Reconozco que estos cochecillos sin carnet son uno de mis temas favoritos cuando me apetece soltar adrenalina. Lo siento: por más vueltas que le dé, no logro llegar nunca a encontrarle un motivo convincente para que estos *juguetes con ruedas de vespino y motor de batidora* puedan mezclarse con los vehículos que conducimos los que religiosamente nos hemos sacado el imprescindible carnet.
Nunca se me ha ocurrido acercarme a una armería a comprarme una pistola sin licencia de armas, y tampoco creo que sea posible trabajar de cirujano sin haber pasado por la carrera de Medicina, por lo que entiendo que esta excepción en *una cosa tan seria como la seguridad en las carreteras* es un patinazo considerable.
Ya el perfil de conductor al que van destinado estos microcoches es para ponerse a temblar: *gente que no pueda o no quiera sacarse el carnet de conducir*. Yo nunca pondría un volante en esas manos, y desde luego, si pudiera, no permitiría que nadie lo hiciera.
Si a mi abuelo, que no ha conducido en su vida, se le fuera la cabeza y le diera por comprarse uno de estos, o tuviera el mismo capricho ese amigo que ya lleva 7 renovaciones de los papeles para sacarse el carnet y los examinadores lo conocen por el nombre, mi objetivo sería indudablemente tumbar esa idea. Por su bien, por el bien del resto de usuarios de la vía, e indirectamente, por mi propio bien.
Sí, lo sé, para llevar uno de esos microcoches hay que sacarse una especie de licencia, pero vaya, mucho me temo que eso es sólo un “por lo menos pase por caja”, y en ningún caso la intención real de esa licencia es enseñar al conductor a conducir. Porque si así fuera, *para eso ya tenemos el carnet de conducir*.
Por su conducción especial y sus características particulares, entiendo que los ciclomotores precisen de una licencia diferenciada del carnet de conducir, pero no soy partidario de que esa misma licencia sea válida para conducir un vehículo que aunque sea un ciclomotor por dentro, *se comporte a todas todas como un coche cualquiera al circular*.