Desde la aparición de las primeras formas de vida sobre la Tierra, hace ya unos cuantos días, la adaptación al medio ha sido la técnica clave para la supervivencia y la evolución de las especies. De hecho, esa cualidad se contempla como uno de los parámetros para medir la inteligencia de la persona: De cómo observe y comprenda la cambiante realidad que lo rodea, de cómo evolucione él mismo en su forma de pensar y de cómo aprenda a elaborar una respuesta adecuada a cada situación dependerá su éxito.
Cuando nos encontramos al volante, observamos nuestro entorno, seleccionamos los estímulos que nos interesan, pensamos cuál será la respuesta idónea para la situación que tenemos ante nosotros, la ejecutamos con acierto, y todo eso en un tiempo dado que para ir bien debe ser el menor posible, ya que la realidad que nos rodea cambia a un ritmo frenético, tanto mayor cuanto mayor sea la velocidad a la que circulemos.
Bien es cierto que la adaptación al medio fue la técnica hasta que un homínido le dio la vuelta a la tortilla. Y con el correr de los milenios se adaptó tanto a los cambios del medio que se transformó en un ser capaz de adaptar el medio a su conveniencia, logrando que los cambios se sucedieran a una velocidad muy superior a lo que era capaz de conseguir la biología. Y ahí estamos ahora: Asumimos que no es sólo el medio el que nos hace cambiar, sino que nos sabemos capaces de modificar nuestro entorno a la velocidad del rayo.
¿Vale esa vuelta de tortilla para el mundo de la conducción? Preguntado de otra manera: Como conductores, ¿debemos adaptar en todo momento nuestro comportamiento a las circunstancias del tráfico y de la vía o debemos exigir que sean el tráfico y la vía los que se adapten a nuestras indudables buenas aptitudes al volante? Es decir, si yo controlo perfectamente mi vehículo, ¿por qué tengo que someterme a los mismos dictados que esa tropa de indeseables a los que les regalaron el carné sin siquiera saber conducir?
Visto así, la pregunta roza el esperpento. Pero lo cierto es que cuando nos planteamos si en la carretera somos mejores que los demás, cuando exigimos que los demás cumplan con las expectativas que unilateralmente depositamos en ellos, cuando en definitiva pedimos que el resto de los usuarios de la vía estén a nuestra altura como conductores, es cuando estamos olvidando la esencia del ser que es capaz de dominar el medio porque primero es capaz de dominarse a sí mismo en todo momento y en todo momento es capaz de elaborar una respuesta adecuada a las situaciones que lo rodean.
¿Paradójico? ¡Qué va!
Continua aquí
Foto | Aidan Jones, José-Manuel Benito Álvarez,