Seguro que todos hemos oído hablar de elementos de seguridad activa y pasiva. Sin embargo, aunque a menudo nos olvidemos de mencionarlo, hay un tercer tipo de elementos de seguridad vial, que se encarga de evitar que los efectos de un accidente se agraven después de haberse producido.
Hagamos un pequeño repaso teórico. Los elementos de seguridad activa, o primaria, entran en juego para evitar que se produzca un siniestro. La mayoría se basan en la suposición que las acciones del conductor son correctas, ayudándole a no perder el control. Es el caso del ABS y ESP, por poner dos ejemplos.
Con el progreso tecnológico, aparecen cada vez más sistemas de seguridad que advierten al conductor cuando sus acciones no son las adecuadas (avisadores de cambio de carril involuntario, lectores de señales de tráfico, alarmas anti-somnolencia, etc.), e incluso algún día serán comunes sistemas que lleguen a tomar el mando cuando las circunstancias lo exijan (por ejemplo, sistemas que detecten una frenada de emergencia en el coche predecesor).
Cuando todo esto falla y se produce el accidente, entra en juego la seguridad pasiva, o secundaria. Son elementos que se encargan reducir las consecuencias de la colisión mientras se está produciendo. En esta categoría, hay un rey indiscutible: el cinturón de seguridad, que muchos consideran como el invento que ha salvado más vidas tras la penicilina. Otros ejemplos serían el air-bag, las zonas de deformación programada, etc.
Pero la cosa no se acaba aquí. Cada vez más, los vehículos modernos incluyen dispositivos que siguen cuidando de nosotros después de que se haya producido el accidente. Porque aunque los elementos de seguridad pasiva hayan funcionado, seguramente no estemos en la mejor de las situaciones.
Básicamente, distinguimos dos tipos de mecanismos de seguridad terciaria: los que tratan de impedir que se produzcan fenómenos que agraven el estado, y aquellos que ayudan a que seamos rescatados con facilidad.
Uno de los mayores riesgos que acechan justo después de un accidente es la posibilidad de que se produzca un incendio, como le ocurrió al desafortunado vehículo de la imagen anterior. Así que gran parte de los esfuerzos en seguridad terciaria van encaminados para reducir las probabilidades de que ello ocurra.
En primer lugar, tenemos el apagado automático del motor. No olvidemos que, de alguna forma, los motores de combustibles fósiles funcionan creando un pequeño incendio controlado centenares de veces por segundo, dentro de los cilindros. Si las piezas del motor se han dañado y la inyección de combustible sigue funcionando, este incendio podría descontrolarse y extenderse. Oye, sobrevivir al choque para morir calcinado me parece una putada lástima, que quieres que te diga.
Este es el motivo por el que siempre se ha recomendado apagar el motor manualmente en todo vehículos accidentado. Y, de hecho, humildemente yo considero que se debe seguir haciendo. No podemos saber si ese motor en concreto disponía del sistema de apagado automático. O aunque lo tenga, puede que haya fallado (después de todo, un accidente se caracteriza por que las cosas no han ido como debían ir, ¿no?).
Otro punto importante para evitar incendios es el diseño del depósito de combustible. Porque si se desparrama su contenido, la más mínima chispa o pieza muy caliente tras el accidente puede propiciar la ignición del carburante. Por supuesto, la bomba de combustible y las canalizaciones hacia el motor también son puntos críticos en este sentido.
Bien, ahora que ya hemos hecho todo lo posible para evitar que se produzca un incendio, la seguridad terciaria nos ayudará a salir del vehículo. O, si no podemos hacerlo, por lo menos se lo pondrá fácil a nuestros rescatadores. Lo primero a tener en cuenta es que el vehículo no se convierta en una jaula de la que no podamos salir de ninguna forma.
Esto empieza por la desactivación de los mecanismos de seguridad pasiva, como el desinflado del air-bag y hebillas del cinturón de seguridad de fácil apertura (aunque espero que sean más sencillas de abrir que el abre-fácil de los cartones de leche…). Y, por supuesto, deben soportar la colisión y seguir siendo fáciles de abrir tras haber sometido a intensas fuerzas.
En segundo lugar, otro de los peligros típicos tras un accidente es que la deformación de la carrocería encalle las puertas, atrapándonos en el interior. La seguridad terciaria propone rediseñarlas de forma que esto no ocurra, de forma que sea necesario esperar a que vengan los bomberos con equipo especializado para acceder al interior del vehículo.
Como veis, la seguridad vial no consta únicamente en evitar accidentes. La seguridad terciaria también puede salvar vidas, aunque por supuesto es mejor no necesitarla nunca. No obstante, quizá con la excepción del eCall, no es que se oiga hablar mucho de ella, ¿alguno de vosotros sabe si su coche tiene el sistema de apagado automático del motor? El mío, ni idea.
Foto | Pablo Herrero, Amagill