Este es el tipo de cosas que uno no sabe si explicar, ya que me arriesgo a que os riáis un poco de mi. De hecho, ya lo he sufrido en mis carnes las burlas de mi entorno no-conductor cuando lo comentaba. Pero bueno, espero que vosotros seáis más benévolos. Y si alguien ha vivido algo similar, tanto mejor.
En este caso, cuando digo zapatos no estoy utilizando una metáfora para referirme a las ruedas. Me refiero al calzado real, al que llevamos en nuestros pies. Aunque a menudo lo olvidamos, el calzado del conductor es de suma importancia, teniendo en cuenta que los pedales son tres (o, al menos, dos) de los mandos más importantes para la conducción.
Como a todo en esta vida, hasta los zapatos más resistentes dan su último paso. Entonces, llega la casi traumática necesidad de estrenar calzado nuevo, y todo lo que ello comporta. Incomodidad, rozaduras,… Hasta que el cuero de de si para amoldarse a la forma de nuestro pie, y que nuestros pinreles se acostumbran al tacto de las nuevas herraduras.
En mi caso, y no se si ello me convierte en un bicho raro, la desacostumbrada rigidez me hace sentir tan patoso que pierdo totalmente la noción de donde están mis pies en cada momento. De hecho, bajar de mi habitación a la sala de estar, tramo de escaleras que recorro docenas de veces al día, se convierte en una aventura.
El descontrol es tan grande que necesito mirar al suelo constantemente. La confirmación visual me permite afianzar el pie en cada peldaño. De no ser por eso, probablemente contaría cada nuevo par de bambas por contusiones cerebrales.
Bueno, vale. Estoy exagerando, lo admito. Pero no me negaréis que algo de razón sí tengo. Sobre todo si, como yo, no sois de cambiar de calzado a menudo, los zapatos nuevos se convierten en un elemento extraño y duro que nos incomoda.
En la conducción, la sensibilidad en los pies es imprescindible para manejar correctamente los pedales. Además, debemos hacerlo de forma totalmente automática. En la carretera, no tenemos el privilegio de poder mirar a nuestros pies para asegurarnos que estamos pisando correctamente el pedal.
El día más traumático de mi corta vida como conductor fue cuando jubilé las zapatillas con las que hice todas mis prácticas de autoescuela. Para más inri, fue un par extremadamente longevo, lo utilicé durante más de dos años (de hecho, aún se sostenían, sólo se rompió un cordón).
Las sucesoras no aguantaron tanto. Por desgracia, hace cosa de un mes evidenciaron su deterioro. Sin embargo, recordando la experiencia de la primera substitución, decidí no estrenar un día que tuviera que conducir. Y precisamente esto es lo que provocó las risas de algún allegado mio… si es que soy un incomprendido.
Para mi desgracia, en este periodo de tiempo, cada vez que salía de casa lo hacía motorizado, así que no tuve oportunidad de hacer el rodaje. Hasta que el viejo calzado dijo basta (de forma bastante dolorosa, por cierto). En definitiva, que he tenido que hacer el trasplante de buenas a primeras, por segunda vez. El resultado… de nuevo me sentí como si estuviera llevando aletas de bucear en vez de unas deportivas. Como muestra, un botón: calé el motor por primera vez en muchos muchos meses.
La próxima vez, llevaré el calzado nuevo en el coche, y simplemente me cambiaré al aparcar. ¡Qué fácil es pensarlo todo a posteriori!
En Circula seguro | Qué calzado me pongo para conducir
Fotos | sergis blog, FreeCat