En los últimos años diversas ciudades españolas cuentan con servicios de alquiler de bicicletas. Barcelona fue la pionera con el Bicing, y después le han seguido, entre otras, Sevilla con Sevici, Zaragoza con Bizi o Valencia con Valenbisi. La creación de carriles bici, unidos al alquiler de bicicletas han promovido que la gente, y los turistas, utilicen cada vez menos los transportes privados o públicos (autobús urbano, taxi, metro, tranvía) y en su lugar lo hagan en un medio completamente verde.
Pero unidos a estos servicios también aumentan los riesgos. Algunas ciudades españolas cuentan con una red de carriles bici adecuada, que incluso incluyen el centro urbano, donde principalmente se generan los desplazamientos. Pero en muchos casos, este tipo de vías exclusivas brillan por su ausencia y no queda más remedio que mezclarse con el tráfico. Ahí es donde llegan los problemas.
Utilizando como ejemplo las cuatro ciudades anteriormente citadas, Barcelona cuenta con casi 200 kilómetros de carriles bici, Sevilla y Zaragoza con 100 km y Valencia con 125 kilómetros. Madrid cuenta con casi 130 km. pero cualquiera que conozco la capital del país sabrá que de esa cantidad, una mínima parte coincide con el centro urbano, siendo la mayor parte reservada a anillos exteriores más propios del cicloturismo que de transporte propiamente dicho.
Curiosamente, uno de los consejos que se dan para la utilización de estos servicios de alquiler es que se tendrán que utilizar en los carriles diseñados al efecto. ¿Y qué hacemos cuando no hay un carril diseñado a tal efecto?. ¿Aparcamos o tratamos de lanzarnos a la “jungla” urbana?
Como a todo, hay que acostumbrarse y para eso hace falta tiempo. Barcelona es una capital pionera en este punto y moverse en bici, al igual que la utilización de la motocicleta, es algo que ya no es nada nuevo. Pero aún así, siempre hay gente poco habituada que decide probar. Muchos “novatos” no están acostumbrados ni a la utilización de la bicicleta, la bicicleta no deja de ser un ejercicio físico y la falta de forma hace que disminuya la capacidad de reacción, y que tampoco están concienciados de la peligrosidad que supone circular junto al resto del tráfico urbano.
Eso sin olvidar que el conocimiento de las normas de tráfico y del código de circulación no siempre está implícito. Incluso la manera de circular y convivir. Para conducir un coche o una moto, necesitamos superar al menos dos exámenes. Para circular en bici, ninguno. Tampoco pasa desapercibido que una medida de seguridad tan básica como la utilización del casco es una recomendación y no una obligación, al menos para la circulación en vías urbanas aunque sí en vías interurbanas.
Llegados a este punto, es momento de que el fomento de la utilización de estos servicios vayan de la mano de una regulación que no ponga en peligro la vida de los usuarios. Además servirá para todos aquellos que convierten la bicicleta en su transporte personal y para quienes tengan que compartir el espacio destinado a todos, ya sean vehículos privados como públicos.