En ocasiones es beneficioso echar un vistazo al pasado para tratar de aprender de los errores, pero también de los aciertos. No hace tantos años (hace unas tres décadas), los sistemas de retención carecían de la obligatoriedad que poseen en la actualidad. Y lo que es peor, pocos conocían las consecuencias de no usar de los cinturones de seguridad.
Esto derivó incluso en bravuconerías populares en contra de su uso. Si a este mismo ejercicio de memoria añadimos los sistemas de retención infantil (SRI), ese pasado se torna doloroso. Existió una época no tan distante en la que los niños viajábamos sin ningún tipo de sistema de retención.
A fecha de hoy es complicado recrear situaciones tan cotidianas por entonces. Dicho esto, aún existe quien no usa los sistemas de retención infantil. Por fortuna, los resultados de las investigaciones terminaron por traer cordura e inversión para las tecnologías que facilitan el viajar seguros dentro de un vehículo. Tal y como ocurre en la actualidad cuando hablamos de la tan recomendada instalación a contramarcha de las sillitas infantiles, o defendemos sistemas como el ISOFIX.
Grandes cambios en muy poco tiempo
La movilidad y la seguridad vial han experimentado en la últimas décadas una evolución increíble. Los esfuerzos por parte de las autoridades para poner remedio a las grandes escaladas en la mortalidad en carretera, que se vivieron en las décadas de los años 80 y los años 90, tuvieron como respuesta una inversión en infraestructura. También en nuevas tecnologías por parte de los fabricantes para mejorar la seguridad pasiva. E incluso una necesaria revisión de las normas, que habían quedado obsoletas.
En ese sentido, destacan el I Plan de Carreteras que tuvo su génesis a principios de los años 80. Con este nacían miles de kilómetros de autovías, en un proyecto vial para el país comenzaba con la actualización de las seis radiales principales. Posteriormente, en 1992, se aprobaba el nuevo Reglamentos de Circulación. Y, a finales de la década, en 1998, el Reglamento de Vehículos.
Estos introducían artículos más exigentes para los conductores de la época, bajando la cantidad permitida para la tasa de alcoholemia, reduciendo los límites de velocidad e incidiendo en el uso de los sistemas de retención y el uso del casco. Son tres de los más graves factores de riesgo que todavía existen en la actualidad.
La mortalidad, por años
La masificación de la circulación, unida a la falta de concienciación provocó una cifras de fallecidos tan fatales como históricas. 1989 fue el peor año que han vivido las carreteras españolas en cuanto a número de fallecidos. El diario El País destacaba a finales de este mismo año que habían perdido la vida 6.004 personas.
Hizo falta casi un lustro para domar la estadística y ver el primer descenso significativo. Y es que, en 1991, el número de muertos en siniestros de tráfico no se reducía tanto como para ser optimistas. Ese año se superaban los 5.700 a razón de 16 fallecidos cada día al año. Hablamos además de una época en la que el número de vehículos en España no alcanzaba los 15 millones, que no llega a ser ni la mitad del actual parque español.
El trabajo sobre los tres factores de riesgo mencionados anteriormente, junto a otras mejoras en los vehículos y la llegada de más revisiones legislativas, consiguieron desestancar para bien el número de fallecidos a mediados de la década que abría el milenio. Eso sí, surgían nuevas amenazas, como las distracciones por los dispositivos móviles.
No podemos respetar la norma por ti… quizá sí
En cualquier caso, este breve vistazo al pasado resulta necesario para entender las causas y el sentido de la seguridad vial actual. Los esfuerzos nunca serán suficientes mientras exista un solo fallecido en carretera. Este es el lema bajo el que sigue trabajando la DGT o colectivos como la Fundación MAPFRE, con campañas como Ve, Vuelve y Vive.
En esta son los propios familiares de víctimas los que nos devuelven a ese pasado tan aciago y nos recuerdan ocho máximas fundamentales en carretera. Entre ellas, volvemos a encontrar los motivos que se cobraban las mismas vidas de antaño.
No hace falta investigar mucho o recurrir a ningún experto para comprobar que queda mucho por hacer ante las constantes infracciones que cualquier puede observar en las carreteras. A menudo vistas desde el escepticismo y o la desidia por cumplir unas normas que no tienen otro sentido que salvarnos la vida. Quizá «las máquinas» entiendan esto mucho mejor que nosotros.
Puede que en un par de décadas tengamos una sensación similar con respecto a la actualidad. En especial, viendo los avances revolucionarios que se estrenarán en los próximos años. De todos ellos, la conducción autónoma y los sistemas de asistencia y conectividad de los vehículos se encargarán de reducir el número de víctimas para convertir los accidentes y siniestros viales en historia, tal y como miramos a día de hoy las etapas más desafortunadas del pasado.
Imágenes | iStock/Shanina, DGT y Fundación MAPFRE