Los coches, al igual que todos los productos tecnológicos que se comercializan, con el tiempo van evolucionando y mejorando. El caso de los coches es un apartado muy complejo, ya que abarca multitud de apartados, pero cada poco tiempo el sector nos sorprende con una novedad más.
Solo tenemos que echar la vista atrás y recordar cómo eran los coches de hace 2 décadas, aunque cuanto más retrocedamos en el tiempo mayor será la diferencia. El apartado más importante donde hemos experimentado un gran avance es el de la seguridad, aunque en este artículo nos vamos a centrar en las zonas de deformación programada, que pertenecen a la seguridad pasiva de los vehículos.
¿Por qué? Desde que los coches dejaron de ser productos únicamente reservados a personas de alto poder adquisitivo, hemos visto como principales avances de seguridad pasiva el cinturón de seguridad y el siempre importantísimo reposacabezas sin olvidarnos, por supuesto, del airbag. Sin embargo, las zonas de deformación programada tardaron algo más en llegar y no son tan conocidas por aquello de que no se ven a simple vista.
Antes la cultura era que un coche cuanto más “duro” fuera en el exterior, mejor para la seguridad de los ocupantes. Pero el tiempo y, sobre todo, los test de choque y los diferentes estudios mostraron como la alta rigidez de la estructura mataba en caso de accidente y los beneficios de la deformación programada.
Un coche indeformable como los de antes suponía que, en caso de choque, la deceleración que sufría el organismo de los ocupantes fuera bestial. Podía ser un accidente a una velocidad moderada, pero los órganos no soportaban pasar, por ejemplo, de 50 a 0 km/h en unas centésimas de segundo. Con el propósito de aumentar ese tiempo de deceleración y que las fuerzas que tenían que soportar los ocupantes fueran menores nacían las zonas de deformación programadas.
Estas zonas se encuentran en la carrocería exterior (como en paragolpes, capó y aletas) pero, sobre todo, en la estructura del vehículo y siempre fuera del habitáculo (como en vano motor, apoyos del motor, largueros y travesaños), especialmente en la zona delantera. Como su propio nombre indica, son partes del coche diseñadas para que, en caso de accidente, no sean totalmente rígidas y se deformen progresivamente. Esa deformación progresiva, también conocida como “puntos fusibles”, aumenta el tiempo de la deceleración que comentábamos anteriormente, absorbiendo considerablemente la fuerza del impacto. Se podría decir que funciona como un acolchado que amortigua el golpe.
Sin ir más lejos y a modo de ejemplo muy sencillo, podemos imaginarnos la comparación de golpear una pared fuertemente con el puño cerrado y otra situación idéntica pero con un guante de boxeo que cubra nuestra mano. El guante hace de amortiguador absorbiendo buena parte de la energía y reduce las lesiones que podamos sufrir en nuestra mano aunque la potencia utilizada sea la misma.
Por otro lado, la zona del habitáculo sí debe ser rígida e impenetrable, indeformable. Las zonas de deformación programada ya se habrán encargado de reducir considerablemente la fuerza del impacto, pero en caso de que el choque haya sido tan violento que aún quede energía por absorber, el habitáculo no puede ser deformable. Y no puede ser deformable porque si lo fuera, sus ocupantes sufrirían aplastamientos y atrapamientos en choques fuertes, lo que es aún más peligroso. Por ello, la “jaula” del habitáculo se construye con materiales de muy alta resistencia y unas formas cuidadosamente estudiadas para que no tengan ningún punto débil.
Hoy en día, en un accidente de un coche a 30 kilómetros por hora contra un muro, el coche queda bastante dañado y, como ya tenga unos cuantos años, muy probablemente quede siniestro. Un vehículo viejo no parecería tan afectado visualmente en un golpe similar, pero las consecuencias para los ocupantes eran muy distintas.
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Fotos | Rklfoto, John Gomez