Estos días hemos comprendido que la observación es una pieza fundamental para obtener la información necesaria para la conducción preventiva y que una anticipación bien entendida redunda en nuestra propia seguridad vial y, por extensión, en la seguridad vial colectiva.
Como habremos observado, no siempre las cosas salen como uno espera. Por eso precisamente hemos aprendido a anticiparnos y reaccionar en caso necesario. Ah, pero para desarrollar nuestras reacciones necesitamos contar con un escenario, que no es otro que el espacio que nos rodea. Y a eso dedicaremos esta última del mini monográfico dándole un repaso al tercer pilar sobre el que se asienta la conducción preventiva: el dominio de nuestro espacio.
«¿Por qué te pegas a ese coche?»
Ese era el eslogan que empleó la DGT en un gran spot de campaña. Claro, porque si no contamos con un espacio en el que poder reaccionar cuando sea necesario, nuestra conducción preventiva no será posible. Para conducir de forma segura, resulta primordial guardar las distancias. Hace algún tiempo, mi compañero Javier Costas desarrolló un buen texto sobre la necesidad de mantener una distancia de seguridad. Recupero ahora algunos de los puntos esenciales sobre este asunto:
Velocidad es igual a espacio dividido entre tiempo. Por tanto, a mayor velocidad, mayor distancia de seguridad. Si dejamos siempre un intervalo *de 2 a 4 segundos,* tendremos siempre ese espacio que precisamos para reaccionar en caso necesario.
Aumentar la distancia en caso de eso que llamamos «condiciones meteorológicas o ambientales adversas»: lluvia, polvo, humo… También conviene dejar más espacio cuando atravesamos un túnel. De hecho, al pasar un túnel o similares con nuestro coche deberíamos, por Ley, separarnos al menos 100 metros del vehículo que nos precede por la falta de visibilidad que encontraremos. Incluso cuando circulando normalmente el día se oscurece de repente por la presencia de grandes nubarrones, lo mejor es dejar más margen, por lo que pueda suceder. Más vale eso que sufrir una granizada repentina a tres palmos del coche que circula ante nosotros. En casos de firme en mal estado, también es buena idea aumentar la distancia para evitar que el vehículo de delante proyecte gravilla a su paso y nos rompa el parabrisas de un chinazo.
Asimismo, deberíamos incrementar la distancia con el vehículo que nos precede cuando no nos encontremos bien al volante, aunque, desengañémonos, lo ideal en estos casos es buscar un lugar adecuado y descansar un rato… y no para siempre.
También es importante dejar más distancia, y esto suelen olvidarlo muchos conductores, cuando el conductor que circula detrás nuestro se empeña en pegarse a nosotros. Ya hablamos de las consecuencias de convertirse en un sandwich cuando hay una colisión por alcance en medio de una retención, así que es mejor evitar el peligro.
Porque, ¿qué podemos hacer cuando es el conductor que nos sigue el que no respeta las distancias? La primera medida, ya lo he dicho, será aumentar la distancia con el vehículo que nos precede. Lo siguiente, evitar acelerar, porque eso no resolverá nada y aumentará el peligro en caso de que surja un problema. Por contra, si nos vemos en la necesidad de frenar o de girar hacia algún sitio, comenzaremos nuestra maniobra mucho antes, quitando velocidad con suavidad y tiempo suficientes y, en el caso de desplazamientos laterales, utilizando los intermitentes con mucha antelación, de forma que el conductor que nos sigue tenga tiempo de reaccionar. Como vimos cuando hablábamos de la anticipación, es pura empatía empleada en nuestro beneficio.
La separación lateral, la gran olvidada
Normalmente, pensamos en la separación lateral que necesitamos a la hora de realizar una maniobra que implique un desplazamiento lateral como podría ser un adelantamiento o un cambio de dirección. Y ciertamente es así. Sin embargo, la conducción preventiva exige que esa preocupación por la separación lateral sea constante aunque circulemos en línea recta y por nuestro carril, por lo que pueda suceder. Un conductor que cambia repentinamente de rumbo, un peatón que irrumpe en la calzada, el ocupante de un vehículo que sin pensarlo abre la puerta… Todos esos posibles problemas que pueden aparecer sin más nos llevan a la necesidad de mantenernos suficientemente alejados lateralmente del resto de usuarios de la vía.
En ciudad esa separación será proporcional a la anchura y características de la calzada y a la velocidad a la que circulamos, sin olvidar factores como el tráfico. Es decir, en una ancha avenida no tiene ningún sentido que vayamos coleccionando retrovisores ajenos. En una callejuela, quizá la separación que dejaremos será menor, más que nada porque seguramente no tendremos otra opción, pero también es cierto que nuestra velocidad de marcha será moderada, por lo que pueda suceder. Por otra parte, hace unos días mi compañero Morrillu nos contó de una forma magistral y digerible qué separaciones laterales hay que dejar cuando circulamos fuera de ciudad.
Al final, la idea es que, mientras circulamos, constantemente debemos dejar un margen lateral de seguridad suficiente para cubrir las variaciones de trayectoria que como conductores vamos experimentando y que también van experimentando los demás. Jugar la baza del «tranquilo, que no le doy» sólo es sinónimo de falta de previsión.
En resumen, ¿qué es la conducción preventiva?
En el fondo, llevar a cabo una conducción preventiva supone creer firmemente en la Ley de Murphy, esa que afirma que si algo tiene posibilidades de salir mal, saldrá mal. No es una cuestión de pesimismo, sino simplemente de tener claro que más vale prevenir que lamentar, que nadie es perfecto y que el factor sorpresa es un enemigo irreconciliable de la seguridad vial. Por eso, hay que saber observar, aprender de lo que observamos para anticiparnos a los problemas, y disponer en todo momento de un escenario que nos permita actuar en caso necesario. Si lo llevamos a cabo, estaremos conduciendo de forma preventiva.
Foto | Manel, G. Rivas Valderrama
Vídeo | Autoescuela Gong
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