Obtener el permiso de conducir ha sido, durante décadas, una suerte de prueba de madurez para los jóvenes que se iban adentrando en el mundo de la circulación gracias a la posibilidad de ir accediendo al manejo reglado de los diferentes vehículos: ciclomotores, motocicletas, turismos. Asociado a la idea de la mayoría de edad, conducir un coche se convertia de esta manera en una forma de asentar ese paso a la edad adulta por la vía de la prueba empírica. Si tenías edad para conducir, es que ya no eras un niño, puesto que asumías unas ciertas responsabilidades que hasta la fecha no se te exigían.
En los últimos tiempos, sin embargo, esta prueba de madurez se ha ido diluyendo en el entorno de un escenario en el que todo hace que el acceso a la conducción por parte de los jóvenes no sea un acceso directo, sino intervenido. Y, a la larga, este fenómeno se puede convertir en un problema relativo a la seguridad vial.
Comencemos echando una mirada hacia el pasado, cuando sacarse el carnet de conducir era algo que los jóvenes hacían a modo de prueba de fuego. No pensemos en el examen, ni siquiera en las clases teóricas o prácticas. Vayamos más atrás, hasta el momento en que era el joven el que pensaba que ya era momento de acceder al manejo de vehículos y descubría que para conseguir su propósito debería elegir una autoescuela, inscribirse, pagar una matrícula…
Llegamos al punto clave para muchos alumnos de aquel entonces. Si querían algo como sacarse el carnet de conducir, se lo tenían que pagar. De su bolsillo, que la cosa no estaba para caprichos en casa. Esto le daba a la formación un aspecto interesante. Es decir, que el alumno se interesaba por su formación, ya que le estaba costando un esfuerzo material, además del lógico esfuerzo intelectual. De forma muy similar a la que cualquier persona adulta se debería interesar por la calidad de algo que está pagando, porque en ello le va el esfuerzo y el presupuesto.
Pero no sólo se trataba de esforzarse en pagar (y ya se apañaría el alumno para obtener el dinero necesario), sino que era el alumno el que se espabilaba para buscar y comparar la mejor relación calidad – precio, e incluso era el que tenía que correr con todos los trámites absurdamente burocráticos que le pidieran en la autoescuela, y luego en Tráfico a través de la autoescuela. Ni más ni menos absurdos que el resto de trámites que le acompañarían en la vida adulta: desde la contratación de un seguro, pasando por la Declaración de la Renta, hasta el sepelio de sus mayores, cuando les llegara la hora.
Total, que la obtención del permiso de conducir era una prueba de madurez. Y no sólo por la formación sino por la responsabilidad que implicaba eso que se llamaba sacarse el carnet de conducir.
Sacarse el carnet de conducir: una prueba de fuego… mojada
Pasemos al momento presente, de un presente que ya hace años que dura y que seguramente haya llegado para quedarse, a pesar de toda la carga negativa que conlleva para los nuevos conductores y, extrapolando, para la sociedad en su conjunto. Llamemos «hoy» a ese momento, por abreviar.
Pensemos en cómo se desarrolla hoy la acción formativa del alumno, incluso antes de que pise por primera vez el aula de teórica, si es que la llega a pisar en algún momento. Si en el escenario que pintábamos antes era el joven el que se interesaba por todo cuanto tenía que ver con su formación, hoy vemos —cada vez más— padres de alumnos que usurpan esa posición que les corresponde a sus hijos, en una implicación mal entendida en la formación que deben recibir aquellos. Todo está pasado y cribado por la acción de los padres, seguramente bienintencionados pero cuyas acciones pueden constituir un grave problema para aquellos a quienes quieren proteger hasta el extremo de los demás, incluidas las pruebas de madurez.
Una prueba de madurez consiste en la sinceridad con uno mismo. Saberse preparado para circular no es lo mismo que creerse preparado para circular. En esto también las cosas son diferentes hoy. Son los padres quienes imponen fechas de examen para sus hijos, sin esperar a que el alumno esté convenientemente preparado. Son las consecuencias de haber asumido el papel de sustento económico en una parcela que no les corresponde ya, porque el alumno es mayor de edad, y debería estar preparado para asumir las consecuencias de ser adulto.
Otra prueba de madurez consiste en saber contener la soberbia. Esa soberbia que lleva a los padres a mostrarse desafiantes ante el profesor de formación vial, como antes se mostraron desafiantes ante el profesor de Primaria y de Secundaria de sus retoños. ¿Qué sabrán todos esos profesores sobre la formación que debe recibir su hijo?
Esta sobreprotección de los niños que han caricaturizado decenas de artistas de la pluma en los últimos años, dando buena cuenta de la crisis de la educación en el esfuerzo que nos rodea, tendrá sus consecuencias en un futuro no demasiado lejano. De hecho, ni siquiera hace falta prever a demasiados años vista. Las actitudes que derivan en un siniestro vial, las que tienen que ver con los conductores que se creen mejores que los demás, los que piensan que los errores sólo los cometen los demás, los que en definitiva opinan que hasta los hechos ciertos son opinables y que por lo tanto muchas las normas que facilitan la convivencia en la carretera carecen de sentido, vienen cultivadas desde casa y no pasan prueba de madurez alguna cuando los jóvenes acuden a sacarse el carnet de conducir.
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