*Betoven era el perro ideal.* Nació faltándole una _e_ y una _h_ en el nombre que le impuso su autoproclamado amo, pero a él le daba igual. Por la mañana despertaba a David con mucha suavidad. Le acercaba las zapatillas hasta los pies de la cama. Le encendía la tele con un preciso golpe de pata sobre el mando a distancia. Si hubiese podido, hasta le habría puesto sobre la mesa un café con leche y una madalena para desayunar. Betoven era el mejor amigo de David. *Todo lo hacía por él.*
Y David quería a su perro como se quiere a un perro. Con mucho cariño pero también con *una pizca de autoridad* para dejar claro quién manda. Algún toque de periódico en el hocico para regañarlo de vez en cuando y aquel perro se había transformado en un fiel animal que obedecía a todo lo que su amo le ordenaba. Como tiene que ser.
Cuando paseaban por la calle a David no le hacían falta emplear correas ni malgastar el tiempo en reprimendas. Donde iba David pronto le seguía Betoven. Era lanzarle un silbido y el animal reaccionaba al instante. Ni siquiera era necesario llamarlo por su nombre. *Betoven seguía a ciegas los pasos de su amigo David.*
¿Que David subía un peldaño? Betoven lo subía tras él. ¿Que David se detenía para observar las nubes? Betoven se sentaba sobre sus patas traseras sin ninguna prisa. ¿Que David cambiaba de opinión y volvía sobre sus pasos? Ágilmente Betoven daba una cabriola y tomaba el nuevo rumbo con alegría, como quien lleva a la práctica un bonito *juego de amistad.*
Aquel día David había dejado a Betoven merodeando entre las ramas de un arbusto. A saber qué olisqueaba su perro entre las hojas. David no tenía tiempo para esperar a que el perro dejara de hacer el tonto y *cruzó la calle* para ir a comprar el periódico, que había dejado el coche en doble fila y no era cuestión de que viniera un policía y le multara.
Al acabar su gestión, *David miró hacia la otra acera,* donde estaba Betoven, y silbó.
Y Betoven salió corriendo hacia David.
Y Betoven murió atropellado por un coche que pasaba por allí.
Descanse en paz Betoven.
Cuando hablamos de la importancia de la anticipación en la conducción preventiva, normalmente consideramos la mítica figura del *niño* que a buen seguro saltará tras la *pelota* que irrumpe en la calzada. Nos referimos también a los clásicos *viajeros* que abandonan el *autobús* en tropel y se disponen a cruzar la calle sin siquiera mirar, ensimismados en la indignación por los impresentables retrasos del transporte público. Nos fijamos incluso en las *horas de mercado* y en la posibilidad de que un carro de la compra atestado de hortalizas abandone la acera y nos deje el coche atomatado.
Sin embargo, raro es que tengamos en cuenta la historia de un perro como Betoven, sin _e_ ni _h_. El perro es tan amigo del hombre que ni siquiera se plantea si el amo que le llama desde la otra punta de la calle se ha parado a mirar *si venía un coche.* Y luego diremos que el ser irracional es el animal…
Nota:
Ningún animal resultó herido en la creación de esta historia de ficción. Gracias, Aitor, por la idea.
Foto | liza31337, Gui Tavares, Wooglah