Propiedad de los cuerpos de no modificar su estado de reposo o movimiento si no es por la acción de una fuerza.
RAE
La inercia es un propiedad Física de todos los cuerpos. Es una especie de tozudez o pereza innata a la realidad, a nada le gusta cambiar su estado a no ser que una fuerza externa le obligue. Un comentario de safedriver el otro día me ha hecho reflexionar sobre la palabrita de marras.
En asuntos de transporte, la inercia nos para de fastidiarnos. Primero, hace que necesitemos un motor para poner nuestro vehículo en movimiento. Después, hace imprescindible que dispongamos de frenos para hacer que vuelva a detenerse. Cualquier cambio en el estado de movimiento necesita que algo ejerza una fuerza.
Es una propiedad intrínseca a todos los cuerpos, y no se puede eliminar ni puentear. Si se pudiera, la automoción sería mucho más sencilla.
El ser humano, como buen ente sometido al yugo de las leyes Físicas, no es en absoluto diferente. Y en más de un sentido: nos cuesta cambiar costumbres, y de hecho hasta nos podemos llegar a revelar si intentan obligarnos.
Algunos incluso hacen bandera de ello. «Si no está roto, no lo arregles», una especie de elogio al inmovilismo del status quo.
Supongo que todo lo dicho en el fondo tiene su explicación evolutiva. La selección natural debió favorecer a los animales que eran capaces de repetir las conductas que habían tenido éxito en el pasado.
Pero nosotros, que incluso llegamos a duplicar el sapiens detrás del homo, solemos vanagloriarnos de estar en la cúspide de la pirámide. De ser el animal racional, capaz de inventar, de crear, de admirar la belleza y adaptarnos a prácticamente todos los entornos a los que nos hemos enfrentado.
Sin embargo, no seamos hipócritas. Nuestra vida está llena de inercia, repetición y rutina. Cada día nos levantamos a la misma hora, hacemos el mismo recorrido para ir al mismo sitio.
La homogeneidad de nuestras vidas llega a tal extremo que, al final, prácticamente ni prestamos atención. Vamos en piloto automático, por inercia. Lo conocido nos da tanta seguridad que desactivamos todos nuestros mecanismos de defensa innatos.
Y en la carretera, como en otros ámbitos de la vida, sentirse seguro y dejar de velar activamente por nuestra seguridad, y la de quienes nos rodean, es una de las peores cosas que un conductor normal puede hacer.
Porque ya no hablamos de un loco que hace burradas con su coche. Estamos hablando de personas normales que no quieren otra cosa que llegar a su destino lo antes posible. Gente de la calle, como tú o como yo, que a fuerza de conducir cada día el mismo coche, de hacer los mismos recorridos, de sufrir cada lunes el mismo atasco acaban por olvidarse que están en una máquina que, si se descontrola, mata.
Todas estas personas un día llevaron la L verde. Recuerdan la tensión y el sentimiento de responsabilidad que suponía por aquél entonces ponerse al volante. Cuando subirse delante a la izquierda era todo un acontecimiento. Pero tras tantos kilómetros, ya no es lo mismo. Ahora, es rutina. Se trata simplemente de sentarse y pisar un pedal.
Los dos extremos son malos. Ni el estrés excesivo del novato sin experiencia, ni la dejadez de la sobre-confianza son positivos. Es necesario mantenerse lo suficientemente alerta como para entender el entorno y adelantarse a los acontecimientos. Pero lo suficientemente relajado como para que la conducción no canse en exceso.
Conducir no es como cepillarse los dientes, es una actividad psico-motora compleja, que si sale mal puede producir muertes. Las circunstancias del tráfico cada día son diferentes. Simplemente, no se puede circular por inercia.
Foto | yuri__lima, tanakawho