Los cursos de conducción son los grandes desconocidos, al menos en lo que respecta a la mayoría de los conductores y sociedad en general. Se ven como algo exótico, algo que quizás algún conocido haya hecho, o el amigo de un conocido, tal vez. Los hay de varios tipos, de hecho hablamos aquí de los cursos de perfeccionamiento y de cursos especiales en la nieve.
Lo que hoy os voy a contar es mi experiencia en un curso de conducción deportiva la semana pasada, en el Circuito del Jarama y que gracias al buen hacer de los instructores del RACE, a la buena disposición de Mercedes AMG y al amparo de Michelin se ha convertido en una de las experiencias únicas de mi vida. Pero, ¿por qué? Básicamente porque es un curso que me ha hecho poner los pies firmemente sobre la Tierra.
Antes de continuar, tengo que comentar un par de cosas. Primera, que no es necesario hacer un curso de conducción deportiva en la escuela AMG, ni en ninguna escuela que utilice coches deportivos o de más de 400 CV, como es el caso. Hay cursos especializados en conducción deportiva con nuestro propio vehículo, cursos que enseñan lo mismo y que nos hacen conocer nuestro coche en situaciones que no esperaríamos encontrar.
Segundo, los cursos de conducción deportiva son muy divertidos y se segrega mucha adrenalina, pero es recomendable aprovecharlos “más allá”, es decir, no solo aprovechar para pisarle al coche, sino aprender, escuchar lo que nos cuenta el instructor y no dar nada por sentado. Es preferible ser humilde y atender, que pensar que sabemos ya lo suficiente y no aprender nada nuevo.
¿En qué consiste un curso de conducción deportiva?
Este curso fue una especia de mezcla entre un curso de conducción segura y un curso de conducción deportiva. Creo que es muy recomendable primero pasar unas pruebas de conducción segura, que involucran frenada de emergencia, esquiva de obstáculos en superficie deslizante, control del deslizamiento (derrapaje), circuitos combinados con zonas deslizantes, frenada brusca, control del desplazamiento de masas,…
Estas pruebas hacen que conozcas, en determinadas circunstancias, cómo va a reaccionar el coche mientras sujetas el volante, nada que ver con la teoría que todos podemos conocer. Las reacciones al volante son siempre diferentes a nuestra imagen teórica del asunto. Ya solo eso es divertido, y os aseguro que la prueba de control de deslizamiento, que se realiza sobre un círculo amplio y lleno de agua, sin control de estabilidad ni nada, es increíblemente divertida. Y es más fácil de lo que parece siempre que tengas un dulce control del acelerador y del volante.
El curso de conducción deportiva asume que controlas mímimamente el coche en ciertas situaciones, y trata de ayudarte a aprovechar un circuito. Se dan nociones de trazado de curvas (trazar una curva es intentar convertirla en lo más parecido a una recta), de frenada (antes de la curva y también qué hacer si perdemos la referencia o la trazada óptima), de aceleración, de cambios en el reparto de masas por curvas enlazadas de alta velocidad, o cualquier situación que uno se encuentre en el circuito. También se realizan tandas en el circuito, previo paso por la fase de aprendizaje del mismo por sectores. Todo esto es totalmente divertido, pero sobre todo es una fuente de aprendizaje invaluable para el conductor. Y ahora viene el porqué.
¿Qué aprendizaje sacamos de un curso de conducción deportiva?
Seguro que os parezco la utopía personificada, pero os voy a contar mis aprendizajes. Está claro que en este tipo de cursos nos podemos encontrar todo tipo de individuos, con intereses diferentes, cualidades diferentes, actitudes distintas. La primera conclusión que sacas de un curso de este tipo es que en recta todo el mundo sabe correr, pero a la hora de llegar a una curva a alta velocidad, no todo el mundo sabe cómo gestionar el asunto.
Cuando piensas que estás frenando a fondo, pisa todavía más fuerte.
Esto es una máxima que tengo grabada a fuego. Realmente con alguno de los modelos que pudimos probar frené muy fuerte. En algún caso entró el ABS gracias (¡gracias!) a la gravilla suelta en la zona de frenada, así que las frenadas fueron fuertes. Cuando tocó el turno de probar el coche más potente y con mayor poder de frenado, me sorprendí comprobando que pisaba muy fuerte el pedal, pero no frenaba como esperaba. Fue entonces cuando el instructor me dijo por radio “písale fuerte porque este coche frena de verdad“. No podía responderle, pero pensé, “¿en serio?”. La siguiente curva con frenada importante pisé tan fuerte que pensé que se me salía la rodilla, y efectivamente frenó. Tanto que tuve que acelerar un pelín para llegar a la curva.
Eso me enseñó, in situ, que realmente se puede frenar muy fuerte, más de lo que inconscientemente apretarías ese pedal. Los sistemas de seguridad activa hacen el resto, no estamos hablando de competición de altísimo nivel sin ayudas a la conducción, sino de personas normales que prueban cosas. Haber probado esto, junto con las experiencias de esquiva aleatoria (sobre superficie deslizante, dejando que entre el ESP y girar y frenar todo en uno) te dan una noción de cómo funcionan esos sistemas. Porque para mi el gran peligro de todo esto es no saber cómo funcionan los sistemas en mis propias carnes.
¿Quiere decir esto que a partir de ahora frenaré en modo Gran Premio? Al contrario, totalmente al contrario. Sabiendo cómo es, mayor respeto tengo a la conducción en carretera abierta. Yo se (y perdonad si sueno ahora prepotente) que, en mi coche habitual, la frenada más fuerte será considerablemente más débil que la experimentada en un Mercedes AMG de 480 CV. Pero al menos tengo una referencia. Y se que si mantengo distancias y velocidades controladas, todo puede ser posible gracias al ABS y el ESP (si lo tuviese).
El error sería considerar que por haber hecho un curso de un día completo, ya se conducir al límite. Al contrario, se lo que es conducir a mucha velocidad pero no es algo que me impresione en línea recta. En curva sí, me interesó y me emocionó, y conseguir notar, por fin, cómo los neumáticos llegan al límite de adherencia lateral sin pasarlo (apenas), con total seguridad. Notar cómo el peso se transfiere de lado a lado y de atrás hacia delante en un entorno seguro, y notar cómo eso afecta a la capacidad y estabilidad de la frenada. Todo eso se experimenta en un circuito y sirve para la vida real, solo que siempre esperamos no tener que ejecutar una maniobra evasiva.
Eso son cosas que nunca (espero) experimentaré en la carretera. Pero se, también, que la próxima vez que tenga que frenar duro para evitar un coche que invade mi carril, no me pillará por sorpresa la mordida de las pinzas sobre el disco de freno. Y como esto mil cosas. El control del deslizamiento supone aprender que el acelerador tiene muchos grados de actuación y que se puede dosificar de forma muy precisa, supone saber cómo se mueve el volante para acompañar al acelerador. La esquiva me enseñó que lo que intuía sobre el control de la trasera cuando ésta se va de lado era cierto.
Estas son las cosas por las que un curso de conducción deportiva contribuye a mi seguridad vial. Me ha enseñado a experimentar cosas que nunca experimentaré en la carretera, pero que si llegan, estaré preparado. Y me ha hecho poner los pies sobre la Tierra, porque ahora se que el límite de algunos coches supera ampliamente mi límite como conductor.