En medio de un debate social que poco o nada tiene que ver con la *seguridad vial*, se ha liado un monumental follón en Francia después de que una mujer de 31 años resultase *multada por conducir con un niqab*, velo islámico que según la Policía obstruye el campo de visión y por lo tanto es un peligro contemplado en el Code de la Route, el equivalente galo a nuestro Reglamento de la Circulación.
Ella dice que llevar niqab en cumplimiento del hiyab no le molestaba en absoluto y que lleva nueve años conduciendo con la cara tapada pero *con los ojos al descubierto*, y yo en principio le doy crédito porque no tengo por qué dudar de lo que dice, pero no puedo evitar pensar en alguna anécdota personal que he vivido enseñando a conducir a algunos jóvenes… aunque no llevaran velo ni fueran musulmanes, que yo sepa.
Ciertamente el *existencialismo* es un rasgo muy presente en los chavales de la franja de edad con la que me toca lidiar a diario en mi trabajo. Tanto es así, que no resulta extraño encontrarte de vez en cuando con un alumno que profesa los ideales del más puro estilo *emotive hardcore*, esto es punk del de toda la vida pero bajado de vueltas hasta el suicidio por depresión. Y dentro de esta corriente, resulta habitual que la estética de estos jóvenes incluya *un peinado que les proteja, emocionalmente hablando,* del cruel mundo que los rodea, es decir un flequillo que les sirva como telón de aislamiento.
El principio emo, pues, no queda tan lejano de la esencia del hiyab, código cultural que consiste en *cubrirse para aislarse emocionalmente del exterior*. Y desde luego, las consecuencias de combinar cualquiera de estos idearios con el manejo de vehículos no son demasiado dispares.
De todos es sabido que una de las bases de la conducción preventiva es la *observación* y que esta debe realizarse de forma ágil para obtener de ella los mejores resultados. Por poner un ejemplo, sabemos que resulta útil girar la cabeza para reducir el ángulo muerto que tenemos en los vehículos. Pero ese giro de cabeza de nada servirá si alrededor de nuestro campo visual *tenemos un cerco* que no sólo nos enmarca y limita el campo visual sino que además causa que nuestro cerebro tenga que dedicar más recursos para separar el grano de la paja en todo lo que está viendo. ¡Qué ganas de fatigarse!
Recuerdo el caso paradigmático de una alumna a la que le recomendé encarecidamente que para conducir llevara puesta alguna horquilla que le sujetase su espectacular flequillo, ya que eran habituales sus *cambios de carril sin una observación eficaz*, lo que me acarreaba más de un susto a mí mismo y al pobre conductor vecino de viaje que veía cómo un coche con una «L» azul hacía amago de echársele encima. Y me consta que la chica giraba la cabeza para mirar… pero *el flequillo le impedía ver nada.*
Y es que esto de llevar en el coche los ojos cubiertos o parcialmente cubiertos no es una cuestión ni de estética, ni de religión ni de ideología. Es mucho más sencillo que todo eso. *Es una cuestión de seguridad vial*, la del conductor y la del resto de los usuarios de la vía también.
Vía | El País
Foto | Ranoush, xJasonRogersx, Josep Camós