¿Adaptarme al medio o adaptar el medio a mí? (y 2)

Josep Camós

19 de octubre de 2009

Como decíamos ayer, el debate entre la adaptación al medio o la adaptación del medio a nuestras necesidades tiene un punto de inflexión. Es aquel en que las personas olvidamos que somos capaces de dominar el medio precisamente porque en primer lugar hemos sido capaces de adaptarnos al medio.

De este punto a exigir que sea el medio el que nos responda en todo momento hay un paso minúsculo. Y a partir de ese momento, cuando olvidamos la necesidad básica de adaptar nuestra conducción al ritmo del tráfico y de la vía, cuando anteponemos nuestras exigencias como conductores por encima de la realidad que nos rodea, es cuando puede venir el problema.

Smart siniestrado

Comienzo por el caso de la vía, que quizá es uno de los que suscita las más acaloradas reclamaciones, la mayoría de ellas perfectamente razonables. Es de cajón que cuanto mejores sean las condiciones de la carretera más segura será nuestra conducción. Sin embargo, no podemos olvidar que las vías se diseñan (entre otros parámetros) en función de la velocidad a la que se circulará por ellas, en función de la carga de tráfico que soportarán y en función del grado de congestión que se acepta asumir en un determinado momento. Y dentro de esos cálculos se incorporan unos márgenes de seguridad, por si acaso falla algo. Exigir de la vía más allá de lo que se ha calculado para ella supone jugar con fuego.

Un caso típico: Si los coches han evolucionado tanto, ¿por qué no se abre un poco el grifo de la velocidad en las autopistas? Pues seguramente porque gastaríamos más combustibles fósiles que compramos al extranjero y además contaminaríamos más. Ah, y además porque difícilmente conseguiríamos que los conductores dejasen una distancia de seguridad acorde con esa velocidad. Y porque las vallas de protección que estamos dispuestos a sufragar entre todos no soportan demasiado bien un envite a más de 110 Km/h. Y, y, y… Ya quedó claro en su momento que los límites de velocidad eran una cuestión de probabilidad estadística. Una probabilidad que se asienta sobre las bases de lo que es la realidad vial: un conglomerado de circunstancias que conviene evaluar en todo momento para dar una respuesta acertada. Adaptarse al medio, y no al revés.

Va otro ejemplo: Exigir que la vía esté limpia es un derecho. Sin embargo, confiar en que la carretera estará en perfectas condiciones es, como poco, utópico. Y esta utopía, puesta a los mandos de un vehículo, se convierte en irresponsabilidad (en un sentido no peyorativo, sino textual, de la palabra). El conductor es el máximo responsable del gobierno del vehículo, de manera que si se salta el paso de la adaptación al medio y prefiere pensar que es el medio el que debe adaptarse a él, estará dejando de ser conductor para pasar a ser conducido… por las circunstancias.

Neumático destrozado en medio de la calzada

En cuanto a eso que llamamos «tráfico», que no es más que una serie de acciones realizadas en un momento dado por los conductores a bordo de sus vehículos, salieron a colación del texto sobre la adrenalina un par de comentarios interesantes. En ellos se venía a decir que no todos los conductores somos iguales y que lo ideal sería restringir más el derecho al manejo de vehículos, con psicotécnicos «como por ejemplo se hace para ser piloto de una aeronave». En aquel momento no contesté a esos comentarios porque ya tenía in mente este par de textos sobre la adaptación al medio.

Ya expliqué en otra ocasión que según yo lo veo subir el listón de la obtención del permiso de conducir no necesariamente redundaría en una mejor seguridad vial, al menos no con el resto de circunstancias sociales que concurren. Por otra parte, tendríamos un problema de orden social. Porque, claro, ver quién vendría a arreglarme la línea de ADSL si resultara que no hubiera técnicos suficientes con permiso de conducir. O a ver quién iba a traer hasta mi punto de residencia los sacos de harina necesarios para elaborar el pan que como… y a qué precio lo haría, que ya se sabe que cuando escasea un servicio los costes se disparan. Y a ver cómo se iban a desarrollar todas las actividades económicas que tienen la movilidad como elemento irrenunciable (es decir, prácticamente el 100%). Vuelta a la Edad de Piedra.

En cualquier caso, esperar que el resto de conductores estén a nuestro excelso nivel me sugiere tres lecturas. La primera, pensar que el nuestro es el nivel correcto de aptitud y de actitud al volante y que son los demás quienes están equivocados. La segunda, y vuelta a lo mismo, creer que las aptitudes y actitudes de los demás se van a corresponder con nuestras expectativas. Esperar, por tanto, que el medio se adapte a nosotros y no al revés.

La tercera lectura viene de la suma de las anteriores: No atender al hecho de que la vía es un espacio compartido por todos, y que es necesario que entre todos convivamos en él. Precisamente porque no todos los conductores somos iguales, son necesarias unas normas que se aplican con raciocinio en pos de conseguir, idealmente al 50%, seguridad y fluidez en la circulación. Pretender que yo, por el hecho de ser yo, tengo que gozar de algún tipo de ventaja sobre el resto de conductores es ignorar este principio básico de convivencia. Es conducir, y no circular.

Cola de personas esperando para subir a la Torre Eiffel

La exaltación absoluta de esta forma de proceder sería la aplicación al volante del mito de «ser el primero». En nuestro día a día valoramos eso de ser el primero como algo muy importante. Si soy el primero de la clase recibo la aprobación de mi familia. Si soy el primero en el trabajo puedo optar a un ascenso. Si soy el primero en llegar a la cola del pan me atenderán antes y así podré proseguir rápidamente con mi actividad cotidiana, sea la que sea. Si soy el primero… tengo premio. Y es así como se instaura entre todos nosotros la necesidad de ser los primeros en todo. También en la carretera.

Pitamos enérgicamente en cuanto el semáforo se pone en verde porque ya hemos desperdiciado demasiado tiempo allí como para esperar un siglo más. Pasamos por delante de los demás en cuanto tenemos ocasión sólo para no ir detrás de otro vehículo. Nos jode cuesta detenernos en un cruce para que pase el otro, aunque sea él quien legalmente tiene prioridad de paso. No es ya que no tengamos tiempo que perder. Es que tenemos que ser los primeros, y en la persecución de esa necesidad vital llegamos a pretender que nuestro entorno se adapte a nuestra forma de conducir.

Y es entonces cuando le hemos dado la vuelta a la tortilla. Y es entonces cuando se generan los problemas. En el momento en que las exigencias de la vía o del vehículo estén por encima de lo que es capaz de aportar el conductor, puede sobrevenir el siniestro. Por contra, si uno como conductor es consciente de la necesidad de adaptarse continuamente al medio, ese riesgo se alejará un poco. O un mucho, dependiendo de la situación.

Foto | Aidan Jones, Josep Camós (2-3), gadl

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