La idea de los radares y otros sistemas para controlar la velocidad es en principio una buena idea, pero la colocación de estos sistemas principalmente en lugares de poco riesgo ha generado la sensación entre los usuarios de que sólo sirven para recaudar. Especialmente en el caso de los radares móviles en autovías y autopistas.
No es un consuelo, pero al menos en España muchos radares situados en la red secundaria sí que están antes de un posible punto negro o de un tramo difícil. Es algo que en Francia no ocurre. Y es que los fallecidos en carretera no cesa de incrementarse desde 2013 (+12 %) y en el que se invierte cada vez más en radares, demostrando que los radares tienen un incidencia nula en la prevención. Aún así, se habla de implementar radares móviles privados.
Desde el pasado mes de octubre, se habla desde el gobierno galo de aumentar el número de controles de velocidad vía radares móviles y aumentar el uso de éstos radares en coches camuflados. El problema es poder aplicar esa medida, pues la Gendarmerie no cuenta con suficientes efectivos para ello. La solución propuesta por el gobierno de Manuel Valls es la de llamar a los reservistas (la Gendarmerie es un cuerpo del ejército de tierra) o bien contratar a empresas privadas «bajo estricto control del Estado», explicaba el ministro del interior galo, Bernard Cazeneuve.
A finales de 2015, el diario «Le Canard Enchaîné» aseguraba que muchos de los contratos de mantenimiento de los radares terminaban en 2016 y que el Estado sacaría nuevos contratos a concurso. Entre ellos, habría un apartado para la conducción de coches camuflados, lo que atraería a muchos conductores de empresas como Uber.
Éstos conductores privados recibirían un pago por seguir correctamente la hoja de ruta, respetar los horarios y, al igual que ocurre con las empresas de grúas municipales en manos privadas, «primas al rendimiento». Dicho de otro modo, cuánta más multas pongan, más van a cobrar. Es una puerta abierta a toda clase de excesos y de una búsqueda de la mayor rentabilidad posible.
La idea de multar de forma automática y a distancia, sin que un agente de tráfico paré al infractor y le haga tomar conciencia de su infracción sólo generará animosidad frente a una sanción que verá como impuesto revolucionario. Es, por desgracias y una vez más, el triunfo de la represión sobre la educación.
Vía | Caradisiac y Réalités Routières