Cómo no tomar una rotonda, por el amor de dios

Josep Camós

6 de febrero de 2011

Seguramente el tema glorietero-rotondero es en sí mismo merecedor de una categoría propia, y es que aunque hay todo tipo de explicaciones sobre cómo se toma una rotonda hay muchísima más información sobre cómo no hacerlo. En la calle cada día se escriben verdaderas enciclopedias sobre cómo destrozar la lógica de una glorieta causando estragos de diversa consideración. Pero para muestra definitiva, el botón que publicamos hoy en forma de vídeo.

Se trata de un cúmulo de despropósitos de dos minutos y medio que comienza, cómo no, con un diseño nefasto de la vía y continúa con un catálogo de torpezas e imprudencias de decenas de conductores para acabar en un verdadero despelote normativo en Erfurt, la capital del estado de Thüringen, en el corazón de la recta Alemania.

Luces apagadas, ventana maximizada… y que comience el espectáculo.

Quizá lo más tragicómico del caso es que esta rotonda o glorieta (o, como las llamo yo para acabar con la polémica, “glorietonda”) carece de un macizo central elevado por una cuestión económica. Vamos, que salía más a cuenta pintar unas líneas en la calzada y confiar en que los conductores harían las cosas como es debido. Así lo cuenta el autor de la grabación:

Las autoridades locales de Erfurt, en Alemania, transformaron una intersección que funcionaba bien en una confusa rotonda. Para ahorrar costes, ignoraron la obligatoria isleta central. ¿Que unas líneas blancas en el suelo harían la misma función? Qué genios.

De hecho, la polémica me recuerda a algo que se comentó a raíz de la instalación de la primera turborrotonda en España, de la que os hablamos hace ya tiempo. Si el éxito de aquella infraestructura se debía a que los conductores permanecían de principio a fin en un carril predeterminado, lo primero era conseguir que los conductores supieran mantener una cierta disciplina de carril, considerando las marcas viales como una señal más, que eso son y no el resultado palpable de un día de aburrimiento vivido por dos pintores contratados por el ayuntamiento de turno.

El camino más corto

Y es que, de vuelta a la realidad, las marcas de la calzada representan hoy por hoy un valor a la baja que no merece ningún tipo de consideración por parte del grueso de los conductores. Si lo que interesa es que se respeten los espacios y los carriles, como mínimo vamos a tener que hablar de una alambrada electrificada y equipada con espino disuasorio. Si no, no hay manera.

¿Rotonda confusa? ¡Que va! El problema es que hay más de uno, y de dos y de tres, que eso de que las marcas están ahí por algo no acaban de comprenderlo. Y para segunda muestra del día, este otro botón, esta vez en forma de salto de línea continua por la cara en medio de la carretera.

Yo creo que si preguntamos en frío a cualquier conductor si con su vehículo pueden pasar por encima de una línea continua, un cebreado o cualquier otro elemento de canalización del tráfico que no permita ser rebasado… cualquier conductor contestará que no, que eso no se hace y que más vale perder un segundo en la vida que la vida en un segundo. Entonces, ¿qué hace que sean tantos y tantos los que pasan olímpicamente de lo que hay pintado en el suelo?

Tanto en un caso como en el otro, la respuesta es simple: mentalidad de peatón, con perdón para los peatones (que ya dijimos que lo éramos todos), una mentalidad que se resume en la idea de que “yo quiero ir para allá, así que voy para allá”, diciéndolo y haciéndolo a la vez, buscando la línea más corta posible entre un punto A y un punto B aunque no esté permitido y aunque en circulación no siempre el camino más corto sea el que va en línea recta. Por definición, el camino más corto cuando circulamos es el camino que resulta más seguro, ya que el otro a veces puede hacernos pasar por el hospital… o hasta por el tanatorio, dependiendo del humor que tenga ese día la diosa Fortuna.

Vídeo | MonkeyWrenchDog, FAJAMUSA
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