El ritmo de vida actual hace que muchas personas pasen del desayuno para poder salir pronto de casa y enfrentarse a una nueva jornada, ya sea en el trabajo o en los estudios. Esta situación, que al organismo no le sienta nada bien, se transforma en un poderoso factor de riesgo cuando nos ponemos al volante, ya que un conductor en ayunas puede acabar teniendo un accidente.
Para ir funcionando, el organismo necesita energías. Esas energías las extrae de los alimentos. A medida que el cuerpo realiza un actividad, va transformando la energía aportada por los alimentos en energía muscular que a su vez se transformará en energía cinética y calorífica cuando los músculos se muevan. Pero esas energías son limitadas en la medida que una persona no se pasa las 24 horas del día comiendo (Homer Simpson queda excluido de esta aseveración).
Podríamos hacer la comparación entre el cuerpo humano y un coche. Cuando el vehículo comienza a quedarse sin una gota de gasolina se enciende en el cuadro de mandos la luz de reserva. Con el organismo pasa algo parecido. Y es ahí cuando hay que saber entender que las fuerzas comienzan a fallar, cuando hay que comprender que se ha encendido la luz de reserva de nuestro cuerpo. Un claro ejemplo serían los bostezos que nos vienen al final de la mañana, mientras trabajamos o estudiamos. Si hemos dormido correctamente durante la noche anterior, esos bostezos normalmente no llegan por una falta de descanso, sino por una falta de energías disponibles.
Por la noche, mientras descansa, el cuerpo va quemando energías. El descanso es una necesidad biológica, es el momento en el que la maquinaria humana se repone del esfuerzo realizado durante el día. Pero ese trabajo no se realiza sin la ayuda de un combustible. Por eso el descanso nocturno necesita ser compensado con un aporte de energías en cuanto sea posible, es decir después de despertar. Si no es así, el cuerpo difícilmente responderá como es debido y ante la falta de energías necesarias para el ejercicio de una actividad fácilmente caerá en la fatiga, es decir, entrará en «reserva» aunque haya descansado durante la noche anterior.
De ese estado de «reserva», que normalmente llamamos cansancio, a la aparición del sueño hay un suspiro. El sueño no es más que un sistema de defensa natural del organismo que se pone en funcionamiento para evitar que el cuerpo se dañe por no descansar cuando lo necesita. Es algo así como una válvula de escape que se abre para evitar que reviente una caldera. Pero si esa válvula de escape se pone en funcionamiento mientras ejercemos una actividad que necesite de nuestra atención como es la conducción, nos pondremos en una situación de riesgo evidente.
El peligro del sueño durante la conducción es doble. Por una parte el sueño supone una falta de control sobre el organismo, de modo que un conductor que se duerme al volante será incapaz de reaccionar a tiempo en el manejo de su vehículo. Además, el sueño es un acto involuntario. Al ser un sistema de defensa del cuerpo, el sueño entra en funcionamiento cuando el cuerpo lo considera oportuno. Por eso beber una bebida con cafeína únicamente retrasará un poco la aparición del sueño, pero cuando se consuman las últimas energías de que dispone el organismo el sueño hará su aparición sin más remedio.
Como el sueño es involuntario, hay que tener controlados algunos de sus principales efectos, que en la conducción son a veces evidentes:
- El conductor somnoliento tiene menos capacidad de concentración.
- Cuando se conduce con sueño aumentan las distracciones.
- Con sueño, la toma de decisiones es más lenta y el conductor incurre en más errores.
- El sueño comporta alteraciones sensoriales y perceptivas en el conductor.
- El conductor que tiene sueño ve alteradas sus capacidades motoras.
- Con sueño, aumenta el tiempo de reacción del conductor.
- El conductor que tiene sueño tiende a comportarse de forma automática.
- El conductor somnoliento corre el peligro de caer en micro-sueños.
- Quien conduce con sueño adopta cambios en su comportamiento, que a menudo tiende a la agresividad y a la irritabilidad.
Pero cuando hablamos de desarreglos alimenticios que derivan en el cansancio del conductor no sólo hablamos de ayuno. También tenemos el extremo opuesto: esas comilonas salvajes que hacen que uno se levante de la mesa y salga rodando. Lo veremos dentro de un mes, más o menos, cuando nos sentemos a comer hacia las dos de la tarde y no nos levantemos hasta cuatro horas después, hartos de engullir polvorones y mantecados y con ganas de echar una cabezada en el sofá.
En esa situación, mientras intentemos movernos buena parte del riego sanguíneo estará atendiendo a nuestro aparato digestivo, por lo que nuestro cerebro no estará para muchas juergas. Aparecerá entonces la falta de concentración, el cansancio y finalmente el amodorramiento, que también conocemos como sueño. Si en esas condiciones intentamos coger el coche, nos pondremos tontamente en una situación de riesgo que puede llevarnos a celebrar las fiestas en la cama de un hospital.
Y entonces, si el sueño es un acto involuntario, ¿eso quiere decir que es incontrolable? No. El sueño es controlable, pero no de forma directa. Dice el refranero español que más vale prevenir que curar. En el caso del sueño durante la conducción, la verdadera solución a este problema pasa por llevar una dieta saludable, hacer comidas ligeras, fácilmente digeribles y frecuentes. De esta forma aseguramos que el organismo va reponiendo sus energías a medida que las consume mientras conducimos y no caemos en el amodorramiento por haber comido más de la cuenta.