor”, ir molestando a los demás y causar peligro por arañar unos segundos de nada.
En otras ocasiones nos podemos llevar una reprimenda más justificada, como no ceder adecuadamente el paso. Intento reflexionar cada vez que me echan la bronca, ¿está justificado o trato con un frustrado que libera sus problemas al volante? Suele ser más lo segundo que lo primero.
En la autoescuela nos enseñaban que había que ser corteses, educados y respetuosos con otros conductores. Eso de hacer la peineta, insultar, desafiar con la mirada o amedrentar con el morro del todoterreno no dice nada de nuestro estado evolutivo, ni de nuestra educación.
Supongo que es inevitable que haya roces entre conductores, pero cuantos menos haya, mejor. A veces dan ganas de contestar y ponernos a la misma altura moral que el ofensor, pero creo que lo mejor es hacerse el sueco y pasar del tema. En Internet hay una expresión que define eso: “Don’t feed the troll”. Pues eso.
Fotografía | Screaming_monkey (I), reynolds.james.e (II), dpstyles™ (III), Anika Malone (IV)
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