Hoy es un gran día para el Excelentísimo Alcalde de Valdeceporros del Moquillo. Acaba de inaugurar el polígono industrial de su pueblo. La localidad cuenta con una población de 877 habitantes en descenso, que la edad no perdona. Sin embargo, las naves del polígono están ya todas colocadas a varias empresas de sectores variopintos, así que Valdeceporros del Moquillo tiene ya garantizados unos buenos ingresos para sus arcas.
Toda la comarca tiene ya sus ojos puestos en ese poblacho de mala muerte que sin embargo será a partir de ahora el centro de sus vidas. Hasta el polígono se desplazarán a diario, en sus coches porque no hay conexión con transporte público, administrativos, torneros fresadores, informáticos, gerentes, personal de mantenimiento… Tanto da a qué se dedique cada cual. Hoy los analizaremos no por su currículum profesional, sino por su forma de conducir.
El que llega tarde
En primer lugar tenemos al que llega tarde porque es incapaz de salir de su casa a una hora razonable. Tanto da que sea porque se le pegan las sábanas como porque tenga que cuidarse de los hijos, de acabar de poner 15 lavavajillas y 32 lavadoras y de hacer la compra del mes entero justo antes de «entrar a trabajar». El caso es que para este tipo de conductores, el tiempo es oro, de manera que un semáforo en rojo, un stop (y ya no digamos un ceda el paso) no son señales, sino opiniones discutibles. Conviene mantenerse alejado de ellos, por lo que pueda pasar.
El conductor loreal
Esta es una mutación del que llega tarde. Este conductor no es que tenga prisa, sino que ha llegado a un punto de sofisticación de su manera de entender las cosas que las normas de convivencia con el resto de las personas se la su no le preocupan lo más mínimo. Sus especialidades al volante, siempre sorprendentes, van desde el cambio de sentido atrompado (en forma de trompo, que no de trompa) hasta el conocido efecto «anda, mira, ahí tengo un hueco para aparcar», que hace las delicias de cualquier conductor que se vea en la necesidad de esquivar su frenazo y su estiloso cambio de rumbo. Por supuesto, su filosofía de vida le impide conocer el funcionamiento de los intermitentes. Porque él lo vale. Y tú, no.
El ‘mensa’
¿Lo ves? Ya no lo ves. Al mensa, ese señor que siempre va con prisas y que lleva los sobres y paquetes de un sitio a otro, todo le está permitido, ya que «él está trabajando». Eso lo diferencia del resto de conductores que circulan por el polígono, que lo hacen porque en sus casas se aburren. Este tipo de conductor es capaz como nadie de exhibir su versatilidad al volante. De repente ves que se para y luego, sin previo aviso, se reincorpora a toda pastilla sin plantearse que hay gente a su alrededor. Lo mismo circula a 3,5Km/h mientras busca una dirección que acelera como un loco para llegar cuanto antes a su próximo cliente. Toda una aventura sobre ruedas, para sí mismo y para quienes tienen que sufrirlo como compañero de viaje.
El vigilante
Este es el más extraño de los usuarios de la vía que te puedes encontrar en un polígono. Como hacía Torrente cada noche con su coche, el vigilante va «apatrullando la ciudad» encajado en un Opel Corsa que le queda 15 tallas pequeño. Se supone que vigila que no se produzcan problemas en el polígono industrial, pero si ocurre algo él nunca ha visto nada. Curioso ser, en efecto.
El camionero
Es la evolución profesionalizada del conductor loreal. Tanto le da que le da lo mismo todo. Su máxima preocupación es que le carguen rápido el camión para poder salir cuanto antes, que si no pierde el viaje que ya tiene concertado y al que en principio ya está llegando media hora tarde, pero que puede recuperar si se espabila un poco por el camino. Se sabe todos los trucos para hackear el tacógrafo de su vehículo, y el limitador de velocidad que lleva en su camión salta con sólo un pestañeo por parte de su conductor. Los obstáculos no son obstáculos para él, porque desde la altura que le da el camión se siente superior a los demás. Es el Chuck Norris de la carretera. Y lo sabe. Tanto es así, que si en su camino se encuentra con tu coche, es posible que le propine una certera patada voladora en forma de refregón salvaje.
El furgonetero
Con su permiso de conducir «B» recién estrenado, el furgonetero se cree transportista. Sin embargo, es incapaz de distinguir el comportamiento dinámico de su Seat León FR del que presenta un Iveco Daily de quince años de antigüedad cargado hasta los topes. Por eso se lanza a 80Km/h por la avenida principal del polígono mientras se deja llevar por el frenético ritmo del chundachunda que resuena en los auriculares del iPod que lleva en las orejas. Su jefe, un crápula de mucho cuidado, no gana para frenos ni para reparaciones de chapa y pintura. Y es que el lema de este conductor viene a ser algo así como «joder, nen, es que ni lo he visto».
El transportista
No se debe confundir al transportista con el camionero, ni menos con el furgonetero, aunque son muchos quienes incurren en este error de concepto. El transportista tiene una absoluta conciencia de lo que lleva entre manos. Sabe que no gana nada por lanzarse a toda leche por las calles, puesto que el camino que le queda hasta llegar a su destino da para un número suficiente de situaciones que le alterarán el ritmo de forma a menudo aleatoria. Por eso, no tiene mayor problema en ser cortés con los demás cuando debido a las medidas de su vehículo hay problemas con el resto de usuarios de la vía. No tiene mayor problema en asumir que cada cual es como es, y que no todos los conductores son igual de ágiles ni excelentemente precisos en sus movimientos con el vehículo que llevan. No tiene mayor problema, en definitiva.
El pardillo
Rara avis del polígono industrial, el pardillo se comporta en estas calles como si ahí las normas también fueran de obligado cumplimiento. Jamás ha entrado en sentido contrario en calle alguna, estaciona siempre en el lado derecho de las calles de doble sentido de circulación y, además, respeta escrupulosamente las líneas continuas y los cebreados. Si es que, por hacer, ¡incluso se detiene completamente en los stops! ¡Aunque no venga nadie! No olvida poner un solo intermitente ni por casualidad, y siempre le toca aparcar al lado del río, porque los sitios buenos se los han quedado los demás. Es feliz.
La chirili del polígono
Nadie recuerda cuándo llegó. Un día, apareció la chirili del polígono con una silla de jardín y una bolsa del Mercadona, eligió un lugar cercano a la avenida principal y allí se quedó. El conductor loreal la desprecia, pero siempre que pasa junto a ella pega un frenazo para verla mejor, y el camionero, que se dirige a ella por su supuesto nombre de pila, conoce de memoria las tarifas que la chirili cobra por cada uno de sus servicios. Como todos en el polígono industrial, ella espera que llegue pronto la hora de finalizar la jornada laboral, y mientras tanto se tuesta al sol sentada en su silla de jardín, ajena a las colisiones por alcance que se producen frente a su lugar de trabajo, día sí, día también.
El caos y la alegría del Alcalde
Este es en esencia el retrato del curioso ecosistema vial que encontramos en el recién inaugurado polígono industrial de Valdeceporros del Moquillo, donde cada cual interpreta las leyes a su antojo en un escenario mucho más caótico que lo que se ve normalmente en las calles de los pueblos de la comarca. De todas formas, si hay algo que llame poderosamente la atención es la manga ancha con que la Policía Local del municipio consiente que cada individuo de estas especies campe a sus anchas, dando rienda suelta a sus instintos. Mientras, el Excelentísimo Alcalde de Valdeceporros del Moquillo sonríe. Tiene millones de motivos para estar contento de su
gestión.
Foto | Bill Ward’s Brickpile