A lo largo de nuestra vida como propietarios de vehículos, siempre llega un momento que nos damos cuenta que conducimos a la Vetusta Morla. No, no me refiero al grupo de pop español; si reconocéis la referencia, es que tenéis cierta edad y muy buen gusto por la literatura juvenil. Por culpa de lo que algunos llaman crisis (y otros llaman estafa), ante la disyuntiva de encontrarse a los mandos de un coche viejo que envejece a marchas forzadas elige la opción de reparar.
En cualquier caso, siempre es necesario meditar de forma racional cualquier decisión, sobre todo las referentes a artículos como los coches que pueden llegar convivir con nosotros muchos años, condicionando nuestra vida en muchos aspectos. No sólo en cuanto a seguridad vial, sino también en cuestiones prácticas del día a día (capacidad del maletero, no disponibilidad del vehículo debido a reparaciones, etc). En este artículo (y su segunda parte) pretendo compartir con vosotros los razonamientos que yo puse sobre la balanza cuando me encontré en esta situación, que pueden ser muy diferentes a los vuestros.
La economía del cambio de coche
Creo que no me equivoco en exceso al suponer que el primer argumento que tomarán en consideración la mayor parte de los automovilistas es el tema económico. La desventaja número uno de hacernos con un coche nuevo (y en este sentido quiero decir nuevo para nosotros, ya que podría ser de segunda mano) es el desembolso inicial que debemos efectuar. Para los estándares monetarios de la mayoría de la gente, los coches son artículos caros. Además, renovar el coche a menudo implica endeudarse por unos años, o bien vaciar una hucha que ha costado muchos sudores llenar.
Por contra, quedarse con el coche viejo no supone un gasto inmediato. Si lleva mucho tiempo con nosotros, con toda probabilidad ya está pagado. No obstante, en vez de un fuerte gasto inicial, los coches viejos suelen conllevar un goteo constante de gastos. Por un lado, está el consumo de combustible, ya que un coche nuevo de similares características casi con total seguridad beberá bastante menos que el viejo.
Por otro lado, los coches viejos son proclives a requerir pequeñas reparaciones con mucha frecuencia. Ya no hablo sólo de cosas como cambiar el aceite o el líquido refrigerante. Sino a consumibles bastante más costosos como pastillas, discos, correas, tubo de escape y un largo etcétera. Un carrusel de pequeñas substituciones de piezas que tiene su momento álgido anual en la temible pero necesaria ITV. EN cambio, un coche nuevo (tanto si es de concesionario como si vamos con cuidado al comprar de segunda mano) nos da la confianza de que estos elementos durarán bastante más.
Sin embargo, el momento en que realmente se presenta la disyuntiva de reparar o renovar es cuando el coche viejo necesita imperiosamente una reparación importante. Porque en ese caso ya no tenemos sólo un goteo constante de pequeños gastos (que no tendríamos con un coche nuevo, o al menos mucho menos), sino que también afrontamos un gran desembolso puntual. Seguro que no tan grande como cambiar de coche (o quizá si, ya que en ocasiones hay buenas ofertas en el mercado de segunda mano). Pero lo peor no es el gasto puntual de la reparación, sino saber que muy probablemente el sinfín de pequeños gastos continuará incluso tras la reparación.
Mi caso
En mi caso particular, yo me encontraba con una berlina de 14 años que había tenido durante los últimos cuatro, durante los cuales pasó de 93 a 140 mil kilómetros y tubo tres reparaciones de cierta importancia (frenos, tubo de escape y soporte del motor). Además, era evidente que necesitaba de forma inminente importantes reparaciones: hacía más de un año y medio que la sonda lambda daba error en el salpicadero (el mecánico me dijo, literalmente, «tira hasta que se estropee del todo», no sé si es el consejo más profesional que me podía dar, pero que al final funcionó incluso en las dos últimas ITV…), era necesario cambiar los cojinetes de las cuatro ruedas porque hacían un ruido infernal y la correa estaba llegando al fin de su vida útil.
Todo ello comportaba una reparación de cierta entidad si quería tirar adelante. Además, teniendo en cuenta que funcionaba a gasolina, y que era más grande de lo que realmente yo necesitaba (por el tipo de desplazamientos que hago, un compacto es más que suficiente, no necesito toda una berlina), el consumo era realmente elevado. Con todo ello, llegué a la conclusión que si conseguía una buena financiación para el coche nuevo (tanto de segunda mano como nuevo), podría mantener aproximadamente el mismo nivel de gasto mensual.
Por lo tanto, el voto de las cuestiones económicas fue para la renovación. Cero a uno. Por lo menos, esa fue mi valoración personal, ¿qué pensáis vosotros?
En la segunda mitad de este artículo compartiré con vosotros dos razonamientos más que tuve en cuenta a la hora de decidir si reparaba o renovaba mi coche viejo. Seguiremos con el tema del confort, dejando para el final lo que en realidad fue más importante para mi: la seguridad vial.
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Fotos | Warners Bros., Rich Legg, Seanmcgrath