Sábado, día de mercado y de fiesta para la seguridad vial

Josep Camós

14 de mayo de 2011

Hoy es sábado, día de mercado. O viernes, o lunes, o miércoles. Tanto da. Estamos en un pueblo en el que un día a la semana, sólo uno pero intenso día, todo se trastoca, la calle principal se corta por lo sano, las calles adyacentes se llenan de coches que más que aparcados han sido arrojados y un halo de provisionalidad lo tiñe todo mientras los comerciantes intentan ejercer su oficio.

Lo confieso: veo esto del mercadillo como algo anacrónico, propio de aquellos tiempos en que la mejor opción para adquirir un producto determinado era esperar a que el viajante lo trajera en su maleta. Vamos, que no soy un observador imparcial. Sin embargo, la parte que más me desconcierta del concepto “mercadillo” tiene que ver con la seguridad vial. O con la simple y llana ausencia de ella en determinados momentos del día de mercado semanal.

Son ya cerca de las dos de la tarde. La zona sobre la que cada siete días se asienta este insólito campamento está reservada hasta las tres, pero los hay que ya han desmontado sus paradas. Han encajado los montantes, los largueros y los tableros sobre los que exhibían las mercancías y ya está todo cargado dentro de la furgoneta, que espera pacientemente como un caballo cuando lo ensillan antes de emprender otra larga travesía.

Mercado semanal

El vehículo ha llegado hasta allí vadeando un río de visitantes que deambulan por el lugar, mirando aquí y deteniéndose allá. Ha llegado al ralentí, abriéndose camino con lentitud, pasando milagrosamente entre carros de la compra y pies de personas. Ha llegado, ha cargado y ahora está a punto de irse.

De repente sucede que a otro comerciante le ha dado por plegar velas antes de hora, y ha tenido la misma ocurrencia que el primero. Una nueva furgoneta ocupa el exiguo espacio que queda entre las paradas y los paseantes. El comerciante que lleva la furgoneta cargada se impacienta un poco, pero está ya acostumbrado a esperar. La hora de levantar el campamento es lo que tiene, que a veces se hace pesada. Afortunadamente lleva música para distraerse un poco. Más allá de la chapa de su vehículo, una abuela pasa con su carro de cuatro ruedas como buenamente puede e intenta subir a la acera aunque el bordillo se le resiste. Tropieza, pero al final no se cae.

Quema el sol cuando por fin las dos furgonetas se ponen en movimiento. A la izquierda de los vehículos una mujer pregunta el precio de un laminador de huevos mientras al otro lado hay un hombre que valora la calidad de la cecina que le quieren vender. Las furgonetas se detienen. Pasa entre ellas un niño con un patinete al que le sigue un perro jadeante que ladra como un loco.

Pelea con coches

Extramuros, más allá de las vallas, dos hombres se discuten porque ambos quieren salir cuanto antes con sus coches para ir a casa, que ya es la hora de la comida, y no hay manera de dar media vuelta para dejar atrás aquel infierno. No hay espacio suficiente entre los coches que abarrotan las inmediaciones del mercadillo. Ni hacia adelante ni hacia atrás, clavados allí. El niño del patinete se les acerca mientras pasa un chaval con un ciclomotor. Sin casco, que hace calor.

La primera de las furgonetas ha logrado aparecer entre las vallas. Los dos hombres todavía no han llegado a una solución y ahora hay un tercero que intenta mediar en el conflicto y les explica cómo pueden maniobrar sin darle un golpe a nada y a nadie. Pasa el niño del patinete y pasa el perro también. El chico sin casco da media vuelta y se planta entre las dos furgonetas. El segundo de los comerciantes frena para no arrollar al atolondrado chaval.

Una hora más tarde nada queda del mercadillo. Si acaso algunos restos de verduras demasiado maduras, algunos paquetes de medias vacíos y decenas de papeles tirados por el suelo. Pasa la barredora municipal mientras el niño del patinete juega por la zona. Pasa un agente de la Policía Local y retira las vallas que delimitan la zona y que hace media hora que los coches las esquivan.

Mañana, en un pueblo diferente, serán otras las calles que se corten para dar cabida a un espectáculo similar.

Foto | Daniel Lobo, Melanie Burger, Shriram Rajagopalan