¿Es vehículo privado todo lo que parece serlo?

Josep Camós

11 de septiembre de 2008

Andan revolucionados los despachos de movilidad en el área de Barcelona. Si hace unos días nos sorprendían desde la Generalitat de Catalunya con el anuncio de la rebaja de los peajes para los vehículos que accedieran a la Ciudad Condal con un mínimo de ocupantes, ahora es el alcalde de la capital catalana, Jordi Hereu, quien pretende restringir el paso de los vehículos por la Avenida Diagonal, que pasaría de ser una arteria siempre saturada de tráfico a convertirse en un largo paseo para peatones dotado de una línea de tranvía que atravesaría la ciudad.

Como reto, no está mal. De entrada, las medidas son interesantes, y se enmarcan en una política global de penalizar el uso del vehículo privado cuando existe una alternativa de transporte público. De esta forma se reducen las emisiones de gases contaminantes, se controla el gasto de energía y se mejora la calidad de vida de la ciudad. Los responsables políticos aseguran que la polémica reducción de la velocidad en las vías que circundan el área metropolitana de Barcelona ha hecho disminuir la contaminación en un 4%, así que es normal que den un paso adelante en la llamada «pacificación del tráfico».

Mapa de Barcelona, con la Avenida Diagonal destacada en color verde

El asunto está en establecer qué vehículos forman parte del caos circulatorio. Estoy convencido de que los responsables de movilidad de Barcelona tienen claro que buena parte del tráfico que soporta la ciudad no es sólo producto de los desplazamientos de particulares por el interior de la ciudad, sino que a todo esto hay que añadir el inmenso volumen de transporte de mercancías que se mueve a diario por la ciudad de forma seguramente necesaria para el abastecimiento de la población.

Recuerdo que hace años, cuando la actual consellera de Justicia, Montserrat Tura, gobernaba en el departamento de Interior de la Generalitat, se lanzó desde su oficina un apunte sobre la necesidad de establecer una serie de horarios para la carga y descarga que facilitara la ordenación del tráfico en Barcelona. La idea consistía en pasar el transporte de mercancías al horario nocturno. Sin embargo, la iniciativa sonó con fuerza en los medios durante unos días y luego nunca más se supo, hasta el punto que uno ya no es capaz de recordar si lo que cuenta sucedió realmente o es producto de un sueño mal despertado, como si estuviera hablando de Macondo.

Ahora le toca el turno a la restricción del vehículo privado, y de forma inevitable surge la duda: ¿Qué debemos considerar vehículo privado? Está bastante claro que alguien que emplea el coche para cubrir un trayecto corto que bien podría realizar en metro o autobús está haciendo un uso poco eficiente de su vehículo. De la misma forma ocurre con que quienes emplean el coche para llevar a los niños a un colegio que queda a dos manzanas de casa o con esos seres que van a comprar el pan sobre cuatro ruedas.

Pero, ¿es vehículo privado el coche que emplea un trabajador para llegar desde la remota población donde reside hasta esa esquina de la ciudad donde se encuentra la empresa que lo ha contratado durante estos seis meses? ¿Es vehículo privado el coche de quien se traslada al centro para realizar múltiples gestiones en el poco tiempo que nos dejan las colas ante las ventanillas de la Administración? ¿Es vehículo privado el coche sin rotular del agente comercial que va arriba y abajo para cubrir su agenda, que lo mismo está en el centro de Barcelona, que en Sant Cugat, Manresa o Mataró?

Es cierto que hace falta una pacificación del tráfico, porque lo que abunda en nuestras ciudades, no sólo en Barcelona, es como mínimo a ratos el caos circulatorio. Pero no sé yo si está clara la diferencia entre lo que es vehículo privado, con su connotación de uso arbitrario y evitable, y lo que es una herramienta de trabajo más. Ni al agente comercial se le puede exigir que viaje con el coche abarrotado de familiares para justificar su movilidad, ni se puede pretender que un trabajador cualquiera se pase hasta cuatro horas diarias metido en la desesperación de un transporte público que se caracteriza por su ineficacia a la hora de cubrir las necesidades de los ciudadanos, ya sea por falta de infraestructuras o por falta de rigor en el cumplimiento del servicio.

Vía | La Vanguardia, El Periódico

Imagen | Flickr (diminuta), Google Maps