La ciudad del siglo XXI está abocada a una evolución obligatoria. Afectará inevitablemente al transporte y, como consecuencia directa, a quienes residen, trabajan o sencillamente visitan la urbe. A estas alturas, son pocos los que piensan que la situación del transporte privado en las ciudades va a seguir como hasta ahora. El motivo es que los problemas de polución y salud pública están llevando a muchas grandes urbes a tomar medidas de restricciones de tráfico por contaminación a las que no estamos demasiado acostumbrados.
Está ocurriendo en todo el globo. Sin embargo, esas medidas varían en función de las prioridades marcadas por cada metrópoli. Se trata de una transición complicada porque afecta de forma directa a todos los que transitamos por la ciudad.
Protocolos anti-contaminación, medidas restrictivas y otro tipo de acciones para tratar de transformar el espacio y el aire urbano son impopulares. Las medidas pueden afectarnos, en función de nuestra situación personal, más o menos. Lo que está claro es que nadie sale beneficiado. O se puede pensar que, todo lo contrario, porque en realidad contribuimos a hacer de nuestra ciudad un espacio más sostenible.
Buscando la restricción menos mala
La cuestión en sí es dar con la solución «menor perjudicial». Según los resultados expuestos en el IV Foro de Movilidad organizado por Alphabet, el 82% de los conductores españoles es consciente de lo que contamina su vehículo. Eso sí, ese considerable tanto por cierto no lo es tanto a la hora de apostar por las medidas para frenar la situación.
El 54% se muestra a favor de restringir el acceso al centro de las ciudades «de algún modo» (67% en el caso de los conductores de Madrid), 38% de peatonalizar calles céntricas, 35% de crear más carriles bici y tan solo un 24% están a favor de cobrar por acceder al centro. Por otra parte, el 69% apunta al coche eléctrico como posible solución total.
El motivo de esa diferencia entre la concienciación sobre la contaminación y la adopción de una medida es que para el ciudadano medio el panorama puede resultar más o menos desalentador. Veamos qué ventajas y desventajas ocasiona las posibles situaciones propuestas.
Cobrar peaje
Esta medida consiste en cobrar a los conductores que quieran entrar el centro de la ciudad, o a una determinada área central. La esencia de esta medida está en que paguen más los conductores de los vehículos que más contaminan, como ya ocurre en muchas ciudades españolas con el aparcamiento. De esta manera, los vehículos diésel con más emisiones, que suelen coincidir con ser los de más edad, estarían mucho más penalizados.
Es la opción más impopular, pues afecta directamente al bolsillo de gran parte de los conductores, sobre todo para los que no se puedan permitir dejar de acceder y, por tanto, se vean obligados a pagar el peaje o a buscar otra alternativa mucho más incomoda. De imponerse, desincentivaría la compra de coches contaminantes y la renovación del parque, junto al uso de otras formas de transporte.
Londres es el ejemplo más representativo en nuestro continente. El peaje impuesto ha supuesto un cambio en los planes de muchos londinenses. Sin embargo, al mismo tiempo, las matriculaciones de coches eléctricos y el uso de la bicicleta en la ciudad han ido en aumento. Como resultado de esto, la seguridad vial se ha visto alterada y las autoridades no pueden dejar de trabajar para paliar esta nueva situación.
Restricciones de tráfico por contaminación específicas
Las restricciones de tráfico por contaminación que se realizan de forma más o menos inmediata para paliar un episodio de polución están a la orden del día. Es lo que nos hemos acostumbrado a ver en ciudades como París o Madrid. En función de la severidad de cada protocolo, pueden ser más o menos efectivas para combatir la contaminación procedente del transporte.
Agrupan una serie de acciones menos impopulares que la anteriores, por lo que no afectan tanto a la economía de los conductores. Eso sí, traen consigo una incómoda imprevisibilidad. Madrid es un claro ejemplo en el que es complicado prever, incluso de un día a otro, si se aplicarán las restricciones.
Estas restricciones son aplicadas por un sinnúmero de ciudades, sin embargo, parecen más bien una medida temporal para poder lidiar con episodios en concreto, que una solución a largo plazo del problema.
Restringir (y prohibir) por tipo de vehículos
Consiste en no permitir el acceso a los coches que más contaminen, o directamente, como planifican algunas ciudades en Europa, impedir el tránsito de vehículos térmicos. En Holanda, parte de los poderes públicos van más allá y ya existe una propuesta para directamente prohibir la venta de coches térmicos en 2025. Algo similar está ocurriendo en Noruega.
Este tipo de medidas son fruto de unas sociedades en las que la movilidad eléctrica (o otras formas de movilidad alternativa) está más integrada. Parece que han ido marcando un posible camino con el desarrollo del coche eléctrico. El precio de adquisición, todavía elevado, de los modelos eléctricos sigue suponiendo un impedimento para gran parte de la población. Ahora bien, para los casos de movilidad urbana, amortizar la compra de un coche enchufable es estos días más factible.
Las ciudades con este tipo de medidas más restrictivas suelen ofrecer (y es de recibo) alternativas ventajosas para sus habitantes. La ciudad de Friburgo es un buen ejemplo. Allí se ha penalizado el aparcamiento en zonas urbanas, incluso elevando mucho los impuestos por la compra de plazas. Como contrapartida, se ha ofrecido transporte público gratuito e incentivado el uso de la bicicleta. Otras alternativas posibles para las ciudades, en este sentido, es potenciar las plataformas de vehículos ecológicos compartidos.
Peatonalizar (o prohibir los coches)
Lo que hace una década sonaba utópico, ahora lo contemplan e incluso ejecutan muchas ciudades como Hamburgo, Oslo, Berlín, Bruselas, Copenhaguen o México DF. Negar la circulación del todo a los coches puede resultar una opción más radical, pero, curiosamente, para muchos no es la medida más impopular.
Quizá sea así porque anula en parte el problema de la contrapartida económica para los condcutores. Es decir, eliminar la circulación de coches en el centro afecta a todos, dando igual la edad o tipo de motorización del vehículo. Plantea además otro tipo de beneficios para la ciudad, más allá de los relacionados con la contaminación. En términos de seguridad vial, ataja de lleno factores de riesgo para colectivos más vulnerables, como los peatones o los ciclistas.
El tráfico en el centro de la ciudades está destinado a desaparecer. Es lo que al menos parecen indicar como objetivo final todas estas restricciones. Otro asunto muy distinto es que los conductores puedan adaptarse al mismo tiempo a esta situación, sacrificando su movilidad en mayor o menor medida.
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Imágenes | iStock/tupungato, iStock/olando_o y London City Transport