El papel de los acompañantes en la seguridad vial

Josep Camós

5 de mayo de 2009

Siempre insistimos en que la actitud del conductor es fundamental en la reducción de la siniestralidad. De su forma de observar el entorno, del bagaje que tenga como conductor, de sus decisiones y de sus respuestas ante los diferentes estímulos que va encontrando por el camino dependerá el grado de seguridad de su conducción.

Sin dejar de lado este enfoque, también es cierto que en el interior del vehículo contamos a menudo con un elemento humano que puede condicionar, y mucho, el comportamiento del conductor. Se trata de los acompañantes. Como sucede con la actitud de quien está a los mandos del vehículo, de cómo actúen los acompañantes y, más que nada, de cómo interactúen con el conductor, puede depender que la conducción se desarrolle en un marco más o menos seguro.

Hace unos días comentábamos el caso real de un conductor que se salió de la carretera y sobrevivió a una tremenda colisión que segó la vida de sus acompañantes. Entonces apuntábamos hacia la hipótesis (¿por qué no?) de que el conductor ofreciera una especie de demostración de las características de su coche acabado de estrenar, como quien dice. Pero entonces cabría preguntarse también por la actitud de quienes lo acompañaban en aquel viaje. ¿Incitaron al conductor a *acelerar* de forma temeraria? ¿Lo animaron a *beber*? ¿Lo *distrajeron* en el peor momento?

Pero tampoco es necesario llegar a estos extremos de gravedad. En general, puede decirse que la actitud del acompañante puede ayudar mucho al conductor o no beneficiarlo en nada. Por poner un ejemplo, todos hemos sufrido en alguna ocasión la compañía de esa persona que nos pone *en alerta permanente* contra los peligros de la carretera, que se conoce que son abundantes y variados: «Cuidado con ese, mira que aquel no te la juegue, ¿has visto aquel otro cómo va?, y tú no vayas tan rápido…»

También causa furor entre los conductores la compañía, igualmente insoportable, de aquel amigo *que parece haberse tragado un GPS:* «¿Estás seguro de que por aquí vas bien? ¿No sería mejor que giraras por allá? ¿Quieres que me baje y pregunte a alguien?» Y en ese momento tu única respuesta posible es que sí, que se baje, pero no para preguntar a nadie. *Que se baje, y punto.*

Porque que se baje del coche y te deje tranquilo es la única solución coherente en casos como estos. Es lo mismo, exactamente lo mismo, que le pedirías a ese acompañante que sin que te lo esperes *te tapa el retrovisor* con la mano, con la cabeza o con el periódico que comienza a leer justo en el preciso instante en que te vas a incorporar a una carretera que te queda a mano derecha, *justo cuando toda ayuda es poca.*

Conocí a un profesor que resumía todo este problema en una simple frase: «Hay gente que está mucho peor que nuestros conductores, y son nuestros acompañantes». En los autobuses suele exhibirse un cartel que reza: «No distraigan al conductor». Pues eso: Más vale no distraerlo, que cuando está al volante el conductor no es amigo ni pariente nuestro. Cuando se encuentra a los mandos del vehículo, el conductor es el conductor, que no es poco, y con eso le basta.

Foto | Jefield, Lavandeira Jr./Bomberos de Arzúa