La utopía del radar y la velocidad adecuada

Josep Camós

28 de octubre de 2007

El otro día hacíamos una referencia a las palabras de Mario Arnaldo, presidente de AEA, cuando afirmaba que «el problema en España no es el exceso de velocidad, sino la velocidad inadecuada… y eso, los radares, no lo pueden medir».

Una de las cosas que se enseñan en el aula de una autoescuela es la diferencia entre diferentes conceptos relacionados con la velocidad: velocidad adecuada, velocidad moderada, velocidad excesiva y exceso de velocidad, entre otros.

Años después de obtener el permiso de conducir, cada cual retendrá en su mente aquello que más le convenga recordar, pero lo cierto es que demasiadas veces se juega con las palabras y al final uno ya no sabe de qué se responsabiliza al conductor.

Cuando las estadísticas hablan de muertos «por velocidad», se refieren a velocidad inadecuada, excesiva en la práctica totalidad de las ocasiones. Sin embargo, los puntos de control evalúan y penalizan los excesos de velocidad. Antes de que alguien saque el comentario de la recaudación daré mi punto de vista: los excesos de velocidad son infracciones que tienen su base en la velocidad excesiva. Dicho de otra forma: el exceso de velocidad es una variante de la velocidad excesiva que debe evitarse.

Sin embargo, el radar es ineficaz como sistema de control. En primer lugar, un radar no garantiza que el conductor llevará su vehículo a una velocidad legal. Con un frenazo a tiempo se quita de encima la amenaza y puede seguir corriendo. Entonces viene cuando alguien sugiere lo de llenar la carretera de radares. Y otro, que está más puesto en el tema, afirmará que con los nuevos radares invisibles sale tan barato que esa idea se podría llevar a la práctica.

radar
La tesis es así de simple
: si forramos las carreteras con controles, la gente irá a la velocidad que tiene que ir. Con tal de evitar una multa y una pérdida de puntos, el conductor hará lo que sea y reduciremos accidentes.

¿He dicho que era una tesis simple? Me he equivocado de palabra. Más que simple es simplista. Ni siquiera un asfalto plagado de sensores evitaría la mayoría de los accidentes «por velocidad». ¿Por qué? Pues porque la velocidad legal no siempre es la más adecuada. Yo puedo circular por un tramo «de 80» a 70 km/h y ser un temerario. La velocidad adecuada no sólo responde a lo que dice la norma o la señal, sino que depende de factores meteorológicos, de densidad de tráfico, de mi estado psicofísico, de cómo esté el vehículo, de cómo esté la vía…

Y ahora viene cuando sale lo de las penosas infraestructuras que tenemos en nuestro país. Y yo hago la siguiente reflexión: si todas las carreteras estuvieran en perfecto estado, ¿bajaría la siniestralidad de forma espectacular? Lo siento, pero no. Hago un paralelismo con los coches. Hoy en día son tan seguros que más de uno se mata porque la seguridad que el coche le da, el conductor la elimina forzando la máquina. El ser humano pasa gran parte de su vida buscando límites y a veces pierde la vida cuando los encuentra. Por eso es el conductor quien decide.

Volviendo a la utopía del control de velocidad como elemento de salvación, me pregunto si existe un radar que pueda sopesar todos esos factores de riesgo. Creo que no. Esa es la razón por la que el conductor debe ser responsable de sus actos al volante. No se trata de incrementar el control, sino el autocontrol de la velocidad. ¿Y cómo se consigue que el conductor controle su velocidad? Formándolo adecuadamente. Haciéndolo reparar en lo que supone manejar un vehículo, consiguiendo que comprenda qué es la velocidad inadecuada y qué consecuencias conlleva. Y eso tampoco lo sabe hacer un radar. Ni siquiera uno invisible.