Cuando llueve se crea una capa acuosa que nos hace perder adherencia y contacto con el suelo. Si esa pérdida fuera total, acabaríamos patinando y sufriendo un accidente. Para minimizar en la medida de lo posible esa pérdida, los fabricantes de neumáticos diseñaron unas estrías cuya función es expulsar el agua hacia los laterales, permitiendo así despejar de líquido la zona por la que deben rodar.
Conservar los neumáticos en buen estado es esencial para nuestra seguridad. En España hay que mantener una profundidad mínima de 1,6mm. en las ranuras de evacuación, siendo recomendable circular con una profundidad de al menos 2mm.
Si por razón de la velocidad o el mal estado de los neumáticos, no consiguieran nuestras ruedas expulsar la cantidad de agua necesaria para mantener la adherencia, se produciría el fenómeno denominado: aquaplaning. Eso significa que el neumático sólo tiene contacto con el agua y no con el suelo, flotando sobre la superficie mojada y haciéndonos perder el control.
Sabemos como evitar que se produzca: llevar las gomas en buen estado, con la presión adecuada y adaptar la velocidad y las maniobras a las circunstancias de la vía. ¿Pero, alguna vez nos hemos planteado cómo actuar si finalmente ocurre?
El primer paso para afrontar situaciones de cierto riesgo es mantener la calma y comportarse de forma mecánica, siguiendo unos patrones que previamente habremos tenido que aprender y practicar. El último punto, la práctica, no es estrictamente necesaria, ya que salvo en escuelas de conducción avanzada no podremos enfrentarnos, a propósito y sin poner en riesgo a otros conductores, a situaciones de peligro real.
Las personas que poseen una técnica de conducción mediocre consideran y exponen a los cuatro vientos que sólo los pilotos más expertos pueden hacerse con el control del vehículo. Mentira. Sin negar que existen personas cuya habilidad conductora es nata, el piloto profesional he tenido que pasar por diversos estadios de enseñanza para llegar a ocupar el puesto que hoy en día ocupa. Es necesario saber esto y mostrar una actitud positiva para manejar cualquier situación que nos exija mayor control.
En el caso que hoy nos concierne, el primer paso, después de la actitud positiva, será sujetar el volante firmemente sin permitir, en la medida de lo posible, oscilaciones laterales. Esto se debe a que mientras el vehículo se encuentre con las ruedas bloqueadas no responderá a los giros, pero en el momento que vuelva a tener contacto con el pavimento, se podría producir un derrape de cierta consideración. Por lo tanto, debemos procurar, dentro de la imposibilidad de dirigir el automóvil, mantener la trayectoria original.
Por el mismo motivo, no debemos dejar de acelerar y tampoco aumentar la aceleración. Que las ruedas sigan girando a la misma velocidad al tocar el asfalto, que cuando dejaron de tener contacto con el suelo es indispensable para garantizar un buen control.
Dado que no podemos dejar de acelerar tampoco podemos utilizar el freno de servicio y menos todavía el de mano. Si frenásemos podríamos bloquear por completo las ruedas, evitado que expulsaran el líquido que hasta ese momento seguían evacuando en una cantidad mínima y provocar el derrape del vehículo, dando lugar a una situación aún más complicada y peligrosa.
Lo normal es, que al aplicar estas tres medidas, salgamos ilesos del charco y todo quede en un susto de apenas unos pocos segundos de duración.
Si vemos que la bolsa se agua está ocupando una anchura tal que no vamos a poder esquivarla, es recomendable forzar la entrada con las cuatro ruedas; siendo muy peligroso cuando sólo permitimos que entren dos ruedas de un mismo lado, pudiendo producirse trompos y latigazos bruscos, capaces de dejarnos colocados en sentido contrario al del carril.
Si vemos que no es posible introducir las cuatro ruedas, tendremos que estar preparados para un posible derrape.
Lo más habitual en casos de aquaplaning es que el coche sobrevire, es decir; derrape de la parte trasera. Para controlar ese derrape hemos de olvidarnos de dos pedales: embrague y freno. Vigilaremos hacia qué lado se marcha el culo y acto seguido giraremos el volante hacia ese mismo lugar, con rapidez pero con suavidad y sin efectuar un giro excesivo (con menos de un cuarto de vuelta suele ser más que suficiente). Mientras hacemos esto conviene dar un toque ligero de acelerador para ayudar al automóvil a recuperar su trayectoria habitual.
Finalmente, pudiera suceder que derrapásemos con la parte delantera (subviraje). En este caso será importante olvidarnos de todos los pedales y centrarnos exclusivamente en el volante, que deberá ser girado hacia el lado contrario del lugar al que apunta nuestro morro. Una vez nos hagamos con el control y mantengamos la trayectoria, tomaremos las medidas oportunas para continuar: cambiar de marcha, frenar o acelerar, dependiendo de cómo haya resultado la situación.
En cualquier caso, nunca hemos de olvidar que la formación vial y la conducción defensiva nos ayudarán a evitar accidentes, mientras que la práctica, la experiencia y conocer las diversas técnicas, serán elementos claves para garantizar una actuación correcta en caso de que se produzca algún incidente de cierto riesgo.