El próximo primero de septiembre entrará en vigor la nueva normativa para la obtención del permiso de clase A, que dicho de otra forma, es el permiso de motocicleta.
Se ha armado un revuelo enorme con este tema y las autoescuelas nos estamos viendo saturadísimas por gente que, ante la perspectiva de tener que hacer un examen supuestamente más complicado y exigente, prefiere sacarse hoy el permiso de moto. La mayoría con vistas a ser carne de carretera de aquí a los próximos meses a bordo de pepinazos increíbles sin limitar y con la ignorancia de no saberse ignorantes y jugar a ser pilotos profesionales.
Por eso, he decidido traer hasta aquí una exposición del tipo de examen que se hace hoy en día y en su momento traeré el nuevo formato, para comparar y ver, que a la postre, la cosa consistirá en lo mismo: dinero y cribaciones; nada de formación real sobre las dos ruedas. O quizá sí, porque algo de eso me comentó ayer un examinador.
Pero mientras tanto: hagamos un examen práctico de moto.
El primer paso para conducir una burra de dos ruedas y una cantidad determinada de potencia pasa por superar la teórica. Veinte preguntas recordatorias sobre el reglamento general de la circulación (teórica de coche, también llamada común) y luego algunos temas específicos: ropaje al montar en moto, peraltes, técnicas de toma de curvas, estabilización mediante el uso de los frenos…
De ahí llegamos al circuito cerrado. Nadie, absolutamente nadie, se libra de esta prueba.
Yo voy a explicar el circuito más común y utilizado, recordando que la competencia está en cada territorialidad, por lo que el que se hace en Bilbao, no es igual aunque sí se parezca, que el que se emplea en Lugo y en Cantabria, por poner un ejemplo.
El examen comenzará con la moto parada, el alumno arrastrándola hasta la parrilla de salida, colocándola sobre el caballete o la pata de cabra y a continuación montándose y arrancándola, para iniciar el recorrido a señal del examinador de turno.
Habrá que hacer una primera prueba: jalones. O dicho de un modo más fonético: zig-zag entre palos o conos. Cinco jalones distribuidos a 3,5m. de distancia longitudinal y a un metro de ancho, formando así una línea desigual, como se observa en esquina superior del plano. El margen estará marcado por dos líneas (que serán tres, puesto que en la parte izquierda habrá dos, una blanca y otra amarilla, cuya validez estará en si la llanta supera o no las 14 pulgadas) que distan entre sí cinco metros y medio.
Superada la prueba inicial llegaremos a los que llamamos tréboles, nombre que le viene de la forma que crean las líneas continuas que marcan el límite del circuito. Se trata de tres palos colocados en los vértices de un triángulo equilátero no dibujado y cuya base es de seis metros. A una distancia de 3,5m. habrá unas líneas continuas o de conos que nos limitarán el espacio máximo para efectuar los cambios de sentido que nos piden que hagamos. Es importante recordar que hay un orden establecido (marcado con rayas discontinuas en la imagen) que deberemos cumplir estrictamente y que no está marcado en el suelo de la pista, por lo que hemos de memorizarlo.
El truco que yo empleo, consiste en numerar los conos de acuerdo a tal y como se ven en la imagen. El primero, que hace esquina con la base por la parte izquierda, será el número uno. El de la parte derecha el número dos y el tercer cono, en el vértice superior, el tercero. Así pues, el orden sería:
Uno dejándolo a la derecha, dos a la izquierda, uno a la derecha, tres a la izquierda, dejar el segundo a la izquierda y salir hacia la tercera prueba. Ojo, que hablo de «dejarlo a» y no de «pasar por».
La tercera prueba ha sido denominada a lo largo de los años como ‘la criba’, aunque también la llaman raíles, líneas, carril y chapa. Consiste básicamente en demostrar que sabemos mantener las ruedas de la moto en línea recta en un espacio estrecho y, en algunos casos, sobreelevado. En Bilbao se emplea una rampa elevada, en Lugo sin embargo, al igual que en Laredo (Cantabria), se utilizan raíles metálicos que suenan al ser golpeados.
Sin lugar a dudas, es la prueba en la que más gente suspende y además, no hay un truco o consejo para hacerla bien, salvo el de mirar bien lejos y mantener la cabeza fría para salvar los seis metros y los quince centímetros de anchura que tiene la pieza.
Al salir de ese paso estrecho, entramos en otro. En esta ocasión no se trata de demostrar que podemos mantener las ruedas dentro de un límite estrecho, sino de ser nosotros mismos los capaces de estar en ese límite. Se trata de un pasillo formado por cuatro palos por cada lado y cuya anchura varía también si la moto es más pequeña o más grande, siendo el máximo permito de un metro con veinte centímetros. Contaremos con que el pasillo hace una curva ligera, por lo que habrá que ir despacio, mantener los brazos bien pegados al cuerpo así como las rodillas y vigilar mucho los espejos.
Finalmente, a la salida del pasillo, tendremos que efectuar una aceleración brusca cambiando a segunda velocidad (hay que acelerar con ganas, que se trata de demostrar dominio) y hacer una frenada de emergencia, sin desaceleración previa, que terminará con el derribo de un larguero metálico. Sin embargo, en otros lugares, no existe ese larguero y las frenadas se efectúan dejando la rueda dentro de unos límites concretos o, en los menos, ni tan siquiera se efectúa esa aceleración.
Así, tras cinco pruebas evaluables y una observatoria, habremos terminado con el examen de moto… o casi. En algunas ciudades como Madrid, Bilbao y Barcelona, se realizan también pruebas de aceleración una vez finiquitado el recorrido que acabo de describir. En un carril cuya longitud estará entre los 90 y los 110 metros, pudiendo alargarse hasta ciento cincuenta, el aspirante comenzará a acelerar estando detenido y alcanzará la máxima velocidad posible, cambiando durante el trayecto hasta la tercera marcha. Después, se verá obligado a reducir a segunda dejando que el motor se encargue de frenar un poco el vehículo y evitando (aunque no tiene demasiada importancia) tocar el freno. Finalmente, deberá frenar la moto dentro de la zona marcada para ello, de unos once metros de longitud, colocar punto muerto y alzar la mano izquierda, para señalar que ha soltado el embrague.
Y entonces sí. Entonces ya será motero por obra y gracia de la Dirección General de Tráfico. Aunque, si tiene menos de tres años de permiso de coche o no dispone de éste, y siempre que no sea un permiso de la clase A1 (esta clase sólo hace teórica y maniobras) tendrá que realizar una prueba práctica en carretera, que consistirá en respetar la señalización y cumplir el reglamento, siguiendo las órdenes lanzadas desde un coche escoba por un examinador y que el alumno recibirá a través de un pinganillo y un sistema de radio (el vídeo, de la Autoescuela Gong, una de las punteras de la provincia de León, sita en Bembibre).
Con esto queda demostrado que la actual forma de examinar de moto no garantiza en absoluto la seguridad de los pilotos. Fácilmente acabarán siendo víctimas de trágicos accidentes que se sumarán a listados estadísticos contradiciendo los supuestos intereses de tráfico, que da una de cal y una de arena. Quieren moteros mása preparados y prudentes, pero «regalan» el permiso A1 a quien tenga más de tres años de permiso de clase ‘B’. Desean reducir las muertes, pero su sistema de aprendizaje es esta chapuza de pseudodestrezas. Hacer un examen de carretera por obligación no cambiará nada; sólo será un mayor gasto para unos y mayores ganancias para otros; y en el segundo grupo no están precisamente las autoescuelas.
No veo ya el momento en que se empiece a aplicar la nueva normativa y se modifique, supuestamente, el sistema de maniobras. A ver si hemos hecho las cosas bien por una vez y comenzamos a preparar moteros de verdad, para que puedan disfrutar de cabalgar a lomos del viento con el vehículo más apasionante de cuantos existen. Moteros que nacen para rodar y ruedan para vivir; no para matarse por no saber rodar. Pero mucho me temo que no, que esto funciona como tesorería y no como escuela.