En los años 50 se inició la era nuclear en serio. Ya se habían lanzado dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, y otras tantas pruebas de bombas por parte de las superpotencias (EEUU y URSS). Pero más allá de lo bélico, aparecieron otras aplicaciones útiles para la vida civil, como la generación de energía.
Además de las centrales nucleares, se consiguió propulsar barcos (principalmente de guerra), se pensó en aviones con energía nuclear (como el NB-36H) y hasta se ideó un coche con reactor, el Ford Nucleon Concept. Este automóvil nunca pasó de ser una maqueta, pero era toda una declaración de intenciones.
Con un solo repostaje, podía recorrer 8.000 kilómetros, y sin emitir gases contaminantes. Aquí se acababa la idealización, todo lo demás iban a ser problemas. ¿Tiene sentido la energía nuclear para los automóviles? Pues vamos a verlo, ahora que este tema está tan en boca de todos por los sucesos de Japón.
Hay dos formas de propulsión nuclear con ruedas, una es factible y la otra no. Empecemos por la segunda. El citado Ford Nucleon estaba dividido en dos partes, el habitáculo y el reactor. La radiación quedaría amortiguada por materiales ligeros que no se habían diseñado, y que siguen sin existir hoy día.
El plomo, acero y hormigón son buenos aislantes de radiación, con ellos se hacen las centrales, pero pesan una barbaridad, y eso es incompatible con un automóvil. Por otra parte, al no ser un medio de transporte esporádico sino habitual, no podríamos decir que el impacto en la salud fuese nulo, porque mentiría como un bellaco.
Es cierto que tendría una autonomía salvaje con muy poco combustible, pero ¿a qué coste? Tanto el combustible como el reactor a bordo no serían nada baratos. Además, los restos del combustible necesitan un tratamiento muy caro, peligroso, y no es algo al alcance de cualquiera. La gasolina solo es nociva si se huelen sus vapores, se fuma al lado o si se ingiere, pero la gente no hace eso.
En teoría existiría una red de puntos de repostaje con personal competente para esos menesteres, pero los restos hay que aislarlos porque tienen miles de años de actividad emitiendo radiación. Por otra parte, no hay tanto uranio en el planeta como se cree, y menos para un uso tan extensivo.
Si hubiese miles de estos coches, habría otro problema, el de la probabilidad de fallo de sus reactores nucleares o las consecuencias de un choque por accidente de tráfico. Es cierto que el hormigón y el plomo son muy duros, pero eso supone que son más rígidos (absorben peor la energía) y a su vez multiplican los daños al otro vehículo.
No es fácil que se produzca una explosión nuclear, pero no es precisamente improbable. De hecho, una bomba atómica B-61 de uso militar es más pequeña que un coche y tiene el poder destructivo de 0,3 toneladas de trinitrotolueno (TNT) en su versión más “suave”, 340 toneladas (340 kilotones) en la más bestia.
Además, una explosión nuclear tiene, además de los conocidos efectos secundarios (destrucción total, contaminación salvaje por radiación, terremoto local, calor, secuelas durante décadas) el PEM, o pulso electromagnético, que pondría fuera de combate casi cualquier sistema electromagnético en un radio bastante amplio.
Esto quedó de manifiesto en la película “El día después”, en la que se narran los sucesos que hubiesen acompañado a un ataque nuclear, todos los coches quedaron inutilizados en kilómetros a la redonda. Es una película, pero tiene un cierto trasfondo científico. La verdad es que todo esto es muy poco halagüeño.
Pero aunque no hubiese una explosión, ni un PEM, solo con que fallase el sistema de refrigeración como está pasando ahora mismo en las centrales nucleares de Fukushima, provocaría una explosión pequeña que liberaría mucha contaminación radioactiva. Dicho de otra forma, esta tecnología hay que descartarla sí o sí.
La alternativa razonable, coches eléctricos
Sin embargo, teniendo centrales nucleares ubicadas en lugares seguros, y con todos los protocolos de seguridad, se puede generar energía sin apenas contaminación gaseosa y en grandes cantidades. Una central nuclear tiene un suministro de energía muy estable, no depende de cuánto luce el sol, el precio del barril de petróleo o lo que sopla el viento.
Esta energía puede aprovecharse para mover coches eléctricos, que en vez de un reactor nuclear a bordo, llevan baterías químicas de ión-litio (principalmente), muchísimo menos peligrosas, y que no emiten radiación. La autonomía es muchísimo más pequeña, pero no pesan tanto ni tienen tantos inconvenientes.
Toda la energía que sobra por las noches en un sistema eléctrico dimensionado para la vida diurna, mientras casi toda la población duerme, es susceptible de ser aprovechada por miles o millones de coches eléctricos, colaborando a la rentabilidad del sistema eléctrico y ayudando a una bajada de los precios.
Muchos piensan que si los coches eléctricos se vuelven masivos, se cargará la electricidad de impuestos. Bien, esto sería muy difícil de aplicar, porque un enchufe no distingue si se le enchufa un coche eléctrico o una secadora. El contador solo tiene en cuenta los kWh consumidos, no qué se le enchufa.
Podría forzarse a pagar a todo propietario de un coche eléctrico un impuesto o tasa por tener un cargador doméstico de alto voltaje, o cargarlo en el impuesto de circulación, pero eso no interesa a corto y medio plazo si quieren que esta tecnología despegue. A largo plazo no hay que descartarlo, pero invitará al fraude masivo.
Ahora no hay un ambiente favorable a la energía nuclear, pero hace dos semanas, antes de la catástrofe, como que no nos preocupaba de la misma manera. Nos guste o no, de momento la energía nuclear es un mal necesario, y hasta que no haya algo que la reemplace de forma efectiva tendremos que seguir debatiendo.
¿Es tan mala la energía nuclear?
Por ejemplo, las bombas atómicas redujeron a la nada dos ciudades enteras, pero lo que no se dice mucho y sale en los libros de Historia, es que en los bombardeos sobre las grande ciudades japonesas con bombas convencionales o incendiarias se produjo un genocidio bastante más grande y tristemente menos conocido antes de Hiroshima y Nagasaki.
Basta con pensar que en el Japón de los años 40 la madera era un material de construcción predominante. Ciudades enteras fueron erradicadas por el fuego. Conocemos tres desastres en energía nuclear civil: Three Mile Island (EEUU, 1978), Chernobyl (Ucrania, 1986) y Fukushima (Japón, 2011). ¿Y cuánta energía se ha producido sin incidentes relevantes? ¿Y el efecto del petróleo qué?
No podemos minimizar el hecho de que solo por las luchas por el petróleo ha muerto bastante más gente que por Hiroshima y Nagasaki, y los desastres asociados (Golfo de Méjico, Exxon Valdez, Delta del Níger, refinerías ardiendo en Irak en la Guerra del Golfo…) no son moco de pavo. Si ponemos todos los datos sobre la mesa, no encontraremos una energía exenta de dar problemas.
NOTA: El artículo no pretende ser de un elevado rigor científico, no tengo tanta formación, he pretendido hacer una visión asequible para gente que no es experta en energía nuclear, y algunas expresiones coloquiales se podrían haber cuantificado con datos.