¿Manejó alguna vez Maslow por América Latina?

Josep Camós

2 de enero de 2010

Es del dominio público la teoría psicológica que esbozó Abraham Maslow allá por 1943 sobre la jerarquía en que se estructuran las *necesidades humanas* y que se resume gráficamente en forma de pirámide. _Grosso modo,_ la idea es que a medida que el ser humano consigue aquello que más precisa, busca nuevos horizontes, nuevas metas que alcanzar, poco a poco las va logrando y sigue fijando nuevos hitos… y así sucesivamente hasta llegar a un estadio de completa autorrealización.

A veces me viene esta pirámide a la mente cuando, hablando sobre *seguridad vial,* echo una mirada a otros entornos y me doy cuenta de cuál es la cruda realidad. Y es que normalmente giramos la cabeza hacia países como *Suecia,* donde hace años que fijaron el objetivo cero en materia de mortalidad vial y les va de perlas, o nos inspiramos en el permiso por puntos de *Francia*, o admiramos la capacidad *británica* para poner orden en algo que puede ser tan caótico como el tráfico en las grandes ciudades.

Sin embargo, rara vez se nos ocurre volver la vista hacia esos países que, pasando por alto las ideas de Maslow, están realizando un *enorme esfuerzo de concienciación* («concientización», lo llaman allí) sobre el problema vial cuando tienen sobre la mesa otros muchos problemas de dificilísima resolución. Hablo de esas voces que desde *América Latina* a menudo lanzan un mensaje de apoyo y sincero agradecimiento hacia nuestra labor como editores de *Circula Seguro.* Voces que nos cuentan con ilusión cómo a título prácticamente individual *intentan mejorar la seguridad vial* en sus países, pese a que allí nadie les pone las cosas fáciles.

A ellos les dedico hoy este post. Y muy especialmente a *Fernando Alberto Ulloa.*

Carretera costarricense

Confieso que *mi experiencia personal* al volante de un vehículo por tierras americanas es prácticamente nula. En una ocasión, hace ya casi 16 años, alquilé un todoterreno para recorrerme parte de la Península de Nicoya, en *Costa Rica.* Era o eso o quedarme encerrado en el hotel durante 10 días. Total, que con sólo tres meses de permiso de conducir español (y sin que nadie en la agencia me pusiera pegas por esa circunstancia, por cierto) me vi haciendo kilómetros y kilómetros a la velocidad de un caracol reumático a través de supuestas carreteras que en realidad eran simples caminos hondamente labrados por la lluvia pertinaz, perdiéndome en ausencia de señalización, preguntando a los lugareños, encontrándome de nuevo, vadeando algún que otro río, y ya. Ahí acaba mi escaso bagaje de primera mano sobre la circulación en Latinoamérica.

Quitando eso y el goteo más o menos continuo de los lectores americanos que se ponen en contacto con nosotros, ha habido *tres casos* que realmente me han abierto los ojos sobre *el estado de la seguridad vial* al otro lado del _charco._

Uno. Hace algunos meses, tuve un *alumno boliviano* que eligió prescindir de la posibilidad de canjear directamente su permiso de conducción (pese a que la ley española ya se lo permitía) porque reconocía que su estilo de manejar autos era un peligro para sí y para los demás. Recibió algunas clases y aprendió de mí unas cuantas cosas que nadie antes se había molestado en explicarle. «Es que no te puedes imaginar», me decía una y otra vez. «Es que allí no tiene nada que ver, pero nada».

Dos. Hace unos días mi mujer quedó con una amiga de la infancia. Llevaban 14 años, creo, sin verse las caras. La chica vive en *México DF* y, claro, sólo viene de vez en cuando por aquí. Al parecer se fue para tres meses y lleva allí nueve años ya. El caso es que la amiga de mi mujer está considerando la posibilidad de volver a España, pero la frena el tener que comenzar de cero con los tiempos que corren y, ojo al dato, el tener que sacarse el permiso de conducir en nuestro país. Allí es otra cosa, afirma. Cuenta que todos manejan, pero sin ningún documento. Que cuando algún familiar la visita y sube a dar una vuelta en su coche baja con la cara blanca sabiéndose superviviente vial y sin ninguna gana de repetir la peligrosa experiencia de circular por allí.

Pero, claro, dice que quiere volver, entre otras cosas porque allí los *atracos a mano armada* están a la orden del día. Pistola en mano, te sacan lo que llevas y tienes suerte si no te vuelan la cabeza. Así están las cosas. Lo tomas o lo dejas. Y ella está por dejarlo.

Tres. Fernando Alberto Ulloa es un tipo la mar de majo de *Buenos Aires.* Vive por y para la educación vial. Entre otras cosas, es el responsable de Conducta Vial, un espacio con el que pretende informar a sus compatriotas de cómo está el patio vial en Argentina. Quiere que mejore la seguridad de tantos argentinos que, como él, tienen la necesidad de trasladarse de un punto a otro a bordo de un vehículo.

*El pasado lunes Fernando estuvo a punto de morir.*

No fue culpa del asfalto. Tampoco se puede hablar de una señalización deficiente. No fueron los neumáticos. Ni los frenos. Desde luego, Fernando no había bebido ni una gota de alcohol ni había esnifado cocaína. No se distrajo hablando por el móvil ni programando el GPS. Y no, no iba a una velocidad excesiva.

No. Nada de eso había ocurrido.

Simplemente se entretuvo. Y estuvo a punto de morir.

Se entretuvo porque su madre quería despedirse de él antes de que subiera a su coche. Y entonces lo atracaron. Unos tipos le robaron el coche, el móvil, el dinero que llevaba encima. Todo voló mientras sus atracadores lo encañonaban. Sucedió a plena luz. Eran las 12 del mediodía.

Fernando cuenta cómo ocurrió todo en la página desde la que día a día lucha por la seguridad vial de sus paisanos argentinos. *Lucha por la seguridad vial mientras su seguridad personal pende de un hilo,* el mismo hilo que conectó de forma fortuita las dos neuronas con las que sus atracadores decidieron su suerte el pasado lunes. Y borrón y cuenta nueva, que no fue nada, todo quedó en un susto y sigue habiendo muchas vidas que salvar en la carretera.

No, en América Latina no necesitan subir a un coche para experimentar la cotidianeidad de la *muerte violenta.* Y, a pesar de que las cosas están como están por allá, hay muchos voluntarios que están haciendo verdaderos esfuerzos por salvar a los suyos de la *sangría vial.* Trabajan contra corriente, nadando en un mar de tiburones, educando a los demás sin ¿apenas? respaldo institucional. Sí, supongo que se trata de cómo se plantee cada cual su particular jerarquía de las necesidades humanas. Si Maslow levantara la cabeza quizás vería, como veo yo, *todo un mérito* en cada una de las acciones que están llevando a cabo estas admirables personas.

Gráfico | J.Finkelstein
Foto | Josep Camós