Esta mañana todos nos hemos levantado con la extraña sensación de que algún gracioso nos ha robado una hora de nuestra vida. Ya ha llegado el habitual cambio de horario, en virtud del cual a las dos de la madrugada la hora oficial cambia a las tres. Desde 1973, año de la Crisis del Petróleo y origen de la medida, nos dicen dos veces al año que moviendo las manecillas del reloj nos ahorramos un pico en energía, que no están los tiempos como para desaprovechar los recursos.
Sin embargo, lo que normalmente no se dice demasiado es que este cambio repentino en nuestras rutinas conlleva también una serie de desajustes en nuestro organismo, lo cual (cómo no) nos lleva a considerar las consecuencias del cambio de hora como un factor de riesgo asociado a la distracción, al sueño y a la fatiga. Dicho de otra manera: el cambio de hora tiene una especial repercusión en la seguridad vial.
Es evidente que un reloj se cambia de hora con un gesto más o menos fácil (excepto cuando tenemos que andar quitando tapetas fijadas con tornillos imposibles). De hecho, cada vez son más los aparatos que tienen un botoncito que pasa del horario de invierno al horario de verano en un pispás. Incluso hace siglos que los ordenadores se cambian de hora ellos solitos cuando llega el momento: durante el último fin de semana de marzo a horario de verano y durante el último fin de semana de octubre a horario de invierno.
Pero nuestro cuerpo no es un reloj. O, mejor dicho, el reloj biológico que incorporamos los seres humanos no es tan evolucionado como los actuales dispositivos que cambian de hora a golpe de botón o por un registro en la configuración. Nosotros seguimos funcionando con nuestro más primitivo sistema operativo, que dice que durante el día hay que moverse y de noche hay que dormir. Lo vamos aprendiendo tras nuestro nacimiento, coincidiendo con la etapa de récord de ojeras de nuestros padres, y es esa rutina que tanto nos cuesta coger la que nos permite luego estar despiertos cuando toca.
A la hora de ponerle un nombre, llamamos ritmo circadiano a esos cambios en nuestras variables biológicas a lo largo de un ciclo de tiempo más o menos fijo (de 20 a 28 horas, dependiendo de los casos). Es pura química asociada a los patrones diarios de luz y oscuridad, la temperatura, la estación del año… En función de esos patrones y de otros de tipo individual, como la edad o el estrés, se segrega una hormona llamada melatonina, que (dicho mal y deprisa) ayuda a reparar nuestro organismo a la vez que estabiliza nuestro ciclo biológico diario.
Al sumar o restar de forma repentina una hora a nuestro ritmo circadiano, estamos reajustando nuestro reloj en torno a un 4%. Ese cambio de horario que nos hace enormemente felices cuando en las noticias nos comentan que permite y fomenta el ahorro de energía… nos hace extremadamente desgraciados en nuestro día a día. Desengañémonos: si nosotros como personas no percibiéramos el cambio de horario como un atentado a nuestro ritmo circadiano, en las noticias no tendrían que vendernos la idea de que todo es por nuestro bien.
¿Cómo se venga nuestro cuerpo de ese ataque a su ciclo biológico? De la única forma posible: desconectando para recuperarse. Y es así que cuando hay cambio de horario de por medio, nos encontramos fatigados durante unos días, aumenta la posibilidad de distracciones al volante y nos puede entrar el sueño en el peor de los momentos.
Es evidente que vivimos en la sociedad que vivimos, una sociedad que comprende mejor los balances económicos que las alertas biológicas. Precisamente por eso, estamos sometidos al cambio de horario y de rutina. Vamos, que no nos queda otra. Sin embargo, sí podemos hacer algo al respecto. Lo primero, ser conscientes de los factores de riesgo que conlleva el cambio de hora (es decir, leer este post). Lo segundo, tratar de adaptarnos al nuevo ritmo estimulando nuestro cuerpo cuando procede (haciendo ejercicio físico, por ejemplo) y descansando en cuanto sea posible, sobre todo antes de conducir. Finalmente, si al cabo de unos días no se nos han pasado los daños colaterales del ahorro energético, siempre podemos acudir a la consulta del médico y pedirle consejo, que para eso está.
Foto | Josep Camós, Wikimedia
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