Curiosamente, en un entorno inundado de asfalto, muchas poblaciones han encontrado un desahogo en la agobiante escasez de aparcamiento en descampados sin pavimentar. Ya sea en las afueras, o islas de terreno que en su día, por los devenires de la especulación, quedaron sin edificar. Incluso, a veces, en la misma arena de la playa.
No es que tenga información fiable al respecto, pero supongo que su origen es tan antiguo como la automoción personal masificada. «Si no encuentro sitio para aparcar, pues lo dejo ahí, total no hay nada». Bueno, en muchos de ellos solía haber niños jugando, cuando aún podían (y querían) hacerlo al aire libre.
Con el tiempo, el uso de solares como salvación del que intenta dejar encontrar un lugar donde depositar se ha institucionalizado. E incluso, en algunos casos, oficializado mediante señales colocadas por las autoridades locales. Aunque raramente van más allá de marcar la zona de entrada.
Normalmente con un mensaje de descargo de responsabilidad del estilo «aparcamiento no vigilado» (aunque a menudo sí son vigilados, pero no por gente interesada en salvaguardar la integridad de los vehículos depositados).
Sin embargo, esa oficialización no suele extenderse hacia un mínimo de cuidados del terreno. No sé si las suspensiones son religiosas, pero si lo fueran, los descampados serían su infierno. No sé cuánto le costaría a un ayuntamiento alquilar una excavadora cada tres o cuatro años para que arreglara los baches más espectaculares, pero sin duda los podrían financiar con los pagan zona azul para no aparcar en descampados.
Si algo tienen en común todos los descampados utilizados como aparcamiento que yo he conocido, que no son ni pocos ni demasiados, es que son la selva. Cuando están relativamente vacíos, uno puede observar la voluntad de los vehículos ahí almacenados de imitar lo que vendría a ser el aparcamiento en batería resiguiendo el perímetro del terreno.
No obstante, cuando la cosa empieza a estar más llena, se comienzan a formar filas intermedias, dejando entre sí el espacio que uno buenamente considera necesario para que el resto de coches pasen. Lo malo es que lo que un conductor considere puede no ser suficiente para otro, lo cual hace que no acabe de ser muy cómodo conducir entre estas filas improvisadas. Todo ello, agravado por el poco aprecio por la línea recta que el ser urbano demuestra en estos casos.
Lo que siempre me he preguntado es ¿cómo se lo monta uno cuando es el primero que no tiene espacio en la periferia, y se ve obligado a empezar la primera fila imaginaria? A mi, francamente, me daría mucha cosa dejar el coche ahí tirado en medio de todo, solito. Casi que tendría ganas de esperar en un rincón a que viniera otro conductor para ver que hace, y aparcar dócilmente a su lado.
El caso que me parece más agobiante es el de descampados relativamente angostos, donde entre las dos filas laterales en batería a penas unos cuantos metros para pasar por el medio. Quizá por casualidad, quizá por malicia, parece que hay bastantes que cumplen estas proporciones. Cuando los bordes están llenos, suele pasar que se forma una fila de coches, aparcados en cordón intentando dejar suficiente sitio en cada lateral. Enhebrar la aguja, casi literalmente.
Con todo lo dicho, ¿sabéis cual es el peor enemigo de los descampados utilizados para aparcar? ¡El circo! Una vez al año, se apodera de la zona durante una semana. Supongo que es por eso por lo que tantísima gente odia los payasos…
Foto | Ingolfson, Reynolds James E