Repartir la mirada

Jaume

8 de abril de 2010

La semana que viene cumplo 20 meses de carné, y es tan buen momento como cualquier otro para preguntarme ¿cuál es mi peor defecto conduciendo? Mi primera tentación, debo reconocer, es mencionar la elección de marchas. Procuro usar la marcha más larga compatible con la velocidad, que en teoría ayuda a ahorrar combustible. Pero me gustaría tener un indicador de consumo, que me ayudara a comprender mejor el momento idóneo para cambiar.

Pero, en realidad, difícilmente ello me va a causar un problema de seguridad en carretera. Va, Jaume, se sincero. Sí, aquí toca decir lo maravilloso que es circular seguro, pero todos somos seres humanos. Lo importante es ir mejorando poco a poco, ¿no?

Aunque – a juzgar por el procedimiento de renovación del permiso de conducir – la autoridad competente no parece estar muy de acuerdo, yo soy de la firme convicción que es necesario de vez en cuando revisar y evaluar la actitud al volante de cada uno. Reverdecer viejas virtudes y descartar nuevos vicios.

En mi caso, creo que lo que peor hago es precisamente lo que dice el título del mensaje: repartir la mirada. Es una de esas frases que todos los profesores de autoescuela deben repetir hasta la saciedad, con estas u otras palabras. Y con motivo.

Obviamente, en la circulación cotidiana a menudo nos encontramos en situaciones donde debemos estar pendientes de varias cosas a la vez. Por ejemplo, en una intersección, de todas las vías por donde pueden venir otros vehículos. Y, por supuesto, siempre es imprescindible estar atento a las condiciones de la vía por la que vamos a transitar.

Mi principal problema está, precisamente, en éste último punto. Creo que suelo centrarme demasiado en mirar de donde viene el peligro obvio, ignorando el hecho de que puede aparecer cualquier peligro imprevisto por otro lugar. Y eso me pasa tanto en intersecciones donde debo detenerme para ceder el paso, como al mirar los retrovisores para cambiar de carril.

Pongamos un ejemplo. Una rotonda, otra vez. Al final pensaréis que estoy obsesionado,… ¡pero es que que hay tantas! Al acercarnos, miramos el panorama. Hay vehículos circulando ya dentro de la vía circular. El tráfico es fluido, pero no tenemos hueco. Bueno, toca esperar mirando a la izquierda para buscar el próximo hueco aprovechable.

Segundos después, por fin alguien decide tomar la salida. Juego de embrague, acelerador, y salimos controlando que el siguiente vehículo no estuviera más cerca de lo que habíamos pensado. Y, de repente, ¡bum! Resulta que en los pocos segundos en que hemos estado esperando, un autobús ha accedido a la rotonda por la entrada contigua. Como, para él, es una maniobra complicada, ha taponado un poco la circulación y al salir mirando a la izquierda hemos alcanzado al último de la cola.

¿Por qué ha ocurrido? Muy sencillo. Al ver que el tráfico era fluido, hemos confiado que seguiría fluido. Y todo esto se podría haber evitado, simplemente, repartiendo la mirada. Un último vistazo a cada lado, y no hubiera pasado absolutamente nada.

Por suerte, en el mundo real nunca he llegado a provocar – ni sufrir – una colisión. Pero es justo decir que me la he jugado muchas veces recorriendo unos metros a ciegas de la forma más tonta. Vale, puede que alguien piense que a probabilidad es poca, se recorren pocos metros antes de volver la vista al frente. Pero me da igual, cualquier probabilidad de provocar un accidente es inaceptable, no hay excusa.

En realidad, hace un par de semanas que hice esta reflexión. Estoy trabajando, cada día que cojo el coche, para incluir esa última mirada antes de salir en mis hábitos naturales. Aún me queda trabajo, pero voy progresando. Cuando lo solucione, seré un conductor más seguro, para mi y para los demás.

Y, cuando lo solucione… tocará buscar el siguiente problema para solventar. Esto no termina nunca… y si termina, será que no corregí algo importante a tiempo.

Fotos | Tetsumo, Freddy The Boy